4/16/2018

El Monte y el guía de Munietsus 1

Tras largas meditaciones me he decidido finalmente por editar un blog donde narrar mis experiencias con la naturaleza y en especial sobre Muniellos, o Munietsus-Munietsos si lo queremos mentar en bable occidental.
No me mueve ningún fin crematístico, monetario o mercantil, sino que se trata de compartir mis conocimientos, mis inquietudes, con otras personas interesadas en conocer más a fondo este bosque y en la interpretación de su paisaje.
Mi bagaje no es académico, ni soy botánico, ni biólogo, ni nada que se le parezca. Soy licenciado en Historia, pero desde diciembre del año 2000 soy un repartidor de Correos, un simple cartero. Mis pequeños saberes derivan de mi temprana afición por los bosques, de la experiencia acumulada de infinidad de excursiones a estos lugares, de la lectura y de la labor, primero de monitor y más tarde de guía de la Reserva Biológica de Muniellos, que era como entonces se llamaba.
La interpretación del paisaje del bosque surge como respuesta a las preguntas que siempre me hacía cuando lo contemplaba y lo conocía, ¿por qué presenta ese aspecto?, ¿qué ha influido en él?, ¿cómo pudo haber sido?, ¿cómo sera?...La información que leía solo respondía a medias y a veces de forma teórica, necesitaba respuestas prácticas, evidentes, que cualquiera pudiera comprender, y poco a poco fui descubriendo alguna, o al menos eso pienso yo.

Yo nací en Mual (Moal), el "portal de Muniellos" como alguien ha definido perfectamente, un pueblo del occidente montano asturiano situado a la entrada del valle de Muniellos. En Mual viví la mayor parte de mi infancia, posteriormente y junto con mi familia nos trasladamos a la villa del concejo, Cangas del Narcea, porque sería muy costoso y engorroso el desplazamiento cotidiano mío y de mis cuatro hermanos para continuar nuestros estudios una vez finalizados estos en la escuela del pueblo.
Todavía guardo, como tesoros, algunos recuerdos de mi infancia: observando la Pena Moncóu me parecía estar mirando la montaña más alta e inaccesible de las que pudieran existir en el mundo, ella era tan grande y yo tan pequeño que quedaba maravillado cuando me enteraba de que alguien había llegado a su cima.
Sensación parecida, de admiración, sentía cuando iba con algún adulto por el entorno del pueblo; una vez fui con unos vecinos, no se si en carro o en tractor, a unos prados del Regueiru Calecho, a medio camino entre Mual y Las Tablizas, y que ante mis incrédulos ojos desfilaba una auténtica "selva", impenetrable, exuberante, maravillosa. O cuando acompañé a mi padre, Sabino, a buscar mangos para los "hachos" por la zona de Tachorroso, para mí fue toda una proeza el que volvieramos al pueblo con tres varas gordas de avellano.
¡Qué bellos recuerdos!, pues bien, creo que esos paisajes me inocularon un virus que me ha acompañado durante toda mi vida; cuando veo un bosque éste despierta en mí profundas y cálidas emociones, además siento como si me llamara.
Lo cierto es que Cangas no contaba con los atractivos visuales y emocionales de mi pueblo y pronto empecé a añorarlos, surgiendo en mi la necesidad de volver a ver sus paisajes. El problema era que no encontraba a nadie que le interesara el asunto; los amigos de mi edad tenían otras cosas en la cabeza, mi abuela Rosabra, la persona más encantadora que he conocido, me decía aquello de que "el monte quema ya rompe"; a nadie le parecía posible que tuviera ganas de ir al monte. Eran otros tiempos, ¿o no?, en realidad creo que los amigos-amantes de la naturaleza continuamos siendo un grupo muy reducido.
No me quedó más remedio que empezar a salir solo. Por fortuna en aquellos años los autobuses de ALSA disponían de un amplio horario de servicio con los pueblos, y digo por fortuna porque yo no disponía de ningún medio de locomoción, excepto el de mis propias piernas.
Obviamente comencé por el entorno de mi pueblo, además allí aún vivía mi abuela, que se había negado a dejar el pueblo porque no soportaba el ruido de Cangas, lo que me permitía, ademas de estar con ella, tener un sitio donde poder dormir si optaba por quedarme. Años después, cuando mi abuela tuvo que bajar para Cangas por su avanzada edad, siempre era bien recibido en "Casa Nieves" (Nieves, Gonzalo y mi primo Pepe), mi segunda familia con quien siempre mantuve una cordial y afectiva relación.
Podéis imaginaros cual fue mi primera excursión, la otrora inalcanzable Pena Moncóu fue por fin alcanzada por mis pies. Desde su alargada cima, un verdadero balcón de la naturaleza, pasé horas y horas contemplando el entorno; en este risco, una de las pocas zonas calizas de los alrededores de Mual, descubrí la planta del orégano que despertó en mi el interés por las plantas medicinales.
Durante mucho tiempo la sierra que divide los cursos del Narcea (y el Rengos) y el Muniellos fue el objetivo de mis excursiones. Subía al Chanu la Cutsada y cogía la Carril de Moncóu, un camino carretero que llevaba a la braña de este pueblo. En la braña había una cabaña de piedra, en perfecto estado y que siempre estaba abierta y unas espectaculares vistas de los bosques de Rengos y más allá, en zonas que aún desconocía.
Otras veces, desde el Chanu la Cutsada, iba a la braña, pero por el mismo cordal de la sierra, aunque solo fuera por conocer el Cimbo D'Asturias, un sugerente topónimo que, como tantos otros, me había dicho mi abuela y que era una pequeña elevación cercana a la vaguada o colladina de la braña.
Yo, en aquella época, era incapaz de interpretar lo que veía, solo me dejaba llevar por lo que me gustaba, por lo que me hacía sentir bien y aquellos paisajes eran el lugar adecuado para poder experimentarlo. Había un pequeño bosquete de fayas antes de llegar a la braña, aunque entonces no sabía diferenciar unos árboles de otros, que me gustaba sobrenanera : los árboles tenían troncos gruesos en sus inicios, pero luego se retorcían de muchas maneras, con formas inverosímiles y con ramas ya más delgadas. No sabía, aún, que esas formas eran producidas por el aprovechamiento de la madera para hacer leña por los vecinos del pueblo de Moncóu, las periódicas talas y podas eran las que creaban esas caprichosas formas; pero en el fondo, eso que importaba, yo me paraba aquí y más allá a observarlos y dejar que mi mente volara siguiendo aquellos variopintos perfiles. Podía disfrutar de las cosas sin conocerlas ni comprenderlas, solo viéndolas y sintiéndolas a mi alrededor, respirando el aire puro en aquellos parajes de gozosa quietud.
Desde la braña primero me contenté con ir, a media ladera, por un camino aún practicable a la abandonada braña de Mual: La Veiga Vieja o subir al cercano pico de El Cabrón, desde donde las vistas eran aún más grandiosas. Con el tiempo me fui adentrando más por la sierra, utilizando su cordal y monte a través. Así fue como descubrí la enorme mancha forestal de Muniellos, primero la zona de Bisnuevo y más tarde la de Tixeirúa, que atrajeron mi atención y el deseo de conocerlas más a fondo. Aunque a decir verdad los bosques de Pueblo de Rengos: Riumulín, Acidietsu o los mas alejados de Reguera lus Praus y el entorno del puerto del Rañadoiro tambien eran preciosos y atrayentes.
La sierra era fácil de recorrer entonces, las vacas que de vez en cuando se veían contribuían a mantener limpio el monte, como decían los paisanos de los pueblos; a veces había que bordear algún tramo donde los arbustos o pequeños arbolillos se habían instalado de forma muy tupida, pero mayoritariamente se podía seguir el cordal sin problemas y tener buena visibilidad.
Pararse a observar aquellas inmensidades arboladas era toda una experiencia, algo difícil de narrar, que mezclaba embriaguez (una borrachera visual), exuberante belleza y una impresionante energía. Las sensaciones experimentadas calaban hondo; no era solo lo que veías sino también lo que experimentabas al hacerlo, el tiempo parecía detenerse y perdías su noción; podías estar un gran rato mirando y al hacerlo caías en una especie de ensoñación, te desmaterializabas y tu mente flotaba y volaba. Era una auténtica zambullida que producía sensaciones muy fuertes y agradables, olvidándote momentáneamente de todo y de todos, incluso de ti mismo.
La enorme energía que me transmitían las vistas me hacían ir recorriendo más sierra en cada excursión. Siguiéndola no tardaba mucho en cambiar el paisaje. Entonces no lo sabía pero esta sierra, que finalizaba en Ventanueva, partía de la más grande Sierra del Rañadoiro, que servia de divisoria de aguas de dos grandes ríos: el Narcea y el Navia, conformada aquí por sus afluentes, el río de Rengos y el río de Ibias. La Sierra continúa en dirección a la costa y durante un buen tramo configura los límites del Monte de Munietsus. El rasgo visual más llamativo es que las laderas que vierten al Ibias están más desarboladas y las manchas boscosas son escasas. El lado de Munietsus, sin embargo, continuaba estando muy arbolado y ello era un acicate para continuar. Creo que la vez que más recorrí fue hasta el Pico la Valladeira, desde el que se divisaban los valles del Ríu Refuexu.
El gran espacio recorrido y las largas pausas de contemplación me obligaban a realizar muchos tramos corriendo, e incluso comer el bocata sin dejar de andar, ya que quería volver al pueblo, o al menos a sus cercanías, antes de que oscureciera, pues la noche no es buena consejera en estos menesteres.
Nunca llevaba agua, aprovechaba cualquier fuente o regato para beber, pero ocurre que en lo alto de la sierra, en su cordal, estas no suelen ser frecuentes. Recuerdo un día que me había internado mucho en la sierra, era verano y hacía un sol de justicia, había estado corriendo y tenía una sed insoportable, estaba de regreso pero aún me quedaba mucho recorrido. En el Chanu Alforxacu decidí internarme, bajando hacia el Monte de la Vilietsa, para intentar localizar una fuente, algo que finalmente conseguí y además fue la primera vez que oí "ladrar" a un corzo, aunque no lo vi ni entonces lo sabía; lo supe después cuando comentándolo con un paisano de Mual me dijo que esos sonidos eran emitidos por un corzo cuando se veía sorprendido.
Pero no escarmenté y seguí saliendo al monte sin agua; en una excursión al Vatse Cabreiro de Oubatsu en la que ya antes de amanecer me había puesto en camino porque los primeros tramos se hacían por buenas pistas, después de comer tenía una sed que me moría. Esta vez vino en mi ayuda una proverbial tormenta veraniega, dejé, en una zona rocosa, que el agua lavara la roca y cuando vi que el agua ya no arrastraba posos bebí toda la que pude hasta saciar mi sed.
Cuando fui a estudiar a oviedo estaba deseando que llegara el fin de semana para seguir saliendo al monte, sobre todo a las zonas boscosas del entorno de Mual.


3 comentarios:

  1. ¡¡Excelente presentación, Luis!!
    Espero que los bellos recuerdos que hoy añoras te inciten a seguir escribiendo sobre esa naturaleza que tanto te aportó.
    Mucha suerte con esta hermosa iniciativa.
    Patri

    ResponderEliminar
  2. Genial Luís. Ya hablaremos cuando nos veamos en la oficina.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por tus imágenes que ayudan a sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho.

    ResponderEliminar

La Ruta a Las Tsagunas 36 El bosque mixto 2. Los Tsagozos.

Ladera derecha de Los Tsagozos, un bosque mixto en donde hasta parece que hay alguna faya. 27 julio 2.018. Nos preguntábamos en el capítulo ...