10/15/2020

El Monte y el guía de Munietsus 46

Picachos para trabajar la tierra. Casa Regueras. Caguatses d´Abaxu. Julio 2020.

En los curtinales no solo se cultivaba todo lo necesario para la alimentación humana, si no también bastantes productos con destino a los animales y que no harían si no aumentar a medida que el vacuno se fue estabulando. Otros eran de uso mixto, como los nabos. ¿conocéis el cuento del caldo de nabos?. Es un cuento, como todos los populares, pedagógico que nos contaban para que tomáramos nota de su contenido.
Según él era una familia campesina con recursos limitados y que en ocasiones se veía obligada a utilizar alimentos que también les daban a los gochos y al ganáu. En este caso eran nabos, con los que se hacía un caldo con un sabor, dejémoslo en peculiar.
En la familia había un neno y a la hora de la xanta (comida del mediodía) se negó a comer el caldo. "¡Nun quieru caldu nabos que me fai gumitos!" y lo volvió a repetir varias veces. El padre recogió la escudietsa con el caldo y le dijo: "si no lo quieres ahora lo tendrás pa la cena".
A la hora de la cena le volvieron a poner el caldo, solo el caldo y el crío volvío a repetir: "¡nun quieru caldu nabos que me fai gumitos!". Fue entonces la madre la que recogió el caldo diciéndole: "si no lo quieres pa cenar lo tendrás para almorzar".
Al día siguiente, para desayunar, el niño se volvió a encontrar con el dichoso caldo, nada de tseite o pan con manteiga, solo caldo de nabos. En esta ocasión no dijo nada y comió el caldo con avidez. Tenía tanta hambre que incluso tsambió la escudietsa al terminar..
De ahí en adelante cuando había caldo de nabos en el menú, aunque no le entusiasmaba, lo comía sin rechistar. Los mayores al acabar de contarnos el cuento nos miraban a los ojos para cerciorarse de que habíamos captado el mensaje.

Instrumentos relacionados con las labores agrícolas

Y ya que salió el verbo "tsamber", os contaré una anécdota que me contó mi madre hace poco tiempo y que me hizo mucha gracia. Fue durante un San Xuliano, la fiesta del pueblo. Antes en estas fiestas siempre había muchos invitados a la comida e incluso a la cena del día del santo. Amigos de otros pueblos y también vecinos del propio pueblo a los que se les quería devolver un favor o algún familiar.
Las mujeres se "fartaban" de cocinar, pero se esmeraban para demostrar lo buenas cocineras que eran. Mi hermano Carlos era aún pequeño, por lo que yo sería un mocoso. A nosotros lo que más nos gustaba de estas comidas era el postre, sobre todo el flan, pero no el tradicional flan de huevo, si no el de vainilla que venía semipreparado en unos sobres y que se llamaba El Niño, el famoso flanín El Niño, del que seguramente muchos os acordaréis y que creó que todavía sigue existiendo.
Mi madre estaba atosigada sirviendo la comida y al final cuando sirvió el flan sacándolo del molde en el que se hacía, volteándolo sobre un plato grande, Carlinos atento a la jugada se aferró a su falda y le dijo: "¿tsambu la pota, mama, tsambu la pota?", refiriéndose al molde. Como babía muchos comensales mi madre empezó a sentir verguenza y además Carlinos no cesaba en su empeño,"¿tsambu la pota, mama, tsambu la pota?". Pero los presentes recibieron con gracia la pregunta de Carlinos y la comida terminó jovialmente. Mi madre no me especificó si Carlinos consiguió al final tsamber la pota.
Arado moderno metálico de doble vertedera.


Punta metálica para recubrir la punta de madera de un aladro romano.

Había además numerosas tierras sueltas, separadas de los curtinales, en pequeñas llanadas de las laderas. Mi familia por ejemplo, tenía una en La Medorra, a la que se accedía por la carretera del Counio ya que quedaba por encima de ella, situada entre el Tesu La Ermita y La Fuécara.

La entrada a La Medorra ya se haya impracticable. 29-julio-2020.

La Fuécara era un pequeño entrante en la ladera, sobre roca caliza y material terroso rojizo (rubefación), a la vera de otro entrante mayor situado justo por encima de la casa de mis padres y que llegaba hasta una esquina del Curtinal d´Espina.

Vista parcial de La Fuécara. 29-julio-2020.

Son precisamente esos entrantes, prolongados hacia abajo, los que le dan el nombre a este barrio de Mual: El Fuexu, derivado del latín "fossum-am", hoyo grande y cuyo origen puede deberse a causas naturales como las que presumiblemente provocaron La Fana entre el Regueiru Valdepila y el de Rudarenas, de la que ya hablamos.
Pero tampoco es descartable que aquí haya ocurrido algo parecido a lo ocurrido en Muruecos-Veiconde: la existencia, hace dos milenios de una explotación aurífera o mejor dicho la continuación, en realidad el inicio, de la del Curtinal d´Espina, pero didícil de constatar porque su base está totalmente barrida y transformada por las construcciones del barrio, La Gúerticona y algo de La Veiga. En este caso las chanadas de La Medorra podrían albergar algún embalse lateral de la explotación, trayendo el agua de La Veicietsa, de su regueiru.

Rellano aprovechado por la carretera vinculado a la explotación aurífera del Curtinal d´Espina.


Truébanos y colmenas de mi tío Gonzalo, debajo del Castietso de Farruco de Espina.


Esa disposición de la carretera y del terreno hacía más fácil la introducción de la yerba en el parreiro de nuestra casa. La casa situada ya en pendiente evitaba que el carru pudiera acceder a ella, ni por delante ni por detrás. Colocábamos el carro en la carretera e íbamos tirando la yerba y ella misma o mínimamente ayudada iba bajando hasta la entrada el parreiro teniendo que meterla, eso sí, con forcáus dentro de él.

Entrada del parreiro vista desde la carretera.

Para acceder a la casa había que subir un poco por un estrecho caminín, El Calechón (callejon, del latín "calliculus" que significa senda) que luego, bordeando la casa, ascendía a la carretera y que podía ser utilizado por cualquiera, siendo un atajo para llegar a la nueva vía y a su entorno y que provocaba que cuando lloviera mucho, encauzara el agua hacia él, convirtiéndose en un pequeño regueiru.
La Medorra, rotundo y precioso topónimo del que desconozco su significado, era en su parte trabajada una estrecha y alargada banda con dos trozos llanos y otro algo inclinado, en donde se daban unas excelentes "patacas". En ella vi yo mismo durante mi infancia el proceso de transformación de una tierra arable en un prau de secano, con muy buena producción de yerba.
Era tanta la necesidad de tierras que incluso se utilizaba el sistema de agricultura de rozas, que en Mual se llamaba "cavar borrones". Se hacía en montes comunales cercanos al pueblo y algo pendientes porque los llanos ya tenían propietarios. Se cultivaba básicamente centeno o pan como le llamaban, un cereal muy esclavo que podía prosperar en suelos tan pobres como aquellos y que para abonarlos mínimamente se cavaban y se quemaban los terrones y resto de vegetales existentes, de ahí el nombre de cavar borrones (borrón es el nombre que se le daba a los terrones).
La cosecha, igual que el trabajo realizado, se repartía a partes iguales entre todos los vecinos participantes. El inconveniente es que estos suelos solo se podían usar una o dos veces, luego había que dejarlos descansar durante varios años, unos veinte como mínimo.
En Mual se utilizaron para este fin la falda baja y media de la Pena Moncóu, a ambos lados del Paramio, contra el Cogotso y el Vatse La Cutsada, razón por la cual esta zona sigue teniendo en la actualidad muy poca vegetación arbórea y cuando entra un incendio, que antes eran frecuentes, arrambla con todo.

Faldas de La Pena Moncóu.

Se construyeron algunos pequeños embalses en estos lugares para que los helicópteros apaga incendios pudieran repostar agua en ellos, pero creo que no están aptos para ello, ya que nadie se encargó de su mantenimiento.
Mejor suerte está corriendo otra de las zonas rozadas, en este caso en las laderas del Montecín. 


Laderas del Montecín.

Recuerdo muy bien el estado de esta zona a comienzos de los años ochenta y en donde, excepto el entorno del Chanu Bustietsu en donde había bastantes castaños y algún roble, que también menudeaban en los surcos más marcados de las vatsinas, el resto estaba totalmente pelado, con un matorral muy bajo, lo que me permitía ascender rápidamente al Montecín en las excursiones que realizaba a la Veiga Moncóu, la Veiga Vieja de Fontuteiru, El Cabrón y sierra adelante.
Era como un atajo, aunque a veces tardaba más que si subía al Chanu La Cutsada porque me entretenía recogiendo castañas y tsande que luego iba esparciendo por el monte desarbolado con la esperanza de que alguna semilla enraizara y el bosque se fuera recuperando.
Cuando las vatsinas empezaban a recuperarse algo, ¡zas!, venía un incendio y lo arrasaba todo. El cese del fuego, esperemos que sea para siempre, ha propiciado una sorprendente recuperación. La Vatsina l´Esticheiru, la más amplia, está muy poblada y en sus partes altas, ya casi rozando El Montecín, se han asentado incluso fayas, árbol antiguamente muy abundante en estos avesíus y que presagian su recuperación.

Sorprendente la recuperación de la falda avesía del Montecín

También la vertiente izquierda del Vatse La Cutsada fue algo rozada y cavada como parece indicar el topónimo Vatsina Cavada, aunque debido a su gran pendiente es más probable que la cavada fuera realizada por causas naturales, o antrópicas pero con otra finalidad (¿minería aurífera?). En esta vertiente también las fayas se están recuperando, aunque a menor ritmo, por su orientación algo ladeada respecto al Norte y porque siempre le llegaban los incendios de su vertiente derecha.
A medida que las vacas, por la leche, fueron cobrando protagonismo, también fue cambiando la fisonomía de las zonas rozadas, que se abandonaron del todo, y como no la de los curtinales, disminuyendo las parcelas agrícolas y aumentando los praus. Proceso que se intensificó con el éxodo rural y la aparición de nuevos procesos productivos, algunos de corta duración como la minería del carbón que tanto afectaron a zonas como la nuestra, y otros más duraderos como la terciarización de la economía.
De ahí que el paisaje actual de Mual y su entorno, igual que el del resto de pueblos de prácticamente toda Asturias y del resto del Norte peninsular, esté dominado por el verde de los praus. Eso en el mejor de los casos porque debido a la extinción de la economía tradicional, la mayoría de los terrenos están abandonados. La transformación de los curtinales conforman un paisaje agrario rural que en poco se parece al que existió tiempo atrás.

Más instrumentos agrícolas.


Dura vida la de nuestros antecesores, sin apenas tiempo libre para disfrutar y atareados en su quehacer diario desde que amanecía hasta que oscurecía y no siempre pues por la noche también podían surgir otras tareas: un gocho, una vaca, una ouveicha, una cabra, paridera o enferma. Solo las gallinas se las apañaban ellas solas, los otros animales exigían mucha vigilancia y ayuda.
Vivían al filo de la supervivencia. Un año malo, la enfermedad grave de algún miembro de la familia...podían dar al traste con todo. Gracias a su sangre y sudor vivían las clases "holgazanas" que lo tenían todo, tierras, ganáu...
No solo hay que analizar los recursos naturales que una zona posee, para hacernos una idea de como se vivía en aquellos tiempos también hay que tener en cuente la accesibilidad a tales recursos, muy limitados en todas las sociedades clasistas. Por eso, de vez en cuando damos alguna pincelada sobre cuestiones sociales que nos ayuden a entender la verdadera realidad.
Al acercarnos a la verdadera y dura realidad de los nuestros, se esfuma esa especie de romanticismo, de ideal añoranza, con el que muchas veces se analizan la etnografía y todo el ámbito cultural relacionado con el pasado.
Sobrecoge observar fotos antiguas de la gente de a pie, de los humildes, que antes, como ahora, constituyen la inmensa mayoría. Solo vemos risa, alegría, ganas de vivir, esperanzas...en personas de corta edad y que como mucho llegan hasta la juventud. Los adultos ya no ríen y tal vez preguntan como Quintín Cabrera cuando cantaba aquel poema de Mario Benedetti: "¿de que se ríe?". Personas sin ilusiones, adaptadas a vivir en la miseria y con una insondable tristeza, sobre todo las mujeres, condenadas a un ostracismo que las consumía y que eran consideradas, casi, como un objeto más.
Una distribución de la tierra que les perjudicaba enormemente, ya que la mayor parte de esta estaba en manos de la nobleza, laica o eclesiástica. Ellos eran solo arrendatarios y tenían que pagar una renta a sus propietarios. De los 57.280 campesinos que dicen los historiadores que había en Asturias en 1.797 (sacado del censo de población de ese año), solo 3.139 eran propietarios de las tierras que trabajaban, mientras que el resto, 54.141 eran arrendatarios. Las cifras hablan por si solas, solo un 5,5 por ciento eran propietarios.
Esa era la realidad del Antiguo Régimen y no creáis que las cosas mejoraron durante el siglo XIX. Las tan famosas desamortizaciones liberales de este siglo solo provocaron que un número muy reducido, si acaso un millar y poco más, de campesinos asturianos pudieron comprar la propiedad de sus tierras, de las que trabajaban. Para el resto lo único que cambió fue el propietario al que tenían que pagarle la renta.
Los compradores de la propiedad pertenecían a la burguesía y pasaron a convertirse en rentistas de la tierra, aparte de sus otras actividades e ingresos. Incluso las cosas empeoraron ya que los nuevos arriendos se hacían por periodos más cortos, una media de cinco años y los de larga duración, como los foros que pasaban de padres a hijos, dejaron de hacerse.
 Todo ello acarreó un clima de inseguridad. Además debido a la creciente importación de grano, este, el cereal, bajo de precio y la renta había que pagarla en dinero y no en grano como se venía haciendo antes.
El sistema capitalista, la vertiente económica del liberalismo político, no podía seguir permitiendo que hubiera bienes (propiedades y tierras) que no se pudieran comprar y vender, al tiempo que el Estado se hacía con un jugoso botín. Se incautaron los bienes, bueno una parte de ellos, de la iglesia y de los ayuntamientos, llamados "bienes de manos muertas" porque ni pagaban impuestos, ni se podían vender ni hacer más productivos, poniendo a la venta su propiedad y quedándose él, el Estado, con lo obtenido. Ese es el fondo de la cuestión que hay detrás de las desamortizaciones, vía libre para el capital.
Por fortuna en Asturias, las desamortizaciones apenas si afectaron a los terrenos comunales. Todos los vecinos de un pueblo tenían derecho a usarlos, sin tener que pagar a nadie, siendo el complemento indispensable de la mayoría de los campesinos arrendadores. La extensión de estos terrenos era variable, pero nunca inferior a un tercio de todo el espacio aprovechable. En nuestra zona algunos pueblos tenían más del 50 por ciento de ese espacio.
Pero los montes comunales también beneficiaban a los sectores propietarios, de ahí, en parte, que no salieran a subasta. El beneficio lo podían obtener de dos formas: como vecinos del pueblo ya que tenían propiedades en él , así como partes en el monte comunal, podían llevar, ellos no claro, si no personas a su servicio (pastores) su ganado, que era mayoritario.
O bien haciendo comuña con los campesinos. Les entregaban una o más vacas a cada campesino, pero sin perder su propiedad, obteniendo la mitad de la descendencia de cada res o la mitad de lo obtenido con la venta de las terneras y xatos. Un negocio redondo pues el mantenimiento del ganáu corría a cargo del campesino y este solo lo podía conseguir recurriendo a los pastos del monte comunal. Por su parte el campesino obtenía la leche de la vaca pero sobre todo su energía en las labores propias del campo.
Tampoco la desamortización afectó a la nobleza laica, al menos al principio. La institución del mayorazgo evitaba en el Antiguo Régimen el repartimiento de sus propiedades entre sus herederos. Toda la propiedad era heredada por el primogénito, una medida defensiva del sistema para perpetuarse en el tiempo.
Algo parecido ocurría en el pueblo llano, pero en esta la práctica, el moirazo, estaba relacionada con la supervivencia: repartir entre los hijos el dominio útil de la tierra, eso sí siguiendo pagando la renta correspondiente, haría inviable las nuevas explotaciones que no daban más que para una familia.
Pero a la larga el mayorazgo, tras su supresión formal (dentro del proceso de abolición de señoríos en España) se fue resquebrajando: la herencia se repartía entre todos los herederos y muchos empezaron a vender sus partes. El dinero producía mejores rendimientos en otros sectores, distintos de la tierra y así a no tardar mucho las cosas fueron evolucionando en zonas como la nuestra donde los propietarios de la tierra eran mayoritariamente de mayorazgo, como los condes de Toreno.
No es casual que la venta del Monte Munietsus a empresarios particulares puramente burgueses, se dé a principios del siglo XX. luego más tarde la mayoría de los campesinos fueron comprando la propiedad de unas tierras que llevaban siglos trabajando.. Todavía en algunos pueblos del concejo había personas mayores que se acordaban de ello.
Algo parecido ocurrió con las partes que los antiguos "señores" tenían en los montes comunales: los vecinos con algo de remanente monetario se juntaron y compraron a estos dichas partes y luego se las repartieron entre ellos, en función de lo que cada uno había aportado. Bueno , lo que se repartieron entre ellos fueron las "varas", no el terreno físico porque como ya sabréis los montes comunales tenían, y tienen, un régimen especial de propiedad, "pro-indiviso" que le llaman y que en esencia significa que no se puede dividir en parcelas individuales.
Si tú tienes una vara del monte comunal, la tienes de su conjunto, no una vara concreta de dicho monte con unos límites claramente marcados. Además todo lo que atañe a este tipo de propiedad debe tomarse de común acuerdo con el resto de propietarios. Algo que escapa de la lógica del capitalismo y herencia de tiempos ancestrales donde lo que predominaba era la comunidad y no la propiedad privada y los intereses particulares.
Las varas que los condes de Toreno tenían del monte Mual, casi la mitad de sus, más o menos, 500 hectáreas, fue comprado y repartido entre los vecinos que participaron en la operación.
Debido a herencias y compras como la anterior hay vecinos que poseen mayor proporción que otros en la propiedad del Monte.
Con todo, aún hay algún caso aislado de pervivencia arcaica: los herederos de los condes de Toreno todavía poseen en la actualidad, creó que tres varas del Monte Monesteriu d´Ermu.
Pues bien, en una economía mixta agroganadera como la de aquella época es lógico entender que los animales "estorbaran" cuando las labores agrícolas y otras relacionadas con la del propio ganáu como la recogida de la yerba, se incrementaban y la formula más razonable era la de llevar el ganáu al monte.
Tenían que ir algún día de pastores, pero el resto del tiempo lo podían dedicar al labrantío, teniendo que atender, eso sí, a "la pareja" como se merecía, ya que como ellos todos los días "sudaban" de lo lindo y al ganáu paridero y sus pequeñas crías y luego segar y recoger la yerba seca imprescindible para alimentar al ganáu durante su periodo de estabulación obligatorio, el invierno, alargado con algo de finales de otoño y principios de primavera.












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