Visión de conjunto del Ríu Refuexu, el valle del medio de Munietsus. Foto Ástor. 29 julio 2017 |
Ya mencionamos el atajo que existía en Sextu Gordu para que la cuadrilla que limpiaba y acababa la senda pudiera acceder más rápidamente al trabajo. Pues bien aquí en el Serrón del Níu L´Aigla también tenían otro atajo. Este comenzaba abajo en Entramburríus di Murteiru, donde se cogía la antigua pista maderera que se internaba por el Ríu Refuexu. Una pista que era una delicia recorrer en aquellos tiempos porque estaba en perfecto estado. Además estaba más separada del río que su homónima del Ríu Tixeirúa. Se iba por la ladera izquierda del valle, con buenas vistas del avesíu, hasta que pasaba a la derecha por La Ponte Alta. Pronto se llegaba a Entramburríus de Refuexu, donde el valle se bifurcaba en dos y desde donde se veía un precioso bosque donde abundaban las fayas. Continuaba un poco, muy poco, por la misma vertiente derecha, ahora ya perteneciente al Ríu Las Gallegas, y de pronto se terminaba la pista.
Localización de los topónimos del Ríu Refuexu (partes bajas) y del Ríu la Candanosa (partes bajas) |
El agreste cerro de El Serrón de las Berzas ya va siendo colonizado por el arbolado, un lento proceso al que aún le falta mucho. Foto Ástor. 29 julio 2017. |
Cumbres del Ríu Refuexu, por detrás de Chanetos. La foto está hecha desde las Penas de Fonculebrera. 28 julio 2018. |
Allí mismo en el río había un sitio por el que se podía cruzar sin mojarse pues habían puesto unas grandes piedras sueltas, saltabas a una, luego a otra y en un plisplás estabas en La Veiga Cruces, llamada así por que era este pueblo, Cruces, el que tenía arrendada esta braña. Te internabas entonces por Refuexu, por una senda bastante marcada. Contrastaban en este valle las dos vertientes, la derecha estaba ocupada por un denso bosque donde resaltaban enormes y altas fayas separadas entre si. Por contra la izquierda estaba en peor estado, más desarbolada y donde había vegetación esta era más baja.
Refuexu, entre el Serrón de las Berzas y el Serrón del Níu L´Aigla. desde aquí no vemos el solano de la Vatsina Refuexu, aún muy desarbolada. Foto Ástor. 29 julio 2017. |
Siguiendo, la senda pronto llegaba a la Vatsina La Yerba y te internabas en un avellanar. Luego la senda empezaba a zigzaguear vatsina arriba durante un buen tramo. Como el suelo era bastante malo, la senda estaba muy marcada y era imposible perderse o extraviarse. Más arriba el arbolado mejoraba bastante seguramente por que se libró de la matarrasa que afectó al espacio más bajo. Ya no muy lejos del cerro el atajo salía de la vatsina y conectaba con la senda larga.
Este atajo lo utilizaron mucho para construir el último tramo de la senda larga que entonces aún no existía, desde debajo de la Braña Los Pradallos hasta la primera tsaguna de La Candanosa. De modo que hasta 1987 no quedó terminada y limpiada esta senda larga y la verdad es que sirvió de muy poco pues pronto fue prohibida, lo que demuestra la falta de previsión por parte de quienes dirigen la Administración, que tan pronto toman una decisión como otra.
Yo conocía bastante bien la primera parte del atajo, el que utilizaba la antigua pista. Ya antes de ser guía había subido algunas veces, estas con Permiso oficial, hasta La Veiga Cruces, tratando de localizar uno de los robles más anciano de todo Muniellos, cosa que conseguí gracias a las indicaciones que me había dado Segundo Cadenas.
La vertiente derecha del tramo de la pista, el avesíu, que era la que se veía desde esta, me recordaba el tramo de Tixeirúa desde Las Varas hasta la Veiga La Folgueirosa, bosques jóvenes pero muy densos, aunque el de este valle era algo mayor ya que se había talado en la década de los cincuenta, diez años antes que en Tixeirúa.
No recuerdo exactamente si fue durante mi primer año de guía o en los siguientes, visité esta zona de forma más continuada. Veréis, a mí me gustan mucho las avellanas y casi todos los años, cuando le compraba la miel a mi tío Gonzalo, este me regalaba una bolsa de ellas. En el entorno de su casa poseía algunos avellanos y las recolectaba. Pero aquel año, por los motivos que fuera, no habían dado ninguna. Pensando en como me podía hacer con ellas pensé en Muniellos. Había avellanos por todos sus valles y vatsinas, desperdigados unos de otros, pero abundaban sobremanera en los lugares donde se habían realizado las últimas talas, en la segunda mitad de los sesenta.
Desestimé los avellanares de Tixeirúa porque quedaban bastante lejos y la antigua pista ya estaba bastante mal, con muchos espinos. Los de Bisnuevo, por el contrario, me parecieron demasiado cercanos. Por su parte los del Ríu Las Fayonas me parecieron muy cercanos a la senda de Las Tsagunas y no era cuestión que los visitantes vieran al guía de Muniellos recolectando avellanas, ¿qué pensarían?...Recordé que en Refuexu, en la Vatsina La Yerba, también los había en gran número y opté por ese lugar, apartado y asumible en distancia.
Durante cuatro o cinco días acudí puntualmente a la cita. Localizados los avellanos, la verdad es que había muchísimos, miraba si tenían frutos y cuando los tenían me las apañaba para "agatuñar" (trepar) y recogerlos , o doblar las ramas y hacer lo propio. El único pero era que se trataba de una labor muy lenta porque los avellanos bravos tienen pocos frutos y muy separados unos de otros. Recogía el fruto, con todo su envoltorio (garrapietsu) y los metía en mi fiel compañera de aquellos tiempos, una bolsa de bandolera de tela verde de las que se se utilizaban en el ejercito. ¿Os acordáis de ellas?, hubo un tiempo en que se veían bastante, llegando incluso a venderse en el rastro de Uviéu. Muy baratas y resistentes. Cuando llenaba la bolsa, terminaba la recolección. Bajaba un trecho y en un tramo donde la senda estaba bastante marcada, con los pies dentro de ella me sentaba, a la vera de un precioso roble, a modo de compañero.
Allí empezaba a separar las avellanas de los garrapietsus para hacer más ligera y menos voluminosa la carga. Tiraba los garrapietsus hacia abajo, fuera de la senda, en un suelo cubierto de luzulas. La labor me ocupaba todo el día, pero lo daba por bien empleado. Llevaba hasta un bocata para comer.
Andar, trepar, respirar, beber agua de arroyos puros, observar, oír, oler, sentir...¿qué más se puede pedir?. Sentir la paz y la armonía que reinaban en aquel lugar, era algo que no tenía precio, un bonito lugar donde aprender a hermanarse con la pródiga naturaleza.
Un día mientras estaba separando las "ablanas" de los garrapietsus me sobresaltó un ruido, algo bajaba por la senda. Pronto apareció un chico algo más joven que yo, que se sorprendió al verme allí sentado, pensé que era la avanzadilla de un grupo, pero no, venía solo. Tras saludarnos le pregunté que hacía tan lejos de la ruta normal de Las Tsagunas y me contesto que había encontrado en la primera laguna una senda muy marcada y que había decidido seguirla. Le pregunté si conocía el Monte y me dijo que no, que era la primera vez que venía a Muniellos. Yo le dije que había tenido suerte de coger el atajo porque si hubiera continuado por la senda larga posiblemente no llegaría de día a Las Tablizas, el me dijo que sí había visto un cruce de sendas pero sabiendo que Las Tablizas estaban valle abajo había optado por coger la que bajaba. Buena respuesta, pensé, pero de todos modos su actitud había sido muy temeraria, actuando así es fácil acabar perdiéndose en el monte pues, muchas veces, hay sendas que no tienen continuación y acabas metido en pleno monte sin saber como poder salir de allí, en cuyo caso lo más sensato es desandar lo andado, volviendo por donde has venido. Aventurarse monte a través sin conocer el monte es aún más peligroso, y más en montes tan grandes como Muniellos, y te puede costar Dios y ayuda salir del atolladero.
Finalmente se atrevió a preguntarme quién era yo y le contesté que era el Guía de Muniellos, quedó asombrado y dijo: "¡eres Luis el guía!, ¿el que estuvo viviendo en un pueblo abandonado?". Entonces el que quedo asombrado fui yo, porque el chico me era un completo desconocido. "Bueno" dije "yo nunca he llegado a vivir en un pueblo abandonado, a lo más ,que llegué fue a estar una semana en uno, en El Curralín".. Le pregunté que cómo sabía esas cosas si no nos conocíamos. Resulta que él era de la Cuenca y que un conocido suyo, sabiendo que iba a ir a Muniellos, le había hablado de mí. Entonces me acordé de un amigo mío, compañero de Universidad, que era de la Cuenca Minera y con el que había comentado la "estancia" en El Curralín. Pero hacía mucho tiempo que no nos veíamos y no sabía cómo se había enterado de mi labor como guía en Muniellos.
Estuvimos charlando un rato y le dije que le diera recuerdos de mi parte al amigo común. Al despedirnos le comenté que siguiera la senda y que cruzara el río por las piedras y que una vez en la pista la siguiera hacia abajo.
Esta actividad recolectora sobre avellanos silvestres me recuerda la que realizaron nuestros ancestros del Aziliense y el Asturiense, que también recolectaban tsande y otros productos silvestres y que combinaban con la caza de ciervos, corzos, xabariles... justo antes de la llegada de la economía productora neolítica (agricultura y ganadería).
La Edad de oro del avellano silvestre en nuestra tierra se dio durante el Periodo Climático Boreal, el segundo del Holoceno después de la última glaciación. Vuelven a subir las temperaturas y las precipitaciones que propician un gran desarrollo de los avellanares, que se expanden por todos lados y que incluso colonizan zonas muy agrestes comportándose como pioneros de la colonización arbórea. Ellos y los abedules dominantes desde el periodo precedente, el Preboreal, son los que colonizan los suelos rocosos y pedregosos dejados por la glaciación, creando algo de suelo sobre el que se van instalando especies más exigentes como los robles. Son precisamente los robles los dominantes del paisaje en la siguiente etapa climática, el Atlántico, recluyendo a los avellanos a espacios más pequeños y húmedos. A pesar de todo los avellanos seguían siendo bastantes frecuentes.
Esta progresión natural, provocada por cambios climáticos, parece que ha quedado grabada en la memoria vegetal. En la dinámica forestal la etapa regresiva de un robledal, por ejemplo después de ser talado y que no consigue rebrotar de raíz o de semilla, es muchas veces la de un avellanar. Cierto es que también contribuyen otros factores: la tala no afecta a los avellanos existentes pues no tienen volumen maderable, pudiendo luego expandirse ante la falta de competencia...Del mismo modo la etapa progresiva de un avellanar siempre concluye con la instalación de un robledal (o un faéu si se da el caso). Esto se aprecia muy bien en Muniellos donde, como hemos visto, los mayores avellanares se instalan en las últimas zonas taladas a matarrasa: comienzos de Bisnuevo, vega de Tixeirúa en su vertiente derecha, partes bajas del Ríu Las Fayonas y Refuexu-Vatsina la Yerba.
Las avellanas, como todos sabréis, proceden del avellano (corylus avellana). Todos conocemos la imagen típica de un ablanu silvestre, más cerca de un arbusto que de un árbol, pero ello es debido a que es un vegetal muy antropizado. O sea, nunca le hemos dejado crecer a su aire, siempre hemos extraído de él sus largas varas o sus fustes para hacer mangos de herramientas y diferentes tipos de cestas. Esas continuas podas nunca le dejaban crecer como un árbol, o sería mejor decir arbolillo.
Hojas de avellano con un tacto rugoso por ambos lados y de buen tamaño. 1 noviembre 2017. |
Para los no muy habituados la hoja puede confundirse con la de una tsamera (ulmus glabra), aunque sin la disimetría de esta. 1 noviembre 2017. |
El avellano es una especie monoica (ambos sexos se dan en la misma planta). Los amentos (flores masculinas) son muy visibles, alargados y salen mucho antes que las hojas, a principios de primavera. |
Las flores femeninas, como suele ocurrir en el reino vegetal, apenas si se ven, estando ocultas en las yemas (esos bultitos de donde saldrán las ramas y las hojas). 1 abril 2018. |
Supongo que también sabréis que las avellanas silvestres difieren bastante de las que producen los ablanus mansos (injertados). Tienen una cascara muy dura, son pequeñas, con una forma que recuerda a la de un supositorio y con un fruto muy reducido. Su sabor es un poco más amargo, pero son perfectamente consumibles. Las avellanas "domésticas" son algo mayores, con una forma más redondeada, su cascara es menos dura, su sabor más dulce y su fruto mayor. Es posible también que haya ablanos mestos, sobre todo en las inmediaciones de los pueblos, donde mansos y bravos se pueden cruzar, dando unas ablanas a medio camino entre ambos tipos.
Ablanu con una buena cosecha de ablanas, a pesar de que estas no se ven muy bien en la foto. 20 julio 2021. |
Avellanas creciendo, aún era julio. y posiblemente mansas al estar en el borde de un camino cercano a núcleos habitados. |
Ablanas bravas (izda) y mansas (dcha) |
Avellanas bravas, aunque posiblemente de un ablanu mestizo. Las bravas puras son aún más pequeñas y duras. |
Ablanas mansas mucho más redondeadas. Las de Mual son pequeñas. |
Fruto interno y cáscaras de las ablanas. |
Romper la cascara de un ablanu silvestre es complicado, con el típico cascanueces es muy difícil. Yo cuando realizaba excursiones de varios días solía llevar una buena provisión de ellas, pero antes las cascaba para no perder luego el tiempo haciéndolo. Y como siempre había alguna silvestre lo hacía sobre una piedra, con un golpe seco y contenido porque si no se machacaba y se mezclaba la cascara con el fruto. Un golpe con otra piedra destinado solo a romper la cascara, pero las silvestres se resistían y las tenías que golpear varias veces. Luego sin separar nada, las metía en una bolsa y listo. Posteriormente las iría separando sobre la marcha, a medida que las iba consumiendo, o al final de cada jornada.
En los últimos años de estudiante en Uviéu, uno de mis compañeros de piso era de León y me llamó mucho la atención unas avellanas que consumía y que eran de su pueblo. Eran muchísimo mayores que las que yo consumía y además su cascara era muy fina y a veces las podías quebrar con la simple presión de los dedos. Su sabor era bueno, pero a mí me gustaba más el sabor montaraz de las ablanas de Mual y además cuando las masticaba evocaba sensaciones gratificantes de contacto con la naturaleza.
También recuerdo que en Cangas algunas veces, no muchas porque el dinero no abundaba, con mis amigos comprábamos unas avellanas torradas (asadas) que vendía una señora a la entrada de la sala de fiestas y del cine. Sabían de rechupete.
La gran ventaja que poseen las avellanas, igual que otros muchos frutos secos, es el de su conservación, pueden durar algunos años, lo único que pasa es que su parte comestible se reduce, arrugándose, a medida que pasa el tiempo, pero en compensación también se vuelven más dulces. Pero para ello es imprescindible un buen secado. Sin él se enmohecen y quedan inservibles. A mí me pasó alguna vez, en algunas salidas si la época era propicia, pongamos septiembre, solía recoger alguna avellana, si las había. Me daba igual que fueran silvestres o de avellanos injertados. Las metía en una bolsa de plástico con la idea de sacarlas luego en casa para que se secaran. Pero en ocasiones, por los motivos que fueran, se me olvidaba hacerlo. Pasado un tiempo y cuando reparaba en ello, las sacaba, pero ya era tarde, estaban perdidas.
En los pueblos, los frutos secos solían tenderse en el parreiro, sobre suelos de madera, donde no llegaba la yerba. Había que esparcirlas muy bien. Los parreiros suelen tener bastante aireación y nada de humedad y pasados unos meses, si los roedores no descubrían el "cubil", los frutos ya estaban secos y se podían juntar en recipientes grandes, normalmente sacas de tela que traspirasen, nunca en recipientes herméticos. Las familias más pudientes o los que dispusiesen de ellos realizaban todas estas labores en los orríus, junto a parte de la producción agraria y la matanza.
Las avellanas también se pueden comer en el momento de la recolección, están muy ricas y son como más lechosas, o incluso cuando se están formando, aunque no hay que pasarse pues el fruto puede ser aún muy pequeño, pero abriendo una se sale de dudas.