6/30/2021

El Monte y el guía de Munietsus 63


Dos formas distintas de aprovechar la yerba de un prau: pastarla, en este caso por ovejas, y recogerla tras haberla segado y dejado secarse. Caguatses d´Abaxu. Verano 2020.

Mi primera experiencia como "pañador de yerba" fue del todo negativa. Mi padre me encontró el trabajo pues un excompañero suyo de la mina tenía vacas y yerba y acepto cogerme para que le ayudara. Fue en Tsamera, un pueblo que yo no conocía.

Tsamera. 5-1-2019.


Tsamera. 30-7-2020.

 

Me he tomado la libertad de utilizar fotos de Fritz Krüger "Fotografías de un trabajo de campo en Asturias (1927)". Editadas por el Muséu del Pueblu d´Asturies. Edición de Ignasi Ros Fontana, con la colaboración de Xuaco López Álvarez. Xixón 1999. La calidad de las fotos, del que las hizo y de la restauración, es excepcional. Gracias.

Para llegar a Tsamera, el último pueblo del Arroyo de la Serrantina (afluente del Ríu Cibea), había primero que ir a Sorrodiles, donde confluyen los ríus de Xinestosu y de Tsamera. Por fortuna en aquella época aún había una línea de bus de ALSA que te dejaba al lado de un bar. Allí para no tener que retroceder al puente que cruzaba el rio y cuya pista ya se metía para La Serrantina, me aconsejaron atajar por el foso de La Torre, un castro y luego torre medieval, por un camino que salía a dicha pista. Luego había que andar un rato y al llegar a una bifurcación coger el ramal izquierdo, el más estrecho. El otro, más ancho y que se acabaría asfaltando, llevaba a Sonande desde donde ascendía a Vatsáu y luego salía a La Chabola donde conectaba con la carretera de El Puertu (Tseitariegus).

Foto de Sonande de Krüger. Fijaros que las cubriciones son variadas: teitus de patsa, tsousas finas de pizarra y tejas, todos de producción local o de las cercanías.


Casa de teitu en Sonande. Foto Krüger.


La misma casa desde otra perspectiva. Fijaros en el gochu, suelto por el pueblo. Foto Krüger.

Desde el cruce todavía quedaba otro rato andando y en el pueblo buscar la casa a la que iba, cercana a la entrada de este pequeño pueblo.

En Tsamera el trabajo era duro, pero peor fue el resto de la experiencia. El paisano era una persona muy bruta y a la antigua usanza. Era como un pater patronus. Decir que era machista es decir poco. Trataba muy mal a su mujer, a la que tenía como una esclava y sin posibilidad de decidir en tema alguno. A la menor contrariedad allá que se liaba a darle golpes e insultos. Sus hijos, que tenía varios, no corrían mejor suerte ante aquel tirano que no dudaba en propinarles auténticas palizas, ¡horrible!.

Lo único bello que vi en aquel pueblo, aparte de la arquitectura tradicional, que entonces no me atraía de manera especial, era el grandioso paisaje que se podía observar desde él. Un enorme valle que se dirige hacia la Cordillera, pegado al del Puertu, con innumerables vatses y vatsinas, surcado en su avesíu por el precioso bosque del Monte´l Sil.

Gran Vatse de La Serrantina, flanqueado por los de Xinestosu y El Puertu. Foto Google.


El avesíu del Vatse La Serrantina, surcado por el imponente Monte´l Sil, un BOSQUE con mayusculas y por numerosas brañas y camperas. En primer termino la Braña de Tsamera. Foto Google


El Monte´l Sil en enero, el día 5 de 2019.

Lo tuve enfrente mismo cuando estuvimos segando y pañando la yerba de unos praus de La Braña, en donde había no grandes si no grandísimas cabañas. Tanto que parecían auténticas casas. La que poseía el paisano, que fue la única que pude ver en detalle, me sorprendió sobremanera, con un enorme parreiro en la parte superior cuya entrada quedaba por encima de la jamba horizontal que presidía la puerta de entrada a la parte inferior. En esta parte el interior estaba dividido en diferentes espacios, unos para uso humano y otros para uso animal: cocina-comedor, cuarto para dormir y cortes. Nunca había visto en Mual y su entorno algo parecido.

El bosque estaba bordeado por sus partes bajas, cerca del curso de agua principal, por numerosos praus, donde muchos de ellos ya parecían estar abandonados. Lo que daría yo entonces por perderme por aquel amplio bosque, donde me dijeron que había enormes fayas, y deleitarme con una presencia más agradable y pacífica que la que brindaba aquel hombre del Paleolítico Inferior.

El Monte´l Sil, cubetas glaciares, camperas, grandas y un deslumbrante bosque. 5-1-2019.

Hurgando en la memoria he descubierto que al año siguiente volví de nuevo a Tsamera. Lo he recordado por el tema de unas alpacas. Al final de mi primera estancia habíamos llevado varios tractores de yerba suelta y como no cabía en el parreiro o era muy difícultoso meterla, hicimos una gran "facina" en "la era" de la casa, donde antiguamente, como ya vimos en otra parte, se separaba el grano de cereal de la patsa, y que ya no se utilizaba. La yerba no estaba seca del todo, pero la llegada de lluvias nos obligó a hacerlo así.

Luego el tiempo mejoró y el paisano decidió alpacar aquella yerba, con la alpacadora de un vecino al que solía contratar para toda su producción. Me tocó a mí subir a la facina porque su gran tamaño impedía apearla desde abajo y desde allí ir desmontándola a forcadáus, mientras que otros, abajo, la acercaban a la máquina. Tenía los pies achicharrados por el calor que despedía la facina y muchas capas de yerba ya estaban enmohecidas, pero el patrón decidió alpacarla toda, algo que le costó hasta a la máquina que cada poco se paraba.

Para meter las alpacas en el parreiro nos vino a ayudar un chaval del pueblo, más joven que yo pero que se ufanaba de su gran fuerza. Según él era capaz de coger una alpaca con cada mano y lanzarlas por el aire. Cuando vio que yo cogía una alpaca y que tenía dificultades para desplazarla, triunfante decidió hacerme una demostración. Pero al coger una alpaca con una sola mano fue incapaz de levantarla "hostia, pero si esto pesa como un morrillo" (un morrillo es un canto rodado grande y muy pesado). Ya mermada su chulería volvió a coger una y trasladarla, también con problemas. Las alpacas pesaban una exageración y las cuerdas casi te cortaban las manos aunque utilizaras guantes.

Aquel peso no era frecuente, para que os hagáis una idea del peso de una alpaca normal, pensad que cuando se cargaban en el tractor para llevarlas del prau a casa, las que iban en las partes más altas se pinchaban con el forcáu para levantarlas y "apurrirlas" mejor al que las iba colocando. El mundo de las alpacas ha evolucionado mucho desde aquél entonces, ligado a una ganadería cada vez más tecnificada y a mayor escala. Os mostraré algunas imágenes con sus respectivas notas para que lo entendáis mejor.

Alpaca tradicional, cerca de Los Bayos, León. Dimensiones: 83 X 35 X 44 cm. 


Alpaca tradicional en detalle.


Rolo de hierba seca, de mucho mayor tamaño. Navatejera, León. 12-8-2020.


Otros fardos de yerba seca circular.


Pacas de forraje, hecho con placas de polietileno (una especie de plástico) donde la hierba se mete al poco de segarla y donde fermenta como en un silo y produce un buen forraje húmedo, con una duración en torno al año tras su apertura. Caguatses d´Arriba. 11-7-2020.


Pacas de forraje en Muruecos, Mual. Esta nueva forma de utilizar la yerba ofrece ventajas, pero también inconvenientes, se necesita una maquinaria específica para su empaquetado y su desplazamiento. ¿Sabéis donde acaba el plástico tras su uso?, viendo alguna vallada es fácil de deducir. 31-7-2020.


Alpacones, como las alpacas pero mucho más grandes, solían ser de paja. Navatejera, León. 30-6-2020.

Intrigado por el destino de aquellas alpacas, el segundo verano en Tsamera le pregunté al dueño. "Tuve que tirarlas todas, no sirvieron ni para "mutsir" la corte" fue lo que me dijo.

Por aquel entonces, creo que fue en 1979, ya solo un vecino del pueblo recogía la hierba de forma tradicional. Era todo un espectáculo y un gusto para la vista ver a aquella persona, ya mayor, ataviada de una forma peculiar, con chaleco y unos gruesos calcetos (calcetines) de lana, muy visibles porque las perneras del pantalón estaban metidas por dentro, y para rematar calzando unas madreñas. Yo me preguntaba como haría para soportar el intenso calor existente. Iba delante de una pareja de buéis xuncidos a un carru, cargado hasta los topes de yerba. Caminaba con parsimonia y sin prisas y los buéis seguían mansamente aquel ritmo. Luego me enteré que el señor en cuestión era de una de las familias más ricas del pueblo y que tenía contratados a dos mozos que eran los que realizaban las tareas más duras, en especial la siega, que al igual que en la casa donde yo estaba, todavía se hacía con gadaña, y cargar y descargar el carro, metiendo la yerba suelta en el parreiro.

Este segundo verano estuve menos tiempo en Tsamera pues vino muy buen tiempo, tanto que cuando volvimos a La Braña, un prau con poco riego tenía la yerba completamente seca. El paisano intentó segarla pero la gadaña resbalaba sobre ella y exigía mucho esfuerzo. ¿Sabéis lo que decidió?, pues nada más y nada menos que prenderle fuego. La yerba desapareció en un plis-plas, pero no creo que fuera la mejor opción, a lo que se unía el peligro que suponía que el fuego se extendiese por el monte, en una ladera de solano totalmente desarbolada y en donde Tsamera tenía alguna braña más pero a donde ya no se subía el ganáu y en donde como mucho se segaban y recogían algunos de sus praus.

Las brañas de Tsamera están en el solano del valle y hay tres por lo menos. La primera está detrás del primer teso y se ven sus prados. Le llaman La Braña de Tsamera, sin más. 5-1-2019. 

El último día de mi estancia también asistí a una escena muy triste. Aparecieron por la casa dos portugueses, uno joven que trabajaba en las minas de Tsaciana y otro ya muy maduro, venido recientemente de Portugal esperando encontrar trabajo en las minas. Pero los tiempos habían cambiado, La crisis del carbón ya se había iniciado y ya no había puestos de trabajo. Y allí, en casa de aquel "bárbaro" quedó aquel hombre con la esperanza, al menos, de poder comer, pero sin nada más porque el dueño era muy tacaño y no prometía un sueldo. A mí, por ejemplo, fue una miseria lo que me pagó cada temporada.

Ya no me daba tiempo para coger en Sorrodiles el último bus del día. Pero tenía tantas ganas de salir de aquella casa que decidí no esperar al del día siguiente. Me puse en marcha, sin importarme tener que bajar andando hasta Cangas, a pesar de los muchos kilómetros de distancia y la incomodidad de cargar con la ropa que había subido. Tuve suerte y al poco un coche se detuvo y me bajó.

Mejor pagado y mejor experiencia en general tuve en mi tercera temporada. Fue de nuevo mi padre quien me encontró el sitio mientras yo estudiaba, esta vez en El Puertu de Tseitariegos.

El Puertu una gran veiga repleta de praus. 11-8 2020.

En El Puertu toda la yerba se segaba con segadora, salvo alguna orilla, y se alpacaba. No hacían falta segadores y el útil más utilizado, aparte de las propias manos, era el forcáu. Aquí la yerba, a diferencia de la de Tsamera, era muy fina y menos alta y no había necesidad de arramarla ni de darle la vuelta más que en algún punto concreto, por lo que se secaba muchísimo antes. También cambiaba la fecha pues al estar a mayor altitud, la yerba maduraba más tardíamente, segándose a finales de julio y durante agosto. Y eso como pronto pues como decían en el pueblo antes se segaba aún más tarde.

Éramos una pequeña cuadrilla: la máquina, la segadora, la manejaba un chico de Brañas d´Arriba, propietario de ella y contratado con esa finalidad y al que conocía porque habíamos coincidido en el Instituto de Cangas. Había dos o tres mozos más, de otros sitios y el encargado de la hacienda y su familia, que no eran los propietarios de ella. Solo trabajaba con nosotros el hijo del propietario, un chico algo más joven que yo.

En aquella época yo estaba estudiando Geografía e Historia en la Universidad d´Uviéu y aprovechaba el periodo vacacional para trabajar y sacar unas pelillas, algo que ya había hecho anteriormente durante los estudios en el Instituto, aunque en aquella época lo hice de camarero en distintos bares de Cangas. Mi padre, sabiamente, lo había decidido así para que pudiera comprobar de primera mano lo que costaba ganarse la vida y no olvidar que era hijo de obreros.

La vida del estudiante es particular, Trabajas mucho con la vertiente, dejémosla en intelectual, pero muy poco, en realidad nada, con la física. Aspecto que se incrementaba a finales de curso, en mayo y junio, en que apenas salías de casa y estabas doce o catorce horas estudiando, sentado delante de una mesa e incluso tumbado. Y luego haciendo los exámenes finales.

Sabiendo a lo que me iba a enfrentar, jornadas de sol a sol, o sea desde que amanecía hasta que oscurecía, solo interrumpido por las comidas y un breve descanso al mediodía para evitar el momento en el que el sol apretaba más, me empecé a preparar algo durante ese final de curso. A principios de mayo comencé a hacer footing, correr, pero no a toda pastilla si no manteniendo un ritmo sostenido durante un tiempo determinado, corto al principio pero en aumento cada día que pasaba, hasta llegar a un pico de dos horas corriendo sin parar.

Salía una veces solo y otras con mi hermano Carlos que estaba entonces en Uviéu, donde llevaba el bar de Biológicas y que se animó a hacer algo de deporte. Como las calles de Uviéu estaban muy contaminadas por el intenso tráfico que soportaban y eso de correr aún no estaba bien visto, siempre nos dirigíamos a las afueras. Es increíble lo que llega uno a recorrer corriendo suavemente, creo que acabamos circunvalando Oviedo en todo su perímetro, un día por un lado y al siguiente por otro. Recuerdo que una vez nos salió un perro y viendo que nos daba caza, salté a una pared de piedra y cogí un buen pedrusco. El perro al verme parar se asustó y pegó la vuelta de inmediato y no volvió a aparecer. También subíamos a un centro deportivo abierto y dábamos vueltas y vueltas a un campo de fútbol. Al acabar una ducha en agua fría y otra vez a estudiar.

El footing me venía muy bien para adquirir un buen fondo físico pero no me sirvió para mitigar los efectos del roce continuado en mis manos de un objeto, el forcáu, pesado o muy pesado por la yerba que manipulaba. Al acabar el primer día de trabajo en El Puertu, y a pesar de utilizar guantes, tenía las manos desolladas, cubiertas de bojas (ampollas) y con bastantes molestias. Cuando me las vio el hijo del dueño, que también estaba estudiando como yo, me dijo: ¡uff!, no se si mañana podrás trabajar así" y me recomendó que primero tenía que pinchar y sacar el líquido y parte de la piel de cada boja y luego frotar a fondo esas partes con vinagre, pero que era muy doloroso. 

Me ayudó en la tarea la hija de los encargados, pues dudo que yo solo fuera capaz de hacerlo y ciertamente el vinagre quemaba entre mis manos como si fuera alcohol puro. Los efectos fueron increíbles, las heridas quedaron como cauterizadas y con algo de cuidado pude seguir trabajando los días siguientes y pronto en lugar de bojas me salieron duros callos en los que el roce ya no me causaba daño.

El prau de encima del coche fue donde me estrené en El Puertu.

Otra cosa con la que había que tener cuidado, mucho cuidado, era con el sol. Tras la dura experiencia en Tsamera, en la que el sol pegaba de pleno y que me provocó desde quemaduras hasta la sensación, en algunos momentos, de ausencia de energía, decidí tomar alguna precaución: llevar una gorra con visera o mejor aún un sombrero para evitar que el sol calentara en exceso la auténtica "sala de control" de todo el organismo, el sembrao de la azotea que cantaba Potato en su célebre canción "Paco pecao", y procurar también proteger la piel de tan peligroso elemento. Para ello alternaba el uso de diferentes prendas de vestir, usando manga larga para las horas centrales del día y otras de manga corta o tirantes para las menos calurosas.

El El Puertu me llevé la agradable sorpresa de no sentir el calor agobiante que había sentido en Tsamera. Siempre circulaba una ligera y refrescante brisa, pero la piel se podía quemar (enrojecer) más rápidamente y casi sin darte cuenta. Que la piel se queme es algo muy peligroso que incluso puede provocar cáncer de piel. Lo ideal es comenzar tomando el sol de forma suave, cuando menos calienta, y de forma progresiva. Pero, claro, "apañando" yerba esto es una quimera, te pagaban para que trabajaras no para que tomaras el sol.

El uso de cremas solares, aparte de su engorroso uso, era algo totalmente desconocido en el mundo rural y había que apechugar con lo que el tiempo tuviera a bien de brindarnos. Se te ponía roja la piel y a continuación esta se caía, se te volvía a poner roja y volvías a pelar, hasta que la piel, ya morena, resistía y en vez de pelar se ponía cada vez más negra.

Huellas de las cortas mineras de carbón justo en el límite entre Cangas y Tsaciana, con las odiosas repoblaciones de resinosas. Las zonas de pasto del monte se han perdido para siempre.

Estuve unos quince días en El Puertu y yo no me percaté del cambio, pero fijaros, cuando volví a Cangas, toque el timbre de mi casa y me abrió Mari, mi hermana mayor. "¿si?", me dijo y me iba a decir que no, que no iban a comprar nada, pensando que yo era un vendedor a domicilio al ver tantas bolsas a mi alrededor. Luego se quedó mirándome fijamente durante un rato, como dudando y al final exclamó: ¡coño, pero si es Luisín, ya pensábamos que te ibas a quedar a vivir en El Puerto!". Tan moreno estaba yo que le llevó un tiempo reconocerme.

Praus de El Puertu regados y en pendiente, por encima de Sucuetu.

En El Puertu había amaneceres y atardeceres espectaculares, con un colorido cambiante y vibrante que no percibías tan claramente desde el valle. Eran dos mundos diferentes. El valle era más caluroso, más pesado, más húmedo y denso. En El Puertu todo era más ligero, espacioso, volátil y sin decir ninguna mentira, hasta más elevado.

Praus a los pies del imponente Cuetu d´Arbas, la cota más alta del concejo.


6/15/2021

El Monte y el guía de Munietsus 62

 

Ríu Mual camín de Las Tablizas. 27-7-2018.

La ventaja de los praus de riego sobre los de secano, aparte de producir mayor cantidad, es que el agua permite que la yerba se recupere con mayor rapidez y pueda posibilitar apacentar en ellos mismos al ganado vacuno. Era como si produjera varias cosechas durante el mismo año, exigiendo, eso sí, una utilización diferente.

No creáis que el riego en invierno fuera algo innecesario. El riego permitía que la hierba no se "quemara" por culpa de las heladas. En Mual, como en todos los pueblos de vega de la media montaña, las heladas son habituales. La insolación solar disminuye mucho en invierno ya que el sol, al discurrir más bajo, pronto es obstaculizado por las montañas que bordean los valles. Si no se regaran en ese periodo la yerba se congelaría, adquiriendo un color negro, como el producido por un incendio. Al llegar el buen tiempo esa yerba tiene ya un punto óptimo para "echarse arriba" rápidamente, siendo aprovechada para meter en ellos al ganáu, que tras el duro invierno agradece los frescos pastos, en donde podían permanecer, con visitas diarias, hasta abril como máximo.

Con el riego se conseguía que el prau volviera a desarrollar rápidamente la hierba definitiva, que se segaba, secaba y recolectaba. y después el riego permitía también una buena otoñada, que antiguamente era recolectada y que posteriormente sería apacentada, bien por el ganáu cuando volvía de las brañas o bien por el estabulado para permitirle salir algo de las cortes.

Solo en momentos muy puntuales se dejaban de regar los praus. Uno era cuando se iba a segar la yerba. Unos días antes de la siega se suprimía el aporte del líquido elemento para que la hierba acabara de madurar y para que el suelo se secara y permitiera que esta pudiera secarse sobre su superficie.

También se solía "cerrar el grifo" cuando se llevaba el ganáu a apacentarlos. Esta actividad no es adecuada cuando los praus están encharcados pues como dice la acertada cultura popular "las vacas pacen con cinco bocas": una la que obviamente poseen estos rumiantes y las otras cuatro las constituidas por sus cuatro patas. Cada pisada de sus pesadas patas provoca un hoyo en el suelo encharcado y compromete la productividad de la yerba, llegando a extinguirla, por lo que es preferible que el prau esté lo más seco posible. Este aspecto también sería aplicado cuando las precipitaciones fueran muy abundantes.

Por supuesto, se seguirían manteniendo cerradas las presas cuando se arreglaban estas, operaciones que se hacían tras la recogida de toda la yerba, en la segunda quincena de julio, y que solían durar varios días pues había que revisar y restaurar metro a metro. 

Uno de Lus Pradones de Mual con las presas cerradas  esperando que estas sean restauradas en breve, finales de julio.


Reparando las presas y presinas que riegan un prau en Muruecos, Mual, a finales de julio.

El aprovechamiento del agua para regar los praus era algo a lo que tenían derecho todos los vecinos del pueblo. Las valladas y las presas eran de quienes las hacían (siempre que discurrieran por terrenos de su propiedad, algo que no siempre ocurría, o que al menos fueran de la comunidad) y utilizaban, a veces en común como ya indicamos, pero el agua era de todos por lo que había que regular su utilización para que nadie se viera perjudicado.

Esta partición o división era menos utilizada en el caso del propio Ríu Mual debido a su mayor caudal, ya que la mayor parte del agua de las grandes presadas de las valladas volvía de nuevo al río. No toda se quedaba en el prau, ni mucho menos, pues este se acababa saturando, pudiendo volver a utilizarse valle abajo. Pero en verano el caudal si se veía afectado, siendo necesario su regulación. Pero eran sobre todo los regueiros, con mucho menor caudal, los que necesitaban una mayor regulación.

Para regular el uso del agua existía la vecera del agua, "echar el agua" que se decía vulgarmente. Cada vecino, con praus en la zona, disponía de un tiempo determinado para utilizar el agua. Cerraba el resto de presas y abría la que llevaba el agua a su prau. Luego otro vecino hacía lo mismo con el suyo y así hasta que todos se hubieran surtido, volviendo a iniciarse otra vez la vecera.

El turno del agua que es exactamente lo que significa esta vecera, ha quedado profundamente enraizada en mi memoria por dos hechos luctuosos. Uno fue el accidente del que ya os he hablado. Mi padre y yo habíamos subido desde Cangas a Mual a arreglar las presas del prau de La Cutsada, una labor necesaria y delicada para que el riego de la vecera se fuera repartiendo y cubriendo todo el prau, abriendo lo justo las diferentes salidas que tenían las presas para conseguir ese reparto. Tener en cuenta que el riego no estaba siempre supervisado por alguien, de hecho el nuestro se realizaba por la noche. Se abrían y cerraban los canales que cogían el agua, pero luego era la propia agua al circular por las presas la que se iba distribuyendo según las aberturas con las que se encontrase. 

El segundo suceso fue bastante antes que el anterior pues en aquel entonces aún vivíamos en Mual, siendo yo un mero guaje. Mi padre nos había mandado a Carlos, mi hermano mayor, y a mí a echar el agua al prau de La Cutsada. Era al atardecer y ya estaba oscureciendo. Ya no recuerdo si fue al ir o al volver nos cruzamos en el camino con un mozo del pueblo que iba a hacer o ya había hecho lo mismo que nosotros. Él, como era mayor, no necesitaba compañía alguna e incluso, nos dijo, no le tenía miedo a la oscuridad pues trabajaba en la mina y todos los días se enfrentaba a ella. Lo que es la edad ¿no? porque a Carlinos y a mí, esta si nos asustaba, sobre todo estando solos. 

Camín de La Cutsada. Estado en 2020.


Prau de Sabino y Pilar de Riguilón, mis padres, en La Cutsada. La presa general lo surcaba por su parte superior, por debajo de la pared de deslinde.

Era, además, de una Casa con la que yo tenía mucho trato, sobre todo con un hermano suyo, así que estuvimos charlando un ratín. Al día siguiente se montó un gran revuelo en el pueblo y al final me enteré que precisamente aquel mozo se había matado en un accidente en la mina en que trabajaba. ¡No me lo podía creer!, hacía unas pocas horas que habíamos estado con él, ¡uno no se podía morir en tan poco tiempo!. Luego me acerqué a la Casa, como todos me conocían y cada uno estaba sumido en sus propias emociones, nadie me impidió el acceso y acabé entrando en la habitación donde estaba el muerto. Me parecía que era lo mínimo que podía hacer por él, al menos despedirme. Muchas veces he pensado si hice bien en verlo, porque yo era aún muy pequeño para enfrentarme a ello

Viéndolo allí, metido en aquella caja que lo iba a cobijar durante un tiempo, con la cara amoratada y con restos de heridas, pensé en la fragilidad de la vida y en la muerte como un compañero inseparable de esta. Hoy aquí y mañana sabe Dios, tal vez criando malvas.

Yo era muy crío para plantearme esas cuestiones, aunque tengas la edad que tengas estas no tienen respuestas, aparte de las meramente físicas. ¿Cómo es eso de la muerte?, estar hoy y desaparecer mañana, ¿cómo es posible?.

Todos nos acabamos enfrentando a esos dilemas. Lo he visto posteriormente en mis dos hijos, cuando superada la fase de la inocencia total les empezaron a surgir dudas y angustias y el dolor que sentí en lo más hondo de mi ser por no saber explicárselo. La nada nunca es respuesta para un crío. La "razón" duele en estos casos y a veces envidio a aquellos que creen en algo tras tan funesto suceso. La muerte, la no existencia nunca es fácil de asimilar y su conocimiento supone un punto y aparte en nuestra vida.

Volviendo a los praus, la maduración de las gramíneas, las comunidades herbáceas más abundantes en estas, indicaban el periodo de siega de la yerba. Cuando alguien decía "la yerba ya granóu" significaba que esta ya empezaba a desarrollar y madurar la grana, o sea las semillas. La hierba estaba entonces en el apogeo de su actividad vital, concentrando toda su energía en el desarrollo de las semillas que garantizaban la supervivencia de la especie, su última y más importante misión, algo que comparten todos los seres vivos, tanto vegetales como animales. Propagadores de vida, eso somos en última instancia todos y todas. 

Semillas creciendo en la gramínea. 2020.


Yerba ya granada y casi lista para la siega. 2020.

Era entonces el momento idóneo para segarla. No había una fecha concreta para ello, no todos los años eran iguales, dependía del tiempo que había habido y del que se tenía entonces. En Mual, como en todos lados, la hierba que primero maduraba era, como es lógico suponer, la de los praus de secano, que se comenzaban a segar ya desde principios de junio. La regada o situada a mayor altitud, aguantaba más y se empezaba con ella a finales del mismo mes y la primera quincena de julio.

Durante el proceso de secado y de recogida de la yerba, mucha grana quedaba en el prau, garantizando su renovación. El resto de la grana acabaría en los parreiros, donde por su propio peso se separaba de la yerba y se iba acumulando en las partes bajas y en los bordes. Por cierto, en Mual le llamaban "argana" y se utilizaba como simiente de una tierra o una zona que se quería convertir en prau.

Los recuerdos de la niñez figuran siempre entre los más añorados por cualquiera que tenga dos dedos de frente. Los míos relacionados con la yerba no podían ser menos. Todo era festivo para nosotros en aquella época, éramos muy críos para trabajar y también para aburrirnos porque lo novedoso lo impregnaba todo.

En el prau, durante la siega, nos asombrábamos cuando una gadaña cortaba un escolancio (lución -anguis fragilis. Un lagarto sin patas) y sus partes entraban en un frenesí de estremecimientos y ondulaciones o cuando al quitar la yerba aparecían los restos de un nido o la entrada a una ratonera por donde se escabullían los ratones de campo (apodemus sylvaticus) que a nosotros no nos asustaban y que nada tienen que ver con las ratas de alcantarilla o de cloaca (rattus norvegicus), "chaguanonas" como les llamábamos mis amigos y yo en Cangas, más grandes, feas y hasta peligrosas porque pueden transmitir enfermedades, que llegaron a aparecer por Mual a no tardar mucho.

Recuerdo la imagen de mi primo Pepe Nieves, pertrechado con su rifle de balines, apuntando hacia la salida de una alcantarilla, esperando pacientemente a que alguna asomara el "focico". que era por donde se incrustaba el balín causándole la muerte.

"Arramar" (esparcir la yerba para facilitar su secado) era para nosotros como un juego, corriendo por el prado, entre risas continuas que siempre alegraban a los adultos, y saltando sobre los montones mayores lanzábamos por el aire en distintas direcciones toda la hierba que podíamos coger.

Al final nos peleábamos por subir al carro, encima de la yerba, cogiéndonos firmemente a la "tsuria" (cuerda) que la sujetaba, para que los vaivenes del carro no nos hicieran caer de él. Tirados a la larga y con la cabeza levantada íbamos observando un paisaje que en nada se parecía al visto cuando se caminaba.

Ya en el pueblo cuando pasábamos por delante de una casa que tuviera alguna ventana abierta tirábamos un manojo de yerbas entrelazadas y atadas entre si. Que empezábamos a preparar nada más subirnos al carro, y era una alegría cuando alguno de estos "siñuelos" lograba su objetivo, pensando en la cara de asombro de sus propietarios cuando vieran el regalo "¡pero bueno!, ¿de donde habrá salido esta yerba?".

Nosotros no sabíamos entonces que aquello era una práctica corriente. El supuesto asombrado simplemente esbozaría una sonrisa, regresando fugazmente al tiempo aquel en el que él o ella habían hecho exactamente lo mismo. La ingenuidad y la alegría son siempre contagiosas y los adultos no eran inmunes a ella. "¿quién habrá sido? ¡si lo llego a pillar!" y nosotros reíamos por lo bajo.

Y luego en el parreiro la traca final. Entre carráu y carráu de yerba que se metía en él, dejaban que entráramos los nenos y nenas para "pisar la yerba", para que de esta forma cogiera más cantidad. La yerba se metía suelta, las "alpacas" o fardos de hierba aparecieron después.

En el parreiro, disipado el polvo inicial que sofocaba el ambiente, corríamos, saltábamos, trepábamos a las vigas más altas y nos lanzábamos al aire, como si fuéramos pájaros con alas invisibles, para aterrizar en el mullido suelo. Había que tener cuidado en donde te tiraras, no fuera a ser que te "espetaras" o pincharas con algún "forcáu" olvidado por los adultos y en las vigas también pues no era infrecuente encontrarse con alguna punta, saliente o a medio clavar. 

Los nenos y nenas nos enroscábamos unos sobre otros, nos rozábamos, ajenos aún al ardiente deseo que pronto nos invadiría con la llegada de la pubertad. Tiempo de la inocencia y de la risa continua. ¡Que bello tiempo!.

No terminó con la infancia y el éxodo a la Villa mi relación con la yerba. Esta ya en condiciones muy diferentes. En cinco veranos, durante mi etapa de estudiante universitario, me desplacé a diferentes pueblos del concejo para a cambio de un jornal dedicarme a la recogida de la yerba, sin duda el trabajo más esforzado de los relacionados con el campo.

Vaya por delante que yo no acudía como segador, porque yo nunca supe gadañar, a pesar de intentarlo en varias ocasiones. Veías a un segador habituado a hacerlo y parecía que la gadaña se deslizara sola, pero luego en tu mano arrastrarla costaba un mundo y además había que tener cuidado de no cortarse los pies. Sin hablar del afilado, que ellos hacían en dos o tres frotados y que tu, tratando de imitarlos, no lo conseguías porque la gadaña se negaba a cortar con facilidad. y de "clavuñar" la gadaña mejor no hablar, ese era otro mundo al que yo no podía llegar.

Por fortuna entonces la gadaña se utilizaba muy poco, solo para los bordes de los praus, las zonas muy pendientes y los suelos con muchos recovecos. El resto se segaba con segadora, por una persona que supiera manejarla y supiera algo de su mecánica para solucionar algún problema pasajero.

¿Sabíais que la gadaña (guadaña en castellano) apareció muy tardíamente en Asturias?. En nuestra zona, y el resto del Occidente asturiano, su difusión comenzó ya entrado el siglo XX y está íntimamente ligado con el aumento del ganado bovino, la apertura de praus de riego robados al monte y a los terrenos agrícolas, por la necesidad de acumular más reservas para el invierno y para una estabulación que cada vez era de mayor duración. Antes se segaba como el trigo y el centeno, con "foucina" (hoz de mango corto), lo cual como es obvio llevaba mucho tiempo, compensado en parte porque se segaba mucha menor cantidad de hierba. 

Gadaña en la sebe de un prau en Caguatses d´Arriba. 25-julio-2018.


Gadaña completamente metálica, solo apta para pequeñas siegas. Casa Regueras, Caguatses d´Abaxu-


Dos foucinas, una antigua sin mango y otra moderna con él. Casa Regueras, Caguatses d´Abaxu.

Con la segadora las cosas eran todavía más rápidas y la siega se realizaba en poco tiempo. La mayor parte del tiempo el útil que tenías en las manos era el "forcáu" (horca de dos puntas), instrumento que antiguamente era de madera, de una sola pieza, pero que ya en el siglo XIX las puntas y la unión al mango se hicieron de acero. 

La Ruta a Las Tsagunas 36 El bosque mixto 2. Los Tsagozos.

Ladera derecha de Los Tsagozos, un bosque mixto en donde hasta parece que hay alguna faya. 27 julio 2.018. Nos preguntábamos en el capítulo ...