El problema de la leche es que es un producto cuya durabilidad es muy corta y que no habiendo mercado donde venderla era muy pequeña la utilización que el campesino hacía de ella. La finalidad del ganado bovino, aparte de la pareja, era la reproductiva. Parían xatos y terneras que posteriormente podían vender en ferias y mercáus, algo muy importante pues era uno de los pocos ingresos monetarios de los que disponía el campesino de la época. Las vacas no se ordeñaban, para que reservaran toda su energía en un nuevo parto.
Pero en la economía arcaica, de subsistencia y autoabastecimiento no se desperdiciaba nada y cuando había mucha leche, relacionado con el nacimiento de un ternero, entonces si se las ordeñaba, obteniéndose una leche, "calostros", con un alto contenido en materia grasa. Con ella elaboraban productos de mayor durabilidad como los quesos y otros de consumo a corto plazo como la "manteiga" (mantequilla) y la "cuachada" , o bien consumirla directamente, sobre todo por la "gente menuda".
La cuajada era el derivado más antiguo, pues no se necesitaba nada en especial. Se conseguía por la acción de unos microorganismos presentes en la leche cuya multiplicación se aceleraba calentando esta y que acababan separándola en diversos componentes.
El queso se obtiene a partir de leche cuajada. El proceso se puede iniciar con la cuajada ácida, vista arriba, o añadiéndole a la leche "cuachu" (cuajo), una enzima presente en el cajuar de los animales rumiantes (quimosina) o en el estomago del gochu (pepsina). Este cuajo se conservaba secándolo al humo y salándolo.
También se puede cuajar leche para hacer queso, con productos vegetales, como la ortiga (urtica dioica), el latex del figo (ficus carica)... pero son los cardos del género cynara los más utilizados. Los inconvenientes son que el coágulo obtenido es más delicado a la hora de trabajar el queso y que con él se transmiten ciertos olores y sabores a la cuajada y al queso.
En esencia lo que se persigue es separar la parte líquida de la leche, el suero, de la materia grasa, de forma reposada y paso a paso. Eran quesos bastante toscos y en nuestra zona no se debieron de hacer de forma habitual, estando presentes sobre todo en el cordal de la Cantábrica. Se habla de un queso en Xinestosu y yo mismo vi otro en Corros.
También la manteiga necesitaba separar el líquido de la grasa y que en Tsaciana, Somiedo, Cangas, Degaña, Babia, Ibias...constaba de dos fases o etapas sucesivas.
Para la primera se necesitaba una olla de cerámica con el interior vitrificado. La "otsa" tenía un agujerillo en la parte baja que se podía cerrar con un palito envuelto en una tela. Tenía que estar en un lugar donde le rozara un curso de agua muy fría. Las "otseras" eran ese lugar, semienterrada en el suelo, con paredinas de piedra y cercana a alguna fuente.
Gracias al frío y de forma natural, la nata de la leche se iba agrupando en la superficie, la cual estaba cubierta por una tsousa para evitar que entrara suciedad. Pasado un tiempo, pongamos ocho o doce horas, se le quitaba el palito para que saliera el suero, que obviamente no se desperdiciaba ya que los gochos lo podían consumir.
Cuando se veía que ya había salido la "debura", por el cambio de color, se volvía a poner el palito y pasado otro tiempo se volvía a quitar y así hasta haber sacado la mayor parte del suero, unas 36 horas en total como máximo.
Siempre me ha llamado la atención la utilización de una otsa de cerámica, en una zona, la nuestra, que como la cunqueira (hacedores de cuencos de madera, de ahí el nombre) elaboraba casi todos sus instrumentos con madera local: "escudietsas" como platos, "cachus" para beber vino y barricas para fermentarlo y almacenarlo, envases para la miel..., todos ellos en contacto directo con sustancias más o menos líquidas. ¿Habrá habido en épocas pasadas otsas de madera?.
El alfar de Tsamas del Mouro es de creación reciente, como mucho de inicios del siglo XX y allí antes de su instalación también se trabajaba la madera. Para Tsaciana y las zonas del cordal de la Cordillera es lógico suponer que la utilización de cerámica pudiera estar relacionada con la subida de los pastores de merinas, con quienes el roce era habitual, que transitaban por zonas donde habría muchos alfares o incluso con los vaqueiros de alzada, en contacto con la costa asturiana, que era donde se concentraban los alfares de la región. ¿Pero para el resto, incluida nuestra zona?...
La segunda y última fase consistía en "mazar" la nata extraída de la otsa, para eliminar el líquido que pudiera quedar, y ello se obtenía introduciéndola en un odre de piel que había que hinchar soplando, cerrarlo y agitarlo para que la materia grasa, al ser golpeada contra las paredes interiores del odre, fuera agrupándose en una o varias bolas y librándose del último suero. Proceso que podía durar unos treinta minutos.
El odre sí era un utensilio típico de la zona, con una larga tradición a sus espaldas y utilizado en otras actividades como la vitivinícola para fermentar y sobre todo para transportar el vino.
La famosa "bota" de vino, tan utilizada por nuestros mineros, no deja de ser un odre de reducido tamaño.
El odre es la piel de una oveja o una cabra, extraída cuidadosamente y en la que las únicas aberturas que quedan (con bastante flequillo para que luego puedan ser atadas o cosidas) son las de las extremidades, el ano y el cuello, quedando el resto en una sola pieza. Se desollaba a "pellejo cerrado" y el cuerpo del animal se sacaba por el cuello, el hueco más grande de los existentes y que posteriormente será la boca del odre.
Luego se procedía a eliminarle los pelos de la piel exterior, aunque hay ejemplos de odres con ellos. Se metía varias veces y se mantenía durante un tiempo en agua caliente y ceniza para que los pelos ablandaran y se pudieran arrancar, algo que podía llevar varios días. Luego la piel tenía que secarse y había que cerrar la mayoría de los huecos.
Ya mazada se extraía la "bola" o "bolas" y en agua fría se amasaba para sacarle las últimas gotas de suero, que quedaban en el agua, y luego en un plato se le daba forma alargada y se la decoraba algo. Ya teníamos la manteiga, fresca y dulce podríamos decir, que había que consumir en dos o tres días, luego se ponía rancia y se estropeaba.
Si se producía más manteiga de la necesaria y sin posibilidad de darle salida, se cocía y se metía en vejigas y tripas para conservarla más tiempo y utilizarla exactamente igual que la manteiga de gocho, como sustituto del aceite de oliva.
El siglo XIX es la época de cambio en la cabaña ganadera. La demanda de las ciudades y zonas fabriles asturianas, propició la instalación, ya desde principios de siglo, de fábricas de manteca salada. Las fábricas compraban la mantequilla fresca a los campesinos y luego la transformaban. La ganadería bovina empezó a crecer: del 30% del total de la cabaña ganadera en 1850, pasó al 40% en 1.865 y al 71% en 1.891. Mientras que el lanar y el cabrío iban disminuyendo, en 1.891 sus porcentajes habrían bajado al 22% y 6,8% respectivamente.
En nuestra zona, afectada desde siempre por malas comunicaciones y más distante de esos núcleos de población en elevado crecimiento, los cambios se produjeron algo más tarde y parece que están más relacionados con lo ocurrido en tsaciana.
A través de la Escuela de Sierra Pambley, llegaron al Vatse de Tsaciana, máquinas que ya se utilizaban en otros países más "punteros", que hacían la mantequilla de forma mecánica y con mayor calidad. Se crearon cooperativas donde los ganaderos aportaban toda la leche que producían, repartiéndose luego los beneficios. Se abrieron comercios en Madrid, donde se vendía la famosa manteca de tsaciana en grandes cantidades.
Ello, sin duda, repercutió sobre la cabaña ganadera de la zona y el entorno, que podemos resumir en un aumento del bovino lechero y la disminución de las otras cabañas ganaderas. La caprina prácticamente acabó desapareciendo, disminuyendo también la ovina.
Los mismos efectos provocó al otro lado de la montaña, en la orla cantábrica asturiana y en concreto en la canguesa, cuya leche de vaca, a través del puerto de Tseitariegos, iba a las lecherías de Tsaciana.
Pero incluso acabó afectando a zonas más alejadas, situadas en el entorno de Munietsus. Gracias a personas mayores sabemos que en Villardecendias se instaló una desnatadora a la que los vecinos podían llevar toda la leche que producían, anotándose en un cuaderno la cantidad aportada por cada uno de ellos para luego hacer las cuentas. La producción era recogida periódicamente por una lechería de Murias de Paredes o de Tsaciana.
La fácil salida de un determinado producto, su comercialización, provoca un incremento de los ingresos económicos en "metálico", algo nuevo en aquella época de autarquía económica. En realidad ya no era tan nuevo porque a él se unía, en algunas zonas, la venta del "vuelo" de numerosos montes comunales, con espesos bosques, a compañías que los explotaban para hacer Duelas. Evidentemente bosques de robles ya que la madera de faya, bedul o cualquier otra especie no era apropiada para hacer barricas, que era el fin último de la duela.
Dos barricas de roble. La de abajo para fermentar y la de arriba para envasar. Proceden de Alguerdo (Ibias). Casa Regueras, Caguatses d´Abaxu. Agosto 2017.
Así fue como las cabras y las ovejas fueron menguando y desapareciendo de nuestros montes, en beneficio de la cabaña bovina. Después vino la recogida de la leche por las compañías, las centrales lecheras, algo que remató la faena.
Cuando en 1.986 estudié el Monte La Vilietsa, cuna junto a Tsaron de los Cabreirus, ya no había rebaños, ni de ovejas, ni de cabras. El poco ganáu que había era el bovino. Tampoco recuerdo de mi infancia en Mual ver rebaños de esos animales, que seguramente en épocas anteriores serían los más dominantes. Había vacas, también en declive, y algún vecino con un puñado de cabras, más por añoranza que por otra cosa.
Corral con cabana adosada. Foto Raul Puertas. |
De la importancia que tenían las cabras y las ovejas, en tiempos pasados, dan fe la existencia, en poco número dada su antigüedad, de "corrales", "corros", "trousas", en nuestros montes. Eran unas construcciones relativamente amplias formadas por un recinto rodeado de altas paredes de piedra y al que se accedía por una puerta y que podía tener en su interior, adosada a la pared, una cabana para uso del pastor. En el se recogía al atardecer al "ganáu menudo" (cabras y ovejas) para protegerlo del "tsobu" o de cualquier otro depredador.
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Corral en el Puertu La Madalena del lado de Murias. Agosto 2018. |
En nuestra zona zona predominaban las comunales, que albergaban a todo el ganáu menudo del pueblo, aunque en zonas más alejadas las había individuales, como he podido comprobar en una reciente excursión por Aliste (Zamora) en la sierra de Abejera. Allí en Las Mayadicas, bastante alejado del pueblo, hay un auténtico "poblado" de "corralas", entre 20 y 30 construcciones en donde el ganáu predominante era el de ovejas
Corrala de Las Mayadicas. Sierra de Abejera (Aliste, Zamora). Foto Ástor. Junio 2019 |
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Otra corrala donde se aprecia su planta circular, da pena ver el estado en que se encuentra. Junio 2019. |
Interior de una corrala, con un tejado saledizo para evitar que entrara y saliera el temido tsobu y para proteger a las ovejas de las inclemencias meteorológicas. Foto Ástor. |
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Techumbre de madera y escobas en una corrala de uso familiar. Fijaros que el soporte de la viga era de piedra, aunque también los había de madera. |
Lo que llama la atención es que están fuera del pueblo, más o menos alejadas de este. Algunas están en las mismas brañas del ganado bovino, como en el caso de La Vilietsa, o más cercanos al pueblo, como el que suponemos que había en Lus Currales, cerca de Moncou, en el cordal de la sierra que luego llega a La Veiga Moncou, su braña de bovino.
Casi nadie se acordaba de su utilización y estaban ya en ruinas. Todos afirmaban que las cabras y las ovejas regresaban todos los días al pueblo y ciertamente en las casas había tres cortes: una para las vacas, otra para las cabras y una tercera para las ovejas , pero eso no impediría ausencias estacionales similares a la de las vacas.
En la orla subalpina de la Cordillera estos corrales están mejor conservados y parece ser que albergaban mayoritariamente a ovejas, las cabras en esta zona no eran muy numerosas, aunque también las había. Ello hay que relacionarlo con la complementación que existe entre ambos animales, las vacas comen la yerba alta y las ovejas la más baja a la que no pueden acceder las primeras, las vacas pacen, las ovejas "rañan".
Subir el ganáu bovino y menudo a las brañas responde a varios motivos. En el entorno de Mual suponía no solo acceder a mejores y más tardíos pastos si no también librarse una temporada de ellos para poder centrarse en la otra actividad imprescindible para su supervivencia: la agricultura.
Epílogo para la tsande
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Precioso interior de una cúpula de tsande (carrapietsu, cascabillo). Puro arte natural. Noviembre 2019 |
En mis últimas visitas a Munietsus solía pernoctar en casa de mi hermano mayor que vive en Oubachu. Allí estaba unos tres días y aprovechaba para visitar otras zonas boscosas del entorno.
La estancia en Oubacho era, cuando menos, memorable. Es una gozada dormir en una "tsariega" readaptada en habitación pero con algún elemento de aquella y luego ver el paisaje a través de un balcón-galería acristalado, reconstruido por Carlinos, mi hermano.
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Galería en casa de Carlos en Oubacho. El tiempo nublado impide ver las preciosas vistas que hay. Julio 2017 |
Oubachu está a media ladera y desde allí las vistas son preciosas. Mirar desde aquel balcón me hacía recordar otras vistas, como las obtenidas cuando había estado unos días en el abandonado pueblo del Corralín, donde cada atardecer, en plena soledad, me sentaba delante de los restos de una casa y una protectora hoguerina.
El lugar estaba algo elevado sobre el fondo del valle y desde allí miraba la ladera de enfrente, el avesíu, y como se iba poblando de sombras que transfiguraban el paisaje. Hasta que la única luz que quedaba era la de la hoguera y la de una esplendorosa luna que empezaba a elevarse.
También me acordaba de las sensaciones obtenidas desde otro balcón, en el pueblo de Valdebóis, en amaneceres, observando también las laderas de enfrente, cuando la neblina empieza a moverse, mostrando un tamizado paisaje de fantasía que sugiere miles de formas y que luego al difuminarse esta muestra otro ya diáfano pero bello igualmente.
¡Ah qué bellas imágenes!, ¡qué bellas emociones!
Puede ser que este tipo de vistas y las sensaciones que provocan, esté muy enraizado dentro de mí, de cuando era un tierno infante. Mi madre, estos detalles son más propios del género femenino aunque en ella también tenía otra función, mandó construir, cuando se rehizo la casa, un ventanal acristalado que abarcara todo el frontal del salón-comedor. Ella necesitaba un espacio muy iluminado donde poder impartir las clases prácticas de costura a las que se dedicaba.
El ventanal estaba orientado hacia el sur y la casa estaba algo elevada sobre la vega aluvial de Mual, no mucho pero sí lo suficiente como para poder ver parte de esta con una mayor perspectiva. Era agradable, muy agradable, siendo aún un guaje, acercarse a la superficie acristalada y ver La Güerticona, La Veiga, la Casa Santiago, la del Capador, la de Farruco, La Chalga o El Paramio rematado por la imponente y entonces inalcanzable Pena Moncóu.
También me acordaba de las sensaciones obtenidas desde otro balcón, en el pueblo de Valdebóis, en amaneceres, observando también las laderas de enfrente, cuando la neblina empieza a moverse, mostrando un tamizado paisaje de fantasía que sugiere miles de formas y que luego al difuminarse esta muestra otro ya diáfano pero bello igualmente.
¡Ah qué bellas imágenes!, ¡qué bellas emociones!
Puede ser que este tipo de vistas y las sensaciones que provocan, esté muy enraizado dentro de mí, de cuando era un tierno infante. Mi madre, estos detalles son más propios del género femenino aunque en ella también tenía otra función, mandó construir, cuando se rehizo la casa, un ventanal acristalado que abarcara todo el frontal del salón-comedor. Ella necesitaba un espacio muy iluminado donde poder impartir las clases prácticas de costura a las que se dedicaba.
El ventanal estaba orientado hacia el sur y la casa estaba algo elevada sobre la vega aluvial de Mual, no mucho pero sí lo suficiente como para poder ver parte de esta con una mayor perspectiva. Era agradable, muy agradable, siendo aún un guaje, acercarse a la superficie acristalada y ver La Güerticona, La Veiga, la Casa Santiago, la del Capador, la de Farruco, La Chalga o El Paramio rematado por la imponente y entonces inalcanzable Pena Moncóu.
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Vistas desde la carretera, encima de nuestra casa de Mual. Julio 2020 |
Quizás mirando desde lugares con tanta o mayor perspectiva me haga sentirme como entonces, un neno sin prejuicios, abierto a todo, lleno de ilusiones y alegría y con todo un futuro por delante. Mi infancia fue todo lo feliz que un niño puede desear y si algo me hace rememorar aquella época, es siempre muy reconfortante volver a sentirla.
Carlos se había agenciado un libro sobre la tsande y sus utilizaciones y decidió poner en práctica algunos de sus consejos. Para ello necesitaba, en primera instancia, bellotas. Hizo acopio de tsande, de quercus petraea, que de las existentes en la zona es la mejor, debido a su mayor tamaño.
Pero a pesar de elegir, como hace el arrendajo, las que mejor aspecto presentaban, se encontró con un inconveniente. Muchas bellotas, tras recogerlas y tenerlas secando un tiempo, tenían dentro un gusano, lo que las hacía inservible para sus fines.
Optó entonces por congelarlas después de su recolección para evitar que surgieran aquellos parásitos.
El siguiente paso era desamargarlas, pero como estaban congeladas y no se les podía quitar la "paraza" (piel dura que las envuelve y protege) utilizó un doble proceso: primero las sumergió, metidas en un saco de tela, transpirable, en un balde lleno de agua y todos los días, durante cinco o seis de ellos, les fue cambiando el agua. Luego las dejó recudir un par de días más, les peló la piel y las horneó.
La tsande ya estaba casi lista, sin taninos. Las golpeo´para reducir su tamaño ya que no podían ser mayores que los granos de maíz y las llevó a moler al molino de Pepe en Veigapope, del que ya hemos hablado en otra parte.
Con la "farina" obtenida Carlos elaboró varios productos. Hizo pan de bellota, el denominado por mí como "pan de los ástures", aunque en un horno de estufa. Me dijo que no sabía mal pero que comerlo era algo especial porque al meterlo en la boca y masticarlo no hacía como el pan normal, que hace una especie de masa compacta si no que se deshacía fácilmente.
También hizo pan, mezclando la tsande con farina de centeno y algo de "furmientu", igualmente muy comestible. Incluso fue más lejos y elaboró algunos flanes y otros dulces en los que la base era la farina de tsande.
Creo sinceramente que si algún antepasado nuestro, un simple ástur, pudiera revivir y ver lo que Carlinos hacía le habría dado un abrazo y un fuerte apretón de manos. Podemos olvidarnos de muchas cosas, pero nunca de nuestros orígenes.
Si alguno de vosotros-as está interesado en el tema puede dirigir sus pasos a Oubachu y charlar con Carlos, quien lo ilustrara mejor de lo que he hecho yo.