5/21/2018

El Monte y el guía de Munietsus 4

Una serie de circunstancias me llevaron a aceptar la realización de una Memoria de Licenciatura, la conocida como "tesina", de arqueología prospectiva de la Edad Antigua. Dos motivos primaban sobre el resto: por un lado el área geográfica se centraba en el Concejo de Cangas y por otro ello supondría un mayor acercamiento a sus montes, y como no,a sus bosques.
Lo que empezó siendo una verificación de un censo sobre castros se fue ampliando al aparecer ligado a ellos los restos de explotaciones auríferas romanas, vías de comunicación, etc. Téngase en cuenta que "mi" Concejo es el de mayor extensión de Asturias y uno de los mayores de España por lo que el trabajo de campo fue enorme, y yo seguía sin tener un medio de locomoción. Bueno para ser sincero, la parte del Río del Coto la hice en bicicleta, saliendo y volviendo a Cangas en el mismo día. Para el resto de zonas combinaba el autobús con larguísimas caminatas, incluyendo acampadas con tienda de campaña, vivacs, o durmiendo en casas de amigos de los pueblos.
Descubrí  muchos rincones, muchos castros sin censar, muchos restos de minería aurífera romana, muchas vías de comunicación y, para lo que aquí nos interesa, muchos bosques. Cada vez que aparecía un bosque este ejercía sobre mí una poderosa atracción, me llamaba y yo casi siempre cedía a la tentación de visitarlo.
En más de una ocasión la excursión giraba en torno a un bosque, quedando el resto relegado a un segundo plano, como cuando después de encontrar un castro en Monesteriu D´Ermu se alzó enfrente de mí el impresionante faéu (hayedo) que hay en el avesíu (umbría).
No era esta mi primera relación con este faéu, años atrás ya lo había visitado; recuerdo dos excursiones con amigos del Cuelmu, alguien se agenció un coche y para evitar las explotaciones mineras de carbón que había en el valle decidimos internarnos en el bosque un tramo por encima del pueblo, donde parecía que no las había. Fue un error porque acabamos adentrándonos por un bosque que, mas que un faéu, era un abedular, y obviamente este no nos sorprendió pues carecía de la magnificencia y monumentalidad que le suponíamos al faéu.
Pero ahora era diferente. Subir a Monesteriu, sin tener vehículo propio, no era nada sencillo porque las líneas de ALSA finalizaban en Xedré. No me quedó otra que hacer el tramo "a pata", y ello me permitió tener otra visión del entorno del faéu muy diferente de la obtenida cuando lo había realizado en coche. En el avesíu se veían excelentes fayas y cuando el valle se encajonó formando un desfiladero el faéu lo inundaba todo, tanto el solano como el roquedo.
Desde el Castitso, a 1350 m. de altitud, con su precioso sistema defensivo de fosos, el paisaje que se veía era deslumbrante: el avesíu estaba completamente repleto de arboleda y se apreciaba que desde enfrente de Monesteriu y valle abajo las fayas eran dominantes, al menos hasta cierta altitud. Tal fue la impresión que me produjo que preparé una visita de varios días.
Con mi ligera tienda de campaña, una india de dos plazas, establecí el campo base en la recientemente abandonada braña de Xedré, en el avesíu ya que era esa zona la que iba a explorar; allí combiné la tienda con una cabana medio derruida.

Xedré, al fondo claro de la braña. Foto Astor 2017
Todos los días, en cuanto amanecía, me ponía en movimiento. Teniendo un campamento base solo llevaba en cada salida lo imprescindible para una jornada: algo de comida, una cantimplora que al fin me había agenciado, un mapa para no perderme del todo y unos folios en blanco con un boli por si tenía algo que anotar, ¡ah! y una navaja con la que uno podía procurarse algún objeto defensivo si se daba el caso. En fin iba muy ligero de equipaje, lo que me permitía recorrer grandes distancias cada vez que salía.
Desde la braña decidí internarme siempre valle arriba, pues las partes bajas, también cubiertas de arbolado, quedaban más a mano para excursiones cortas que no necesitaran de tanto tiempo como el que entonces disponía.

Faéu de Xedré, partes bajas. 2017

Las vatsinas eran cortas porque aquí el valle se encajona un tanto y porque la sierra del Rañadoiro y de su ramal que separa el Narcea del Rengos (Lus Pusadoiros) presentan altitudes relativamente bajas, en torno a 1200 m. y menos.
Las fayas eran dominantes pero en los tesos y laderas más soleadas compartían el espacio con robles albares. Aquí varié un poco la forma de recorrer el bosque, me ceñía a una vatsina y la iba recorriendo de abajo a arriba describiendo zigzags, pasando de un teso a otro; en la siguiente vatsina hacía lo mismo pero bajando, en la siguiente subiendo y así sucesivamente. Nunca llegaba a las partes cercanas al río pues estas eran, en muchas ocasiones, un auténtico desfiladero, muy vertical y peligroso. La vuelta la hacía tirando recto, a la misma altitud más o menos para no tardar tanto. Un suelo increíblemente despejado de arbustos permitía desplazarse de cualquier manera y rápidamente.
 Más arriba el valle se ensanchaba notablemente y las vatsinas se transformaban en largos valles que iban a nacer a las faldas de la impresionante Sierra de Degaña, con altitudes bastante mayores, en torno a 1800 m., que las del Rañadoiro a la que se unía. Desde algunos claros de divisaba la silueta de esta sierra, recortada por los potentes circos glaciares que tuvo en otros tiempos, con un paisaje rocoso, pelado y seco que contrastaba con el verdor en el que me hallaba inmerso.
Cada vatse secundario estaba repleto de vatsinas y era imposible recorrerlas como las anteriores, así que opté por desplazarme por los tesos que separan un valle de otro. Subía hasta los primeros cerros y luego continuaba por la loma que acababa bordeando cuando esta ascendía a cimas progresivamente más altas. Sospechaba que esas zonas altas serían bosques de abedules y que habría muchos claros, haciendo más dificultosa las caminatas.
Nuestros bosques tienen muy pocas zonas llanas o con poca pendiente, pues suelen estar enclavados en laderas de montaña donde las dificultades de acceso han permitido que no hayan sido totalmente arrasados como lo fueron en las zonas llanas. Solo en algunos valles largos se puede disfrutar de terrenos con pocos desniveles, que en la zona denominan "veigas" y que se ciñen al entorno inmediato del río.
Pero existen otros terrenos más o menos allanados: los cuencos y rellanos creados por la erosión glaciar, las colladas y los cordales de muchas sierras. También las lomas que mencionábamos antes; en todos los tesos o cerros , al lado de tramos con mucho desnivel siempre hay alguno más o menos horizontal, que por su forma alomada llamo lomas.
Aquí en Monesteriu tras atravesar el cauce del primer gran valle y subir un tramo largo y bastante pindio, se accedía a una amplia loma, tanto a lo largo como a lo ancho. En aquel tiempo no me importaba tener que afrontar grandes desniveles, bajo el dosel arbóreo una fuerza interior me impulsaba y solo necesitaba de breves pausas, que aprovechaba para empaparme del entorno, para recobrar el aliento. Pero llegar a aquellas "chanadas" era toda una bendición, la tensión física mantenida se atenuaba y poco a poco te ibas relajando, podías andar sin apenas esfuerzos, el cuerpo te dejaba de pesar y era como si levitaras al desplazarte.
El bosque, además, era inmejorable; la dama del lugar, la fagus sylvatica, se mostraba en todo su esplendor, con ejemplares que quitaban el hipo y que salvo Sextu Gordu de Munietsus no he tenido ocasión de volver a ver en ningún faéu ni de la Cordillera Cantábrica ni de Navarra y en un número realmente abrumador. Aquellos largos y gruesos fustes que se elevaban hacía el cielo y se perdían entre las ramas de las copas también conseguían levantarte el espíritu, daba igual que deambularas entre ellos o te quedaras boquiabierto y parado observándolos. Eran momentos de tanta plenitud que te pellizcabas para darte cuenta de que no estabas soñando; eran momentos en los que la magia natural se hacía palpable y tu tenías el privilegio de poder participar en ellos.
Lo curioso es que aquella exuberancia no te hacía sentir pequeño, tu también te expandías como hacían los árboles y te sentías, casi, como un gigante entre iguales; tocabas y palpabas los grandes troncos lisos y ningún árbol se molestaba por ello, porque quizás percibían que lo hacías con amor y ternura, tratando de percibir más de cerca la enorme energía que irradiaban, pero también aportando la tuya.
La loma tenía algo que la hacía diferente de otras "chanadas" y que contribuía a incrementar su atractivo: surcándolo todo a lo largo, por su centro, había como un suave vallecillo, que conformaba dos lomas y una vaguada, que se prolongaba hacía arriba durante un buen trecho. Era como una vatsina que pronto renunciara a su desarrollo, un vallecillo colgado.
Al día siguiente volví directamente a tan mágico lugar, recorriendolo ensimismado pensé que tan peculiar relieve podía estar relacionado con alguna actividad humana, tal vez con algún desmonte romano en busca de oro; busqué alguna prueba de ello pero no encontré nada y además tampoco insistí en ello porque las emociones que me hacía sentir aquel lugar superaban y desbordaban las capacidades racionales; prefería no pensar, dejarme ir, sumergirme, abandonarme, integrarme con el arbolado y preocuparme solo de sentir; ¡que gratificante es sentir la naturaleza y sentirte a ti mismo como parte de ella!.
Analizarlo hoy, sin aquella pasión, nos llevaría a considerarlo como un resto dejado por la actividad glaciar, que en su momento tanto afectó a este valle. Y es probable que en dicho lugar también existiera una antigua braña, pues es de sobra conocida la apetencia ganadera por lugares como este.
El teso asciende luego bruscamente y bordeándolo se llega  a una gran zona rocosa, de caliza, roca que aflora en muchos puntos, aunque la predominante es la cuarcita.

Bachongo  y su ladera izquierda rocosa.2017

No lo puedo asegurar, pues los recuerdos, a veces, se esfuman como una nebulosa, pero creo que en esa zona rocosa se hallaba la afamada cueva de Siqueiras, aunque no perdí el tiempo tratando de localizarla porque era el faéu el que requería toda mi atención y en el que más a gusto me encontraba.
Fue un tiempo más tarde cuando en compañía de mi amigo Collar de Xedré logramos encontrarla, pero no íbamos equipados, ni siquiera llevabamos linternas y no pudimos explorarla. Solo nos pudimos meter un poco en ella y esperar a que nuestra vista se acostumbrara a la oscuridad, pero tras conseguirlo y decidir continuar llegamos a un recodo donde la cueva giraba y allí tuvimos que acabar volviendo a la entrada porque la negrura era ya impenetrable.
Todavía quedaban otros dos grandes valles más arriba (Bachongo y La Carbazosa), también de faéu, y otro algo más pequeño, Barcachil, donde ya predomina el abedular, a los que no pude dirigirme porque el tiempo se me había acabado.

La Carbazosa.2017

Barcachil. 2017

Antes de oscurecer volvía al campo base, hacía una hoguerina y observaba, a medida que iba anocheciendo, como los murciélagos entraban y salían de la cabana que utilizaba; a veces pensaba que se iban a estrellar en mi cara, pero siempre viraban en el ultimo momento.
Es curioso el asunto de las hogueras; creo que siempre que he dormido en el monte, antes de pegar el ojo, si podía, he hecho una hoguera; como casi siempre lo hacía en solitario las primeras hogueras creo que tenían una función defensiva, protectora. De día el monte o el bosque nunca me han hecho sentir miedo, solo con condiciones climatológicas muy adversas lo he sentido, especialmente cuando hay rayos pues nunca sabes donde pueden caer. Pero la noche es otra cuestión, la noche despierta un temor instintivo en el ser humano, te sientes desprotegido y desvalido pues la seguridad y el equilibrio están muy relacionados con el sentido de la vista.
Cuando vas intimando con el monte, las hogueras pasan a cumplir otra función: al posar la mirada en las llamas y seguir su incesante danza, la mente se sosiega, se tranquiliza, queda ensimismada y visita rincones y pliegues interiores a los que normalmente no puedes acceder; ello te reconcilia contigo mismo, te hace soñar despierto. Son el final perfecto para cada jornada, te vacían la mente para que al día siguiente la tengas a punto.

Solano de Monesteriu, Zona del Castitso. 2017

1 comentario:

  1. Tienes razón, Tsuis. En todas partes puedes atopar árboles bien guapos, pero caminar por baxo d'una devesa yía outra cousa. Yía cumo tornar al úteru maternu.

    Ástor

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