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Vatse de Fonculebrera. |
La última visita guiada fue a mediados de noviembre, el día 18, y sirvió para que Munietsus nos mostrara otra de sus múltiples caras.
Aquel año del 2.000 tuvo un verano super seco. Desde finales de junio, todo julio, agosto y parte de septiembre, no cayó ninguna tormenta fuerte. Ya a finales de julio muchos abedules de Penas Negras y otros sitios secos, rocosos y pedregosos otoñaron y perdieron las hojas. En agosto, en esos mismos lugares, las hojas de los robles se pusieron marrones y algunas llegaron incluso a caerse. En el resto del Monte el bosque seguía manteniéndose verde y lozano.
Luego llegó un otoño muy húmedo. Casi todos los días llovía y algunos diluviaba. Pero en noviembre las cosas volvieron a cambiar, llegaron las primeras y potentes heladas y pronto comenzó a nevar con ganas, aunque al principio solo en zonas altas. Con todo la tardanza de las heladas permitió que las hojas de los árboles permanecieran durante más tiempo en estos.
El día de la visita, en Decutsada, se veían algunas fayas aún con hojas, mientras que los robles seguían con la mayoría de las suyas. Predominaban los ocres en este bello espectáculo, más patentes por el día gris que nos acompañó, con esporádicas lloviznas. Había algo de nublo y en los altos la niebla seguía pegada a las cumbres, algo que incluso era frecuente en pleno verano.
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Último tramo de la pista por el solano, vista desde la senda del avesíu. |
Era un grupo de visitantes numeroso, de nueve o diez personas, jóvenes y dispuestos a andar. Así que tras intercambiar opiniones nos pusimos en marcha, iríamos a la primera tsaguna por la senda de Fonculebrera. En Las Tablizas aún no olía a invierno y el día anterior había subido un grupo de gente y este mismo día cinco personas iban por delante de nosotros.
Al principio todo fue de lo más normal, parándonos de vez en cuando a observar el bosque de Decutsada. La ausencia de algunas hojas permitía una vista más penetrante, en donde destacaban aún más los enhiestos mástiles de robles y fayas. Como no hacía sol el andar era más llevadero, sin los sofocones que a menudo provoca el calor del astro rey.
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Última subidina antes de llegar al cruce del Regueiro. |
Salvamos el repecho de Fonculebrera a buen ritmo, solo parándonos para admirar el bello espectáculo de su ladera derecha, su avesíu, por encima del gran roblón, donde ya se veía algo de nieve.
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En pleno ascenso del repecho de Fonculebrera. |
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En la ladera derecha de Fonculebrera ya se veía algo de nieve. |
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Por contra la ladera izquierda de Fonculebrera estaba totalmente despejada. |
El jaleo comenzó justo debajo de la fonte de Fonculebrera. Un roble o una enorme rama se había caído, desgajando un acebo del acebal que hay tras la fonte. Cortaba totalmente la senda y hubo que bordearlo por debajo, sorteando sus ramas y en donde ya había nieve. Nos conformamos con ver el gran roblón desde la senda y a esa distancia lo cierto es que no destacaba tanto.
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Entorno del roblón de Fonculebrera. |
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Roblón de Fonculebrera visto desde la senda. |
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Roblón de Fonculebrera. |
A partir de ahí cada poco había ramas caídas, más o menos grandes, dificultando el paso por la senda y en muchas ocasiones había que bordearlos y a ello hay que añadir que empezó a haber mucha nieve. En todo Sagraos y parte de Tonante fue impresionante la gran cantidad de ramas rotas e incluso árboles arrancados con sus raíces, provocando una sangría en la recuperación del bosque. Árboles jóvenes y sanos arrancados, ramas grandes y medianas desgajadas. Cada árbol herido vera muy menguada su esperanza de vida pues pocos serán capaces de cicatrizar sus amputaciones y otros pasarán directamente a mejor vida.
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Tonante, ladera izquierda sin nieve. |
La causa de esta mortandad hay que achacársela a las grandes nevadas caídas los días anteriores, muy copiosas hasta los 1.000 metros de altitud. Mucha de la nieve caída permaneció en el aire, suspendida en las hojas que mayoritariamente aún permanecían en las ramas de los árboles, provocando una tensión que pocos árboles fueron capaces de mantener. Y como siguió cayendo más y más nieve las roturas se fueron multiplicando por aquí y por allá. Fue el peso de la nieve la causante y pudo ser peor pues parece que el viento tuvo poca participación.
Elementos hostiles y devastadores son los que habitan nuestras tierras, haciendo acto de presencia un año sí y otro también. Si lo piensas detenidamente es sorprendente comprobar como la vida, en especial la de los vegetales superiores, es capaz de sobrevivir y multiplicarse. Toda una lección de superación y resistencia, tan bien aprendida igualmente por nuestra fauna autóctona y por quienes nos precedieron. Claro que en los pueblos de todo el entorno las condiciones no eran tan extremas.
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Tonante, ladera derecha con más nieve. |
Durante el resto del recorrido volvimos a encontrarnos con más de lo mismo, en unos sitios más y en otros menos. La ausencia de muchas hojas permitía tener buena visibilidad desde la senda, pero la verdad es que no se veía mucho, el nublo impedía ver a lo lejos y la niebla hacía lo mismo con las cimas.
A medida que nos íbamos internando más y más en el Monte, el bosque iba perdiendo densidad. Los árboles ya tenían muchas menos hojas y parecían más pequeños, más jóvenes y más separados entre si.
Asomándonos al Ríu Las Fayonas vimos que la nieve había bajado más que en las zonas que ya habíamos pateado. La senda desde La Matona de Tonante hasta el cruce de Vatsina´l Piélago solo aumenta un pelín en altitud. Pero en la gran hondonada creada por las vatsinas del Ríu Las Fayonas y sobre todo en las cabeceras del Ríu La Candanosa, la nevada había sido más intensa y bajado hasta menor altura.
La nieve ya nos llegaba hasta las rodillas y a pesar de que todos llevábamos buenas botas de montaña, ninguno disponía de polainas, imprescindibles cuando se anda sobre nieve blanda como aquella y que impide que la nieve se cuele por encima de las botas y acabe dentro de ellas.
Solo pudimos continuar gracias al caminín dejado entre la nieve por los visitantes del día anterior y por los que iban delante de nosotros este mismo día. Íbamos en fila india y, por supuesto, el guía era quien encabezaba la marcha, inspeccionando y pisando en el surco abierto, a pesar de lo cual había ocasiones en que las botas se hundían más de lo recomendable.
Ni que decir tiene que el ritmo que llevábamos era muy lento y no recuerdo si llegamos a la primera tsaguna. El nublo dio paso a una niebla tan densa que me impidió seguir haciendo fotos. La vuelta fue otra cosa ya que en poco espacio desciendes a altitudes más bajas.
Hasta A Veiga dos Trabóis hubo que ir con mucho tiento, claro que la nieve, bajando, acolcha los pasos y las posibles culadas y hace más cómodo y rápido desplazarse sobre ella. Luego, poco a poco, la nieve fue disminuyendo hasta desaparecer por completo. ¡qué reconfortante volvía a ser pisar un suelo que ya no se hundía y en el que se veía su auténtica naturaleza!.
En fin, la excursión no fue muy gratificante, y pensad que incluso pudo ser peor, que una fuerte nevada nos hubiera sorprendido en medio del Monte. Hay que respetar los ritmos de la naturaleza y ser más precavido y no recomendaría a nadie visitar Muniellos desde noviembre hasta Marzo y en caso de hacerlo limitarse a las zonas bajas y con tiempo despejado.
Mi relación con la nieve es ciertamente peculiar. Ya he comentado en otra parte que no me entusiasma demasiado porque uniformiza enormemente los paisajes.
Pero no siempre fue así, como a cualquier otro niño yo también disfrutaba cuando caía sobre Mual, cubriéndolo todo de un blanco reluciente, teniendo que suspenderse no pocas actividades. Nosotros correteábamos entre ella, hacíamos montones intentando construir un muñeco o algo que se le pareciese. Apretándola algo la transformábamos en bolas que nos lanzábamos unos a otros, imitando lo que hacían los mayores, los mozos, entre si. Reíamos sin parar, nos mojábamos de arriba a abajo y luego nos secábamos delante de la cocina de carbón.
Nos gustaba la nieve porque era como algo mágico, tan sólida y tan blanca y que de pronto desaparecía convertida en agua y porque con ella todo era diferente al resto del año. Pero había que disfrutarla rápidamente porque no todos los años nos visitaba y cuando lo hacía no solía permanecer durante mucho tiempo.
En Cangas sus visitas eran aún más esporádicas, pero eran también muy celebradas. Con mis amigos realizamos auténticas batallas campales en La Vega, en el campo del Instituto. Las bolas ya estaban más duras y había que procurar que no "estamparan" en plena cara, algo que podía resultar muy doloroso. Lo que nunca me atrajo fue ir a el Puertu (Tseitariegos) y esquiar, independientemente de la imposibilidad económica de poder hacerlo. Ni podía ni me interesaba lo más mínimo.
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Impoluta la nieve en la güerta de Casa Regueras (la de mi mujer). Caguatses d´Abaxu. 31 enero 2.018. |
También volví a toparme con ella cuando empecé a salir al monte desde Cangas. Recuerdo haber cogido un ALSA en la villa y subir hasta Pueblo de Rengos. Seguir andando un poco por la carretera e internarme por Regueira Lus Praus, cuya ladera derecha está poblada por un precioso faéu. Estaba empezando a descubrir los bosques y aquel lugar me parecía encantador y además muy a mano. Estabas en Cangas aburrido y sin saber que hacer y en un plis plas te encontrabas allí, inmerso en plena naturaleza y recorriendo un lugar de ensueño.
Era otoño avanzado y el cromatismo era espectacular, ni el mejor Monet (el de los nenúfares), ni el mejor Turner (el de sus últimos cuadros de la marina) podrían competir con él. Junto a las fayas había praus y árboles favorecidos por estos, freinus y zreizales y otros propios del lugar, bedules, capudres...y hasta algún roble. Los colores burbujeaban y disolvían las formas. Todo era color, infinitas manchas de color con insospechadas tonalidades.
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Cromatismo del faéu de Regueira Lus Praus y nieve a mayor altitud que cuando yo realicé esta excursión. 4 noviembre 2.000. |
¡Lo qué darían los pintores impresionistas por ver lugares como este!, tan preocupados como estaban por la luz y como esta acaba modelando las formas. Se dice que Turner incluso llego a contactar con físicos que investigaban la luz ultravioleta. Y decían muchos necios, incluido el Rey inglés, que pintaba como lo hacía porque estaba perdiendo la vista.
También decían eso del genial Monet cuando plasmó sus propias experiencias visuales en el estanque japonés que mando construir en la mansión en que vivía, los famosos nenúfares.
La necedad es contagiosa y hay quienes dicen que las últimas composiciones del gran Beethoven, muy experimentales y alejadas del clasicismo que lo había hecho inmortal, se derivan del hecho de que se había quedado sordo. Sin darse cuenta de que el compositor, cualquier compositor, está oyendo en su interior las partituras que escribe en el papel, sin necesidad de que estas sean reproducidas por los instrumentos.
Nadie dice a día de hoy que los expresionistas abstractos pinten como lo hacen porque se estén quedando ciegos. Son otra forma de representar la materia. Materia que hoy día sabemos que puede ser muy cambiante y que incluso puede resultar invisible a los ojos. Como en el caso de la radioactividad. Decía el Principito de Saint Exupéry que "lo esencial es invisible a los ojos", pero evidentemente ese es otro cantar.
Ascendiendo por aquel faéu que sube a la sierra del Rañadoiro, a media ladera, empezó a aparecer la nieve. Primero aún intercalada entre los fustes del arbolado y luego de una forma más continuada. Nieve bastante blanda en la que se hundían las botas "militares" que llevaba puestas. Pese a que estas pronto dejaron pasar el agua y a la incomodidad de subir por un terreno tan resbaladizo, continué ascendiendo, empapándome no solo de agua si no también de la belleza, de la paz y de la armonía que reinaba en aquel lugar. Hasta que me di cuenta que debía regresar a Pueblo para coger el último ALSA que me devolviera a la villa.
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Nevada primaveral que pronto se deshace. Caguatses d´Arriba. 1 abril 2.018. |
Pasado el tiempo de nuevo volví a lugares con nieve, con mucha nieve, nada más ni nada menos que a Picos de Europa. Estando estudiando n´Uviéu recuerdo unas navidades que fuimos a celebrar el solsticio de invierno a Amuesa, en el Macizo Central.
El solsticio de invierno es el instante en el que el sol se encuentra más alejado de la Tierra. No dura mucho tiempo y se sitúa entre el 21 y el 22 de diciembre en el hemisferio Norte, que es donde se encuentra nuestra piel de toro. Ello se traduce en que es el momento en el que la tierra, su hemisferio Norte, recibe menor insolación. A partir de ese momento los días empiezan, poco a poco, a durar más horas, mientras que la noche se va reduciendo.
Numerosas culturas lo celebran ya que supone el nacimiento, mejor sería decir renacimiento, del sol, el Dios natural de nuestros antepasados. El cristianismo se aprovecho de esta costumbre y situó en esa fecha el nacimiento de Cristo, el llamado hijo de Dios. En el calendario Juliano tal día era el 25 de diciembre pero en 1.587 se cambió el calendario para adecuarlo al astronómico, con el calendario Gregoriano, que aún perdura en la actualidad. Pero para no alterar las costumbres se siguió utilizando el 25 como fecha del nacimiento de Cristo. Navidad significa precisamente eso: nacimiento.
También se celebra el solsticio de verano, entre el 20 y el 21 de junio, el día con mayor horas de luz, a partir del cual y también muy lentamente los días van menguando y las noches aumentando. Se celebraba con hogueras y lo seguimos haciendo. La foguera de San Xuan (24 de junio) era como un intento de ayudar al sol para que este fuera decayendo lo más lentamente posible.
A finales de diciembre, en vísperas del invierno, en Picos de Europa hay nieve y si está nevando es mejor que no lo intentes. Pero no nevaba. Éramos tres amigos e iríamos por separado, reuniéndonos en el Refugio de Amuesa. Yo, poco conocedor de la zona, fui con Manuel, "el montañés", con el que perderse era imposible pues conocía Picos como la palma de su mano y llegamos un día antes del señalado. Lo cierto es que el acceso, salvo algún nevero que tuvimos que superar, fue relativamente sencillo. Pero teníamos pensado subir a otro refugio situado a bastante mayor altitud y estuvimos inspeccionando como se encontraba la ruta a seguir, que Manuel conocía de memoria.
Pero a partir de Amuesa, La Peña estaba completamente cubierta de nieve. Había nevado de lo lindo con anterioridad y ahora esa nieve se mantenía totalmente congelada. Lo único positivo es que alguien había hecho el recorrido cuando la nieve estaba blanda y las huellas, con los encetes marcados por las botas, aún permanecían en esta al congelarse.
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