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Roblón de Fonculebrera por su parte de arriba. Foto Ástor. 29 julio 2.017. |
Seguro que el ojeador se vio tan maravillado observando aquellos colosos en declive como mis amigos del Cuelmu y yo cuando visitamos esta zona por primera vez a comienzos de los ochenta. Éramos tres, Chana, Candy y un servidor y la mala suerte con el tiempo jugó, en este caso, a nuestro favor.
Llovía a mares y ello nos hizo desistir de una excursión larga, pero para no desaprovechar el permiso que teníamos optamos por internarnos por Decutsada, metiéndonos por encima del chano del Teso Los Carboneros, monte a través, donde el suelo estaba más despejado y andar no resultaría tan incómodo. Y ¡claro!, acabamos topándonos con los ancianos quercus. Pensamos que estábamos alucinando pues nunca habíamos visto unas moles vivas como aquellas. Nos arrimamos a uno de ellos y entre el tronco y algunas ramas que aún tenía, amortiguaron el aguacero que caía sobre nuestras cabezas.
Continuamos y cuando veíamos otro gran roble, además de alegrarnos, corríamos y nos arremolinábamos en torno a él. A pesar del mal tiempo era muy agradable arrimarse a un ser vivo con semejante envergadura, rozarlo, tocarlo...Acabamos llegando a La Brañina y buscamos refugio, algo que solo conseguimos a medias pues las cabanas ya estaban derruidas, excepto una que los cazadores del Coto de Oubacho habían chapuceado algo. En todos nosotros quedaron aquellas imborrables imágenes de los enormes robles y de las sensaciones que nos hicieron experimentar.
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Aún se lee el contenido de este cartel metálico. De cuando el Monte Oubachu era un coto privado de caza. Partes altas de Decutsada. 28 julio 2.018. |
Con el tiempo seguí emocionándome cada vez que volvía a ver, en otros lugares del Monte o en otros montes, ejemplares semejantes. Incluso me dediqué durante un tiempo a buscar los más ancianos de Munietsus. Pero ocurrió algo que me impresionó sobremanera y que me hizo ver las cosas de otra manera.
Estaba con una excursión, cuando era Guía-Monitor, de un grupo asturiano de montaña que ya conocían Muniellos. Paramos junto al roblón de Fonculebrera y un grupo nos sentamos en el rellano que hay pegado a él por su parte de arriba. Uno de los veteranos cogió su bastón y ante la sorpresa de todos, incluido yo mismo, lo fue introduciendo sin esfuerzo alguno en el árbol, hasta hundirlo por completo. "Está podrido y hueco por dentro" nos dijo al ver nuestra cara de asombro.
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En uno de los grandes surcos del tronco, por debajo del paraguas, fue por donde se introdujo el bastón. 13 octubre 2.000 |
Yo no dije nada pero me llevó unos días asimilarlo. Era una auténtica puñalada trapera porque significaba que el roblón tenía los años contados. Tal fue el desengaño que cuando veía algún otro gran roble, en peor estado, apenas si le prestaba atención. Yo era joven entonces y prefería ver robles maduros en plena pujanza, desbordando energía por sus cuatro costados.
Pero ahora yo ya no cuento los años sumándolos si no que lo hago restándolos: "uno menos". Uno menos ¿para qué?. No se si conocéis una canción de Loquillo que se titula "no volveré a ser joven". Sí, ya se que Loquillo ya no es el que fue, aquel chicarrón que arrollaba en el escenario con una energía increíble. Marchó de Barcelona por su provinciana cultura y llegó al Madrid de entonces, abierto a cualquier innovación, donde el ambiente era más libre y creativo (Madrid, ¿quién te ha visto y quién te ve?). Creando algunas de las canciones y de los álbumes más logrados de nuestro rock. "El ritmo del garaje" (1983) con las guitarras y composiciones del gran Sabino Méndez es una auténtica obra maestra.
La chicha de esta canción se halla en la letra. La primera vez que la oí me sorprendió por su lirismo y hondo significado, no creía que Loquillo pudiera componer de esa forma. Luego me enteré que la letra no era de él. Es un poema de Jaime Gil de Biedma, malogrado poeta que falleció con solo 61 años.
Dice el poema que canta Loquillo:
"Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde.
Como todos los jóvenes yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos.
Envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma.
Envejecer, morir
es el único argumento de la obra.
Tal vez así se responda a la pregunta: "un año menos ¿para qué?
Ahora sigo prefiriendo ver árboles corpulentos y en plena exuberancia vital pero cuando me encuentro con alguno muy viejo y decrépito también le presento mis respetos y ya no los rehúyo. Al fin y al cabo no dejan de ser un espejo para mí.
En aquella lejana excursión también aparecieron robles más jóvenes pero casi centenarios y aparentemente muy sanos. Me llamó la atención el comportamiento de la chica, abrazándose sin pudor alguno a sus troncos. Ella debió de darse cuenta de mi extrañeza y me dijo que estaba recargando su energía porque el roble despedía energía positiva.
"Y la faya ¿también la desprende?" le pregunté yo. "no, la faya es negativa, por eso nunca crece al lado del roble". Me quedé extrañado y le dije "pues aquellos que hay allí son un roble y una faya, y bien juntitos que están". Pero ella se hizo la sueca y siguió metiéndole mano al roble. Para qué discutir, a mí cualquier árbol me transmitía energía positiva, daba igual que fuera un roble, una faya o un humilde xardón, claro que con este último era conveniente mantener las distancias.
Pero aquella efusión demostrada por la chica era digna de tener en cuenta y también acabé yo abrazándome a los árboles, tocándolos y acariciándolos, intercambiando nuestras energías y saliendo siempre beneficiado porque el árbol tiene tanta que siempre da más de la que recibe.
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Un servidor abrazándose a un carbatsu zamorano (Pias), al que no pude abarcar dado su enorme corpachón. Foto Ástor. 24 junio 2.018. |
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La cabeza apoyada en la verruga de este centenario sufreiru (alcornoque) del Aliste zamorano. Foto Ástor. |
En esta opción de Decutsada yo siempre llevaba al personal hasta el Tesu´l Retén, un excelente mirador natural sobre Penas Negras. Era el bosque visto desde fuera, aunque lo de fuera no es correcto del todo pues aún estabas en él, en el bosque. Es para diferenciar los conceptos dentro del bosque, que es cuando el bosque te engulle, del de fuera del bosque, que es cuando tu ves el bosque desde lejos. Dos experiencias distintas pero complementarias que aquí podemos degustar al mismo tiempo, sin prisas, una tras otra.
Allí en el teso nos sentábamos como podíamos y estábamos un rato disfrutando del bello paisaje. Y si alguien se interesaba comentábamos algunos topónimos: estábamos en el inicio del Vatse Fonculebrera y justo enfrente el topónimo se repite, Vatsina Fonculebrera de Penas Negras, que desemboca en el Ríu Munietsus no como aparece en el mapa de colores hipsométrico, si no un poco por debajo de donde lo hace el Vatse.
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Desde el Tesu´l Retén, Vatsina Fonculebrera de Penas Negras en el centro. A la izda Pena el Castietsu y Pena La Lata. A la dcha Pena Cuelgaloscuras y Vatse Penas Negras. 26 julio 2.016. |
Solíamos luego salir hasta un pelín por encima del mirador, desde donde ya se avistaba el Vatse Fonculebrera, indicándoles por donde continuaba la senda, en dura, muy dura ascensión, y el lugar donde se encontraba su fonte, entonces inhabilitada, y el gran roblón. Algunos, interesados en conocerlo, se atrevieron a hacer ese tramo antes de regresar y allá que íbamos, con numerosas paradinas, que aprovechábamos volviéndonos para ver otras perspectivas de Penas Negras, el inicio del Ríu Tixeirúa y el grandioso Sestu Gordu, el más emblemático teso de Munietsus.
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Desde el Tesu´l Retén, Vatse Fonculebrera. 26 julio 2.016 |
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Desde el Tesu´l Retén mirando hacia el fondo de la Reserva, con el majestuoso Sextu Gordu en su centro. 14 octubre 2.000 |
Sabiendo que aquello solo era una parte de Munietsus, seguro que les parecería que la Reserva era interminable y que bien merecería la pena volver a visitarla. Luego, en torno al roblón, en la sombra, apagábamos la calentura experimentada en la subida, casi toda ella a la tiesta el sol. Bebíamos y echábamos un merecido "bocáu" para recuperar energías.
Pero la mayoría de los grupos no se atrevían a subir pues sabían que aún nos quedaba el tramo del río. Por allí ya habían tenido bastante.
Por el río la cosa iba más tranquila si cabe. Yo les daba menos el tostón, comentando cosas que nos iban saliendo al paso, la serrería, el canal de agua, el banzáu...,dejándoles claro que solo iríamos hasta donde ellos quisieran llegar.
Algunos grupos no llegaban ni hasta el Pozu´l Pielago, en donde, fiel a mi costumbre, con los que sí llegaban, bajábamos al río y metíamos los pies, solo los pies, en el agua. Todos se quejaban de lo fría que estaba, pero yo les animaba a que aguantaran todo lo que pudieran porque luego se sentirían como en la gloria. Y así era, tras tener un buen rato los pies sumergidos en el agua, o a intervalos ya que a veces no se aguantaba el intenso frío, al secarse los pies un bienestar comenzaba a extenderse por todas las "dedas" y por el pie entero. Aunque los tuvieras magullados y a punto de decir basta, tras volver a poner los calcetines, un calorcillo parecía recorrerlos y durante no menos de media hora desaparecían las molestias. Y si los pies estaban bien, tras el remojo estarían aún mejor.
Y si luego tras el placentero y pausado regreso te detenías serenamente a observar el río y te dejabas llevar por las calmosas aguas...El tramo del río era el colofón perfecto a un inolvidable paseo por el más emblemático bosque de Asturias y posiblemente de todo el Norte peninsular.
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El agua puede llevarse casi todo, incluso los pensamientos. posa tu mirada en ella y deja que te lleve de viaje. Ríu Mual al final de Prau Nuevo subiendo. 29 julio 2.020. |
"Oye, ¿no sabes que fui a Muniellos?", "y qué, ¿subiste a Las Lagunas?", "no ¡Qué va!", "y entonces ¿qué hiciste?", "algo mucho mejor, conocer y aprender algo sobre sus bosques".
No me despedía siempre de mis temporales compañeros y compañeras en Las Tablizas. Algunas veces parábamos todos-as más abajo, al lado del Cortín de Cadenas, y luego un fuerte apretón de manos, un beso, un abrazo y un "¡hasta la próxima!".
Hoy, sin Guía, los visitantes de Muniellos suben todos como "borregos" a la primera laguna. Con prisas porque a las siete hay que estar en Las Tablizas de vuelta. Sin tiempo para saborear el encuentro con un gran roble, con una engalanada teixu hembra, con una altanera faya, sin tiempo para... Solo andar y andar. Y, al final muchos marcharán con la idea de no volver a realizar jamás una excursión como esta, por el esfuerzo tan grande que supone realizarla.
En Munietsus no puede haber nunca una meta, esta se halla en la entrada de la verja, nada más atravesarla. Ya has llegado, que tus pasos te lleven a disfrutarla y aprender algo de ella.
Ni que decir tiene que la alternativa que les planteé a los visitantes que habían solicitado un guía tuvo muy buena acogida y aunque quede mal que yo lo diga, los resultados fueron aún mejores. Las personas que la realizaron acababan la jornada encantados y dándome las gracias, "de nada, yo también he disfrutado". Y era cierto, yo disfrutaba enfocando la naturaleza desde otra perspectiva, con ejemplos palpables y con una nueva sensibilidad, buscando nuevas vías para acercarse, nuevos caminos para conocerla, amarla y disfrutarla, o por lo menos eso es lo que intentaba.
Algo más de la mitad de los visitantes que yo guie se decidieron por esta alternativa. Solían ser grupos numerosos, aunque tampoco faltaron grupos reducidos, con un mínimo de dos personas.
El más numeroso fue el constituido por once personas de Lisboa, seis de Murcia, tres de Castellón, dos de Madrid y dos de Málaga, que sumados dan 24. Ya sabéis que solo se permitía la entrada de veinte visitantes al día, por lo que supongo que los portugueses fueron los últimos en solicitar el permiso y para no hacerles un feo se les permitió acceder a todos ellos. Algo completamente lógico, la normas se pueden romper cuando hay algo que lo justifique.
Estos portugueses, donde predominaban unos jubilados, cultos y muy interesantes, no habían solicitado guía pero se nos acoplaron en el inicio de Decutsada, en una parada donde yo estaba comentando algunas cosas. Les debió de gustar lo que se decía y al comenzar de nuevo a andar, uno de los mayores se acercó a mí y educadamente me preguntó si podían unirse al grupo. No tuve inconveniente alguno y además en los comentarios que yo hacía siempre enriquecían los diálogos que surgían, con aportaciones de su tierra, con un conocimiento cuajado de experiencia.
Porque mis comentarios no eran clases magistrales en las que uno habla y el resto escucha. Es cierto que yo hablaba mucho pero siempre dejaba abierta la puerta para que otros entraran, planteándose en ocasiones enfoques diferentes sobre cuestiones concretas..