6/15/2021

El Monte y el guía de Munietsus 62

 

Ríu Mual camín de Las Tablizas. 27-7-2018.

La ventaja de los praus de riego sobre los de secano, aparte de producir mayor cantidad, es que el agua permite que la yerba se recupere con mayor rapidez y pueda posibilitar apacentar en ellos mismos al ganado vacuno. Era como si produjera varias cosechas durante el mismo año, exigiendo, eso sí, una utilización diferente.

No creáis que el riego en invierno fuera algo innecesario. El riego permitía que la hierba no se "quemara" por culpa de las heladas. En Mual, como en todos los pueblos de vega de la media montaña, las heladas son habituales. La insolación solar disminuye mucho en invierno ya que el sol, al discurrir más bajo, pronto es obstaculizado por las montañas que bordean los valles. Si no se regaran en ese periodo la yerba se congelaría, adquiriendo un color negro, como el producido por un incendio. Al llegar el buen tiempo esa yerba tiene ya un punto óptimo para "echarse arriba" rápidamente, siendo aprovechada para meter en ellos al ganáu, que tras el duro invierno agradece los frescos pastos, en donde podían permanecer, con visitas diarias, hasta abril como máximo.

Con el riego se conseguía que el prau volviera a desarrollar rápidamente la hierba definitiva, que se segaba, secaba y recolectaba. y después el riego permitía también una buena otoñada, que antiguamente era recolectada y que posteriormente sería apacentada, bien por el ganáu cuando volvía de las brañas o bien por el estabulado para permitirle salir algo de las cortes.

Solo en momentos muy puntuales se dejaban de regar los praus. Uno era cuando se iba a segar la yerba. Unos días antes de la siega se suprimía el aporte del líquido elemento para que la hierba acabara de madurar y para que el suelo se secara y permitiera que esta pudiera secarse sobre su superficie.

También se solía "cerrar el grifo" cuando se llevaba el ganáu a apacentarlos. Esta actividad no es adecuada cuando los praus están encharcados pues como dice la acertada cultura popular "las vacas pacen con cinco bocas": una la que obviamente poseen estos rumiantes y las otras cuatro las constituidas por sus cuatro patas. Cada pisada de sus pesadas patas provoca un hoyo en el suelo encharcado y compromete la productividad de la yerba, llegando a extinguirla, por lo que es preferible que el prau esté lo más seco posible. Este aspecto también sería aplicado cuando las precipitaciones fueran muy abundantes.

Por supuesto, se seguirían manteniendo cerradas las presas cuando se arreglaban estas, operaciones que se hacían tras la recogida de toda la yerba, en la segunda quincena de julio, y que solían durar varios días pues había que revisar y restaurar metro a metro. 

Uno de Lus Pradones de Mual con las presas cerradas  esperando que estas sean restauradas en breve, finales de julio.


Reparando las presas y presinas que riegan un prau en Muruecos, Mual, a finales de julio.

El aprovechamiento del agua para regar los praus era algo a lo que tenían derecho todos los vecinos del pueblo. Las valladas y las presas eran de quienes las hacían (siempre que discurrieran por terrenos de su propiedad, algo que no siempre ocurría, o que al menos fueran de la comunidad) y utilizaban, a veces en común como ya indicamos, pero el agua era de todos por lo que había que regular su utilización para que nadie se viera perjudicado.

Esta partición o división era menos utilizada en el caso del propio Ríu Mual debido a su mayor caudal, ya que la mayor parte del agua de las grandes presadas de las valladas volvía de nuevo al río. No toda se quedaba en el prau, ni mucho menos, pues este se acababa saturando, pudiendo volver a utilizarse valle abajo. Pero en verano el caudal si se veía afectado, siendo necesario su regulación. Pero eran sobre todo los regueiros, con mucho menor caudal, los que necesitaban una mayor regulación.

Para regular el uso del agua existía la vecera del agua, "echar el agua" que se decía vulgarmente. Cada vecino, con praus en la zona, disponía de un tiempo determinado para utilizar el agua. Cerraba el resto de presas y abría la que llevaba el agua a su prau. Luego otro vecino hacía lo mismo con el suyo y así hasta que todos se hubieran surtido, volviendo a iniciarse otra vez la vecera.

El turno del agua que es exactamente lo que significa esta vecera, ha quedado profundamente enraizada en mi memoria por dos hechos luctuosos. Uno fue el accidente del que ya os he hablado. Mi padre y yo habíamos subido desde Cangas a Mual a arreglar las presas del prau de La Cutsada, una labor necesaria y delicada para que el riego de la vecera se fuera repartiendo y cubriendo todo el prau, abriendo lo justo las diferentes salidas que tenían las presas para conseguir ese reparto. Tener en cuenta que el riego no estaba siempre supervisado por alguien, de hecho el nuestro se realizaba por la noche. Se abrían y cerraban los canales que cogían el agua, pero luego era la propia agua al circular por las presas la que se iba distribuyendo según las aberturas con las que se encontrase. 

El segundo suceso fue bastante antes que el anterior pues en aquel entonces aún vivíamos en Mual, siendo yo un mero guaje. Mi padre nos había mandado a Carlos, mi hermano mayor, y a mí a echar el agua al prau de La Cutsada. Era al atardecer y ya estaba oscureciendo. Ya no recuerdo si fue al ir o al volver nos cruzamos en el camino con un mozo del pueblo que iba a hacer o ya había hecho lo mismo que nosotros. Él, como era mayor, no necesitaba compañía alguna e incluso, nos dijo, no le tenía miedo a la oscuridad pues trabajaba en la mina y todos los días se enfrentaba a ella. Lo que es la edad ¿no? porque a Carlinos y a mí, esta si nos asustaba, sobre todo estando solos. 

Camín de La Cutsada. Estado en 2020.


Prau de Sabino y Pilar de Riguilón, mis padres, en La Cutsada. La presa general lo surcaba por su parte superior, por debajo de la pared de deslinde.

Era, además, de una Casa con la que yo tenía mucho trato, sobre todo con un hermano suyo, así que estuvimos charlando un ratín. Al día siguiente se montó un gran revuelo en el pueblo y al final me enteré que precisamente aquel mozo se había matado en un accidente en la mina en que trabajaba. ¡No me lo podía creer!, hacía unas pocas horas que habíamos estado con él, ¡uno no se podía morir en tan poco tiempo!. Luego me acerqué a la Casa, como todos me conocían y cada uno estaba sumido en sus propias emociones, nadie me impidió el acceso y acabé entrando en la habitación donde estaba el muerto. Me parecía que era lo mínimo que podía hacer por él, al menos despedirme. Muchas veces he pensado si hice bien en verlo, porque yo era aún muy pequeño para enfrentarme a ello

Viéndolo allí, metido en aquella caja que lo iba a cobijar durante un tiempo, con la cara amoratada y con restos de heridas, pensé en la fragilidad de la vida y en la muerte como un compañero inseparable de esta. Hoy aquí y mañana sabe Dios, tal vez criando malvas.

Yo era muy crío para plantearme esas cuestiones, aunque tengas la edad que tengas estas no tienen respuestas, aparte de las meramente físicas. ¿Cómo es eso de la muerte?, estar hoy y desaparecer mañana, ¿cómo es posible?.

Todos nos acabamos enfrentando a esos dilemas. Lo he visto posteriormente en mis dos hijos, cuando superada la fase de la inocencia total les empezaron a surgir dudas y angustias y el dolor que sentí en lo más hondo de mi ser por no saber explicárselo. La nada nunca es respuesta para un crío. La "razón" duele en estos casos y a veces envidio a aquellos que creen en algo tras tan funesto suceso. La muerte, la no existencia nunca es fácil de asimilar y su conocimiento supone un punto y aparte en nuestra vida.

Volviendo a los praus, la maduración de las gramíneas, las comunidades herbáceas más abundantes en estas, indicaban el periodo de siega de la yerba. Cuando alguien decía "la yerba ya granóu" significaba que esta ya empezaba a desarrollar y madurar la grana, o sea las semillas. La hierba estaba entonces en el apogeo de su actividad vital, concentrando toda su energía en el desarrollo de las semillas que garantizaban la supervivencia de la especie, su última y más importante misión, algo que comparten todos los seres vivos, tanto vegetales como animales. Propagadores de vida, eso somos en última instancia todos y todas. 

Semillas creciendo en la gramínea. 2020.


Yerba ya granada y casi lista para la siega. 2020.

Era entonces el momento idóneo para segarla. No había una fecha concreta para ello, no todos los años eran iguales, dependía del tiempo que había habido y del que se tenía entonces. En Mual, como en todos lados, la hierba que primero maduraba era, como es lógico suponer, la de los praus de secano, que se comenzaban a segar ya desde principios de junio. La regada o situada a mayor altitud, aguantaba más y se empezaba con ella a finales del mismo mes y la primera quincena de julio.

Durante el proceso de secado y de recogida de la yerba, mucha grana quedaba en el prau, garantizando su renovación. El resto de la grana acabaría en los parreiros, donde por su propio peso se separaba de la yerba y se iba acumulando en las partes bajas y en los bordes. Por cierto, en Mual le llamaban "argana" y se utilizaba como simiente de una tierra o una zona que se quería convertir en prau.

Los recuerdos de la niñez figuran siempre entre los más añorados por cualquiera que tenga dos dedos de frente. Los míos relacionados con la yerba no podían ser menos. Todo era festivo para nosotros en aquella época, éramos muy críos para trabajar y también para aburrirnos porque lo novedoso lo impregnaba todo.

En el prau, durante la siega, nos asombrábamos cuando una gadaña cortaba un escolancio (lución -anguis fragilis. Un lagarto sin patas) y sus partes entraban en un frenesí de estremecimientos y ondulaciones o cuando al quitar la yerba aparecían los restos de un nido o la entrada a una ratonera por donde se escabullían los ratones de campo (apodemus sylvaticus) que a nosotros no nos asustaban y que nada tienen que ver con las ratas de alcantarilla o de cloaca (rattus norvegicus), "chaguanonas" como les llamábamos mis amigos y yo en Cangas, más grandes, feas y hasta peligrosas porque pueden transmitir enfermedades, que llegaron a aparecer por Mual a no tardar mucho.

Recuerdo la imagen de mi primo Pepe Nieves, pertrechado con su rifle de balines, apuntando hacia la salida de una alcantarilla, esperando pacientemente a que alguna asomara el "focico". que era por donde se incrustaba el balín causándole la muerte.

"Arramar" (esparcir la yerba para facilitar su secado) era para nosotros como un juego, corriendo por el prado, entre risas continuas que siempre alegraban a los adultos, y saltando sobre los montones mayores lanzábamos por el aire en distintas direcciones toda la hierba que podíamos coger.

Al final nos peleábamos por subir al carro, encima de la yerba, cogiéndonos firmemente a la "tsuria" (cuerda) que la sujetaba, para que los vaivenes del carro no nos hicieran caer de él. Tirados a la larga y con la cabeza levantada íbamos observando un paisaje que en nada se parecía al visto cuando se caminaba.

Ya en el pueblo cuando pasábamos por delante de una casa que tuviera alguna ventana abierta tirábamos un manojo de yerbas entrelazadas y atadas entre si. Que empezábamos a preparar nada más subirnos al carro, y era una alegría cuando alguno de estos "siñuelos" lograba su objetivo, pensando en la cara de asombro de sus propietarios cuando vieran el regalo "¡pero bueno!, ¿de donde habrá salido esta yerba?".

Nosotros no sabíamos entonces que aquello era una práctica corriente. El supuesto asombrado simplemente esbozaría una sonrisa, regresando fugazmente al tiempo aquel en el que él o ella habían hecho exactamente lo mismo. La ingenuidad y la alegría son siempre contagiosas y los adultos no eran inmunes a ella. "¿quién habrá sido? ¡si lo llego a pillar!" y nosotros reíamos por lo bajo.

Y luego en el parreiro la traca final. Entre carráu y carráu de yerba que se metía en él, dejaban que entráramos los nenos y nenas para "pisar la yerba", para que de esta forma cogiera más cantidad. La yerba se metía suelta, las "alpacas" o fardos de hierba aparecieron después.

En el parreiro, disipado el polvo inicial que sofocaba el ambiente, corríamos, saltábamos, trepábamos a las vigas más altas y nos lanzábamos al aire, como si fuéramos pájaros con alas invisibles, para aterrizar en el mullido suelo. Había que tener cuidado en donde te tiraras, no fuera a ser que te "espetaras" o pincharas con algún "forcáu" olvidado por los adultos y en las vigas también pues no era infrecuente encontrarse con alguna punta, saliente o a medio clavar. 

Los nenos y nenas nos enroscábamos unos sobre otros, nos rozábamos, ajenos aún al ardiente deseo que pronto nos invadiría con la llegada de la pubertad. Tiempo de la inocencia y de la risa continua. ¡Que bello tiempo!.

No terminó con la infancia y el éxodo a la Villa mi relación con la yerba. Esta ya en condiciones muy diferentes. En cinco veranos, durante mi etapa de estudiante universitario, me desplacé a diferentes pueblos del concejo para a cambio de un jornal dedicarme a la recogida de la yerba, sin duda el trabajo más esforzado de los relacionados con el campo.

Vaya por delante que yo no acudía como segador, porque yo nunca supe gadañar, a pesar de intentarlo en varias ocasiones. Veías a un segador habituado a hacerlo y parecía que la gadaña se deslizara sola, pero luego en tu mano arrastrarla costaba un mundo y además había que tener cuidado de no cortarse los pies. Sin hablar del afilado, que ellos hacían en dos o tres frotados y que tu, tratando de imitarlos, no lo conseguías porque la gadaña se negaba a cortar con facilidad. y de "clavuñar" la gadaña mejor no hablar, ese era otro mundo al que yo no podía llegar.

Por fortuna entonces la gadaña se utilizaba muy poco, solo para los bordes de los praus, las zonas muy pendientes y los suelos con muchos recovecos. El resto se segaba con segadora, por una persona que supiera manejarla y supiera algo de su mecánica para solucionar algún problema pasajero.

¿Sabíais que la gadaña (guadaña en castellano) apareció muy tardíamente en Asturias?. En nuestra zona, y el resto del Occidente asturiano, su difusión comenzó ya entrado el siglo XX y está íntimamente ligado con el aumento del ganado bovino, la apertura de praus de riego robados al monte y a los terrenos agrícolas, por la necesidad de acumular más reservas para el invierno y para una estabulación que cada vez era de mayor duración. Antes se segaba como el trigo y el centeno, con "foucina" (hoz de mango corto), lo cual como es obvio llevaba mucho tiempo, compensado en parte porque se segaba mucha menor cantidad de hierba. 

Gadaña en la sebe de un prau en Caguatses d´Arriba. 25-julio-2018.


Gadaña completamente metálica, solo apta para pequeñas siegas. Casa Regueras, Caguatses d´Abaxu-


Dos foucinas, una antigua sin mango y otra moderna con él. Casa Regueras, Caguatses d´Abaxu.

Con la segadora las cosas eran todavía más rápidas y la siega se realizaba en poco tiempo. La mayor parte del tiempo el útil que tenías en las manos era el "forcáu" (horca de dos puntas), instrumento que antiguamente era de madera, de una sola pieza, pero que ya en el siglo XIX las puntas y la unión al mango se hicieron de acero. 

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