Continuaremos con la ruta larga que habíamos dejado junto al posible castro y cómo en el monte no es conveniente andar por andar, a no ser que lo que se pretenda sea hacer deporte que no deja de ser una causa como otra cualquiera y no soy yo quien para censurarla, lo mejor es hacer un alto en condiciones. Pongámonos cómodos, podemos optar por subir al rellano rocoso, sentarnos y dejar que nuestra vista se empape de lo que tiene ante si, o bien buscar un sitio protegido del sol y hacer lo mismo. Ya he mencionado que no es conveniente, en pleno viaje, estar expuesto mucho rato al sol estando parados. Te puede dar un bajón pues te absorbe mucha energía y luego cuando vuelvas a andar lo puedes notar.
Lo primero que notas al mirar es que el paisaje cambia mucho. Hasta ahora, excepto el último y duro tramo de Refuexu, el resto estaba ocupado por un enorme bosque del que solo se libraban los tseirones, el ganzal Samartino y los fondos de valle cercanos a la sierra, más o menos desarbolados, pero a los que desde la senda no tenías acceso visual. Mirando ahora el solano del valle de La Candanosa y de parte del resto de Munietsus, las cosas cambian. Ahora se ven muchas y extensas calvas en el bosque. El contraste es evidente, si te das la vuelta y miras para Refuexu o Tixeirúa lo ves todo, o casi todo colonizado, si vuelves a la posición original no ocurre lo mismo en La Candanosa.
La principal causa de esta dualidad radica en la orientación del terreno. Las laderas y valles más o menos orientados al Norte, conocen una repoblación forestal, de origen puramente natural, muchísimo más acelerada que las orientadas al Sur. Hablamos de solana y umbría. El clima sigue siendo el mismo en las dos, pero las condiciones ambientales difieren enormemente. La humedad, un factor determinante en la aparición y desarrollo de la vegetación, es abundante en el avesíu y muy escasa en el solano. Ciertamente muchas de estas zonas repobladas tienen una arboleda muy joven, algo lógico teniendo en cuenta su pasado forestal, pero los árboles ya están ahí y solo necesitan tiempo para medrar.
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Mirando desde el solano los avesíus parecen estar completamente colonizados por la arboleda 27 julio 2017. |
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Mirando el solano la colonización arbórea va mucho más lenta. 27 julio 2018. |
Además el avesíu cuenta con una ventaja añadida, el principal árbol colonizador, el abedul, se desarrolla y prospera rápidamente en estos ambientes. En el solano no, aquí el que tiene que colonizar es el roble. El abedul puede colonizar enseguida terrenos que estén por encima suyo ya que el viento puede transportar fácilmente sus semillas. El roble no, las bellotas, la tsande que decían en Mual, pesan y solo se separan unos metros de su progenitor. Colonizar hacia arriba es muy lento para el roble, obviamente para abajo es mucho más rápido.
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Abedules colonizando una extensa granda de avesíu, gracias a que sus semillas pueden volar y llegar desde bastante lejos. Julio 2021. |
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Abedules en el avesíu, adelantándose a los robles y preparando el terreno para cuando estos lleguen. 4 abril 2022. |
A las calvas en todo el entorno de Muniellos, y en él mismo, se las denomina "grandas". Quizás el concepto "calvas" no sea el más apropiado para aplicarlo a las grandas, solo lo hacemos para diferenciarlas del espacio boscoso. O sea hablamos de calvas de árboles, pero no de vegetación. De hecho en Munietsus, excepto en las tsagunas, no hay ningún rincón pelado del todo, incluso en el roquedo puro existen comunidades vegetales como los líquenes y los musgos.
En las grandas que observamos desde aquí la especie vegetal dominante es el ganzo, o brezo rojo cuyo nombre científico es Erica australis subsp. aragonensis, o urce, urz, como la denominan en otros lugares. El ganzo es un matorral admirable, no solo porque coloniza suelos pobres y superficiales, si no también porque el fuego más que destruirlo lo que hace es reavivarlo. La parte superior de sus raíces crece de una manera desproporcionada, formando cepas de un gran grosor. El fuego quema los troncos de las ramas y las hojas pero de la cepa vuelven a brotar infinidad de nuevas ramas, con lo cual el suelo nunca queda desprotegido del todo. Por otra parte el ganzo es muy suyo ya que desarrolla unas sustancias que inhiben la germinación de semillas de otras plantas, aunque si el suelo está muy degradado suele admitir la compañía de la carqueixa, otro curioso vegetal especializado en colonizar zonas muy pobres y muy secas.
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Variedad de ganzos en la granda de Fonculebrera. 27 julio 2018. |
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A pesar de que lo parezca no son rocas lo que bordea la senda, son cepas de ganzo. Granda La Rebotsa. 31 julio 2020. |
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Granda de La Rebotsa con trozos ya muy evolucionados y listos para ser colonizados por los quercus. Solo esperan la llegada de la tsande. 31 julio 2021 |
Para hacer frente a esa sequedad la carqueixa ha decidido prescindir de las hojas, con lo cual pierde poca agua en su necesaria transpiración, pero para poder aprovechar la luz y realizar la fotosíntesis ha hecho crecer a ambos lados de su tronco una especie de cortas alas que le dan ese aspecto tan particular.
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Carqueixa, casi tan alta como el bastón de 140 cm. Granda La Rebotsa. 31 julio 2020. |
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Ganzos y carqueixas, una pareja perfecta para los suelos secos. Granda La Rebotsa. 31 julio 2020. |
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Ganzos y carqueixas en la granda de la Vatsina Tixidal. 26 julio 2016. |
Por el contrario si el suelo no es tan malo, el ganzo admite la compañía de otro vegetal "amigo", el toxo o árguma, que para defenderse del ramoneo de los herbívoros se ha cubierto de delgados y punzantes pinchos. No aconsejo a nadie atravesar una zona de toxos porque sales de ella con las piernas llenas de picaduras.
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Toxus jóvenes en la Granda La Rebotsa. 31 julio 2020. |
Por lo general el ganzo y sus compañeros gozan de muy mala prensa. Para unos son "la maleza" que ensucia el monte, para otros son el combustible que propicia la expansión de los incendios y para otros son la degradación y por tanto algo negativo, del bosque potencial. Pero en realidad llegados a este punto, el de la desforestación, qué sería de nuestros suelos sin su presencia, porque en el fondo estos subarbustos son una respuesta de la vida vegetal ante situaciones muy adversas. Ellos son los que inician el proceso de colonización vegetal que culminará con la aparición de nuevos bosques. En suelos muy degradados son el peldaño imprescindible para su recuperación. Por un lado sujetan el suelo y evitan que la erosión lo arrastre, por otro evitan que el sol calcine dicho suelo y lo van preparando con el continuo aporte de materia orgánica para que las semillas de los árboles puedan anidar en él. En esta labor de avanzadilla cobra importancia el ganzo blanco (erica arborea) encargado de colonizar todas las crestas rocosas. Por todo ello deberíamos tenerles más respeto.
El origen de las grandas siempre está relacionado con los incendios y estos siempre lo estuvieron con la actividad ganadera. Esto se aprecia en las grandas que se ven cerca de la sierra del solano del valle del Ríu La Candanosa ya que en zonas de media ladera o de fondo de valle al incendio suele precederlo la tala maderera. Tras los incendios siempre suelen salir algunas hierbas que el ganado suele comer y además de limpiar el monte y hacerlo más transitable, eso es precisamente lo que se buscaba.
Pero además las grandas siempre han prestado otros servicios a las comunidades rurales. Un día, unos amigos de Xedré, los mismos a quienes había llevado a ver los roblones de Las Varas, me comentaron que les gustaría conocer las tsagunas de Munietsus y si había alguna posibilidad de visitarlas sin necesidad de sacar permiso. Me acordé entonces de la ruta "pirata" de Pena Belosa. Tras la mala experiencia que había tenido con mis amigos de León había vuelto a visitar varias veces la zona y había encontrado la senda que subía a la sierra en un plis-plas. Organizamos la excursión y el día convenido me recogieron temprano en Mual y en coche tiramos para allá, por la carretera del Counio. Pero resultó que ese día las cumbres estaban cubiertas de niebla.
Antes de continuar me gustaría advertiros de los peligros de la niebla y no se me ocurre mejor manera que hacerlo utilizando dos experiencias personales, bastante desagradables que no terminaron peor por pura suerte.
La primera me ocurrió en el Macizo Central de Los Picos de Europa, en compañía de mi amigo Manuel, "El Montañés". Estábamos en el refugio de Amuesa, un lugar apartado de las zonas más concurridas y al mismo tiempo más asequible para un novato a la alta montaña, como era mi caso. Llegar hasta allí ya había constituido toda una proeza para mí y teníamos pensado realizar alguna incursión utilizando el refugio como campo base. Estos refugios, como el de Amuesa, son cabañas relativamente amplias de origen ganadero, pero gestionadas por los grupos de montañeros y mantenidas gracias a las cuotas de sus integrantes. Manuel me dijo que la podíamos utilizar siempre que la dejáramos como la habíamos encontrado. Ello incluía, lógicamente, la reposición de la leña con la que alimentábamos un alegre y reconfortante fuego de chimenea.
La niebla se cernió sobre el refugio y no nos abandonó durante varios días. Por supuesto Manuel desaconsejó cualquier salida porque incluso él que conocía aquellos rincones como la palma de su mano, temía perderse, contándome algunos casos de montañeros que acababan despeñándose y pereciendo por aventurarse en la niebla o de otros que habían tenido que permanecer estancados en un punto concreto durante uno o varios días, a la espera de que la niebla se disipara.
Pero tuvimos que salir a por leña porque se nos estaba acabando la que había allí acumulada. Amuesa era una majada, una braña, con una veiga con buenos pastos. El refugio estaba tras la veiga, cerca de los bordes de la llanada en donde había un fayéu, antes de que el terreno se descolgase verticalmente sobre el Cares. No era un fayéu denso y las fayas no eran muy allá, pero sí lo suficiente para proveernos de ramas y troncos muertos.
Fuimos juntando leños, sin separarnos mucho entre nosotros pues la niebla se había espesado y no se veía a más de un metro de distancia. El problema surgió cuando decidimos volver a la cabaña cargando con la leña recogida. tras dar unos cuantos pasos Manuel se paró en seco y yo detrás de él. "La cabaña debería estar aquí, pero ya ves no lo está. Estoy perdido, vamos a esperar a ver si despeja algo" fue lo único que dijo y su rostro era todo un poema.
Pasaron unos minutos realmente angustiosos. No estábamos equipados para resistir muchas horas al aire libre pues todo lo que llevábamos estaba en la cabaña. Para mí la niebla seguía igual de tupida pero a Manuel pareció abrírsele un poco. "¡Vamos!, si no está allí, tras aquella faya, sí que estaremos perdidos del todo". Fue todo un alivio volver a entrar en la cabaña y sentarnos, ateridos de frío, a la vera del fuego.
El segundo gran susto me ocurrió en nuestras tierras. Mis amigos Jose y Carmen tenían coche y se acercaron a Mual donde yo estaba en mi etapa de guía. Ya era tarde para organizar una buena excursión y acabamos acercándonos en el coche al Puerto del Rañadoiro, dejándolo aparcado al lado del túnel en una llanada existente donde había habido un bar. El bar disponía de electricidad gracias a un ingenio desarrollado por un electricista de Cangas que aprovechaba la energía del viento. El túnel no está lejos de la sierra y no entiendo porque la carretera no llegó hasta la colladina allí existente, sin necesidad de túnel alguno.
Buscando los restos del molino eólico o viéndolos, ya no me acuerdo, acabamos saliendo a lo alto de la sierra, con las buenas vistas que ofrece esta divisoria de cuencas fluviales (Narcea-Ibias). Animados e impulsados por los bellos paisajes que se desplegaban ante nuestra vista, fuimos internándonos sierra "palante", en dirección a la Sierra de Degaña, continuación de la Sierra del Rañadoiro aunque con altitudes mucho más elevadas, al ir acercándose a la Cordillera Cantábrica. La sierra en este tramo del puerto presenta unas altitudes muy moderadas ya que geológicamente hablando, por aquí desaguaba la cuenca alta de Río Ibias en la del alto Narcea, hasta que cambios posteriores transformaron las cuencas, pasando la del alto Ibias a ser tributaria de la del resto del Ibias-Navia.
La sierra incluso posee otro punto más bajo, surcado por una cresta rocosa donde la caliza aflora a la luz del sol con su colorido albino. Por allí, del lado del Ibias, existió hasta no hace tanto tiempo una cantera de mármol, donde trabajaba un gran amigo de mis padres y mío también "El Santo" de Tsarón. Por allí también se ve la progresión del grandioso faéu de Monesteriu. La potencia de su avance, hace tres mil años (año arriba, año abajo), le hizo saltar la sierra e instalarse en las laderas medias más avesías, aunque el quercus petraea opuso una tenaz resistencia y logró mantener la mayoría de sus antiguas posesiones. Se ve muy bien este nuevo faéu en el largo valle que sube hasta la elevación que la sierra presenta al unirse a la Sierra de Degaña. En el valle donde Tsarón tenía su mejor braña.
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Parte de las camperas de la Braña de Tsarón. 4 noviembre 2.000. |
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Avesíus del Arroyo de los Campetinos (según el mapa cartográfico), el de la Braña de Tsarón, con robles y fayas alternándose. 4 noviembre 2.000. |
Tan ensimismados estábamos con el nuevo paisaje que tardamos un rato en darnos cuenta de un cambio que se avecinaba. A media tarde la niebla, circunscrita a los altos hasta entonces, comenzó a bajar y a acercarse a donde nos encontrábamos. Al darnos cuenta de ello iniciamos rápidamente el regreso al túnel del puerto donde teníamos aparcado el coche. Pero habíamos andado un buen trecho y la niebla pronto nos alcanzó. No era especialmente densa, pero si lo suficiente como para hacernos perder cualquier elemento de referencia, a lo que se unía la no existencia de algún tipo de vía o camino que pudiéramos seguir, ya que nos habíamos desplazado monte a través por la cresta serrana.
Para no perdernos del todo decidimos ir volviendo con algo de inclinación hacia el lado del Narcea ya que era de ese lado donde habíamos aparcado. Pero nos topamos con un problema, la sierra parecía girar algo hacia la derecha. Jose opinaba que estábamos justo encima del túnel, donde la sierra sí gira algo en esa dirección, y que debíamos bajar por allí mismo. Yo opinaba de otra manera, me parecía que habíamos andado bastante más en la ida que lo que llevábamos de vuelta. Yo no era ningún experto con la niebla, sin puntos de referencia estoy tan ciego como cualquiera, pero mi larga experiencia oteando y trazando mapas me hacía tener esas representaciones espaciales perfectamente metidas en la cabeza. El supuesto giro de la sierra no era tal, se trataba, en mi opinión, de un ramal de esta, el que divide el curso principal del Narcea del Regueiru Lus Putseiros. Había que seguir por la sierra todavía durante un rato. Al comprobar que la sierra, o algo parecido a ella, continuaba tras ese giro, fue mi opinión la que prevaleció, aunque Jose nunca dio su brazo a torcer. Con el alma en vilo, porque con la niebla no hay nada seguro, seguimos por la sierra y cuando ya pensábamos, incluido yo mismo, que estábamos realmente perdidos, el entorno empezó a sernos algo más familiar, consiguiendo llegar al punto de partida.
Podría mencionar y lo voy a hacer una tercera experiencia con la niebla, aún más aterradora que las anteriores. En verano, mientras "cortejaba" a mi compañera, me desplazaba a Caguatses d´Abaxu todos los fines de semana. Mi abuela "Mamina", riéndose me decía "tiran más dos tetas que cien carretas". A mí me parecía un comentario machista aquel dicho, pero no se lo tenía en cuenta.
Solía ir en autobús y volver para Cangas en el coche de alguno de los muchos jóvenes que entonces se desplazaban a Vitsablino, donde había más y mejor ambiente que en la Villa. En cierta ocasión hice la vuelta con unos amigos. Era una noche desapacible, en la que se desató una tremenda tormenta, con auténticos rayos y truenos. Ya desde un poco antes de cumbrear el puerto apareció la niebla. Una niebla tan densa que apenas si se veía por donde íbamos. Mis amigos me comentaron que una vez con una niebla similar y sin apenas visibilidad, uno de ellos se había bajado y los había guiado, yendo andando delante del coche, durante un buen tramo.
Pero lloviendo como llovía era impensable que alguien se apease. Creo que entonces no estaban dibujadas, o estaban borradas, las rayas blancas que separan los dos carriles de la carretera y que tanto ayudan en situaciones como estas, llevando el coche por encima de ellas, dándote tiempo a reducir aún más la velocidad o incluso frenar cuando ves que curvean repentinamente.
Debíamos circular a menor velocidad que si fuéramos andando, pero lo peor no era eso. En pleno puerto los fuegos naturales del cielo estallaron sobre nuestras cabezas. Veíamos el refulgir de los erráticos rayos y oíamos el horroroso estruendo que no tardaba en acompañarlos. y no uno ni dos, si no todo un tropel de ellos, sucediéndose unos a otros durante eternos minutos. Un bonito espectáculo viéndolo y sintiéndolo desde un lugar seguro, pero una auténtica tortura yendo en un coche que puede constituir una buena fuente de atracción y sintiéndote completamente impotente ya que no puedes hacer nada por evitarlo. Estuvimos con el alma en vilo durante no menos de media hora, completamente aterrados. Toda una experiencia difícil de olvidar.