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Mapa con la toponimia del Primer tramo y parte del segundo del valle del Rìu Tixeirúa |
Continuando con la ruta larga, antes del ramal al Cutsáu y tras superar Penas Negras la senda mejoraba mucho y aunque tendía a continuar ascendiendo lo hacía, más o menos, suavemente, a lo que contribuía un tramo con un precioso robledal con excelentes ejemplares.
Casi sin darnos cuenta nos íbamos internando en el larguísimo valle del Ríu Tixeirúa. Pronto atravesábamos, por su parte superior, un grandioso tseirón (canchal), no olvidemos que estamos en La Tseirona, sin duda él más extenso de todos los existentes en Munietsus.
La Tseirona (nótese la senda por su parte superior). Foto Google |
La erosión periglaciar afectó a todos los suelos de Muniellos donde aflorara la roca madre, estuviera a la altitud que estuviera. Para que este tipo de erosión actúe se necesita un clima bastante más frío que el actual pero que permita al mismo tiempo que en determinados momentos el agua aparezca en estado líquido; esta agua se infliltraría en la roca a través de sus grietas e intersticios y después se congelaría, aumentando de volumen, provocando a la larga la descamación o disgregación de la roca. Esta erosión perduró hasta el 11.000 a.C., en donde ya solo afectaría a las partes más altas, Desde entonces Muniellos se libró de esta actividad.
En La Tseirona, que conforma una vatsina, no hay restos visibles de la roca madre que constituyó su materia prima, solo perduran sus escamas, grandes bloques angulosos más o menos planos y delgados, tan pesados que muchos no se pueden mover por manos humanas, aunque para hacer la senda si se movieron algunos más ligeros; de todas formas desplazarse por un tseirón grueso es muy fácil, subiendo o bajando es como hacerlo por una escalera de peldaños, y a una velocidad de vértigo.
Visualmente el tseirón ocupa menos espacio del que realmente ocupa, todos sus bordes tienen una amplia franja colonizada por árboles y arbustos que lo ocultan, incluso dentro de él han surgido algún que otro roble, pero serán necesarios muchos siglos para que se colonice en su totalidad.
Pero el propio tseirón tiene también su propia belleza, su esterilidad es solo aparente, está lleno de vida, más pequeña y difícil de percibir pero que está ahí; líquenes y musgos pululan por doquier y debajo de las piedras también hay vida animal. Su gran tamaño sobrecoge y cuando el tiempo es bueno, recorrerlo es como meterse en una sauna, no solo deja pasar todo el sol sino que sus rocas también despiden calor. Supone un delicioso contraste para los sentidos en un lugar donde predominan las sombras y las temperaturas frescas y luego todo él constituye un mirador admirable y despejado.
Desde él se ve como comienza a elevarse el majestuoso Sestu Gordu, con sus vatsinas y su extenso y ancho lomo preñados de vegetación, con robles, fayas y abedules repartiéndose a su antojo y según sus necesidades, lo que le hace ser, por derecho propio, el corazón de Muniellos. Justo enfrente y por debajo se ve el final del gran teso, que contrasta mucho con el resto porque se estrecha bastante siendo además muy rocoso. También se ven perspectivas poco habituales del solano del Ríu Munietsus y de las partes bajas del Ríu La Candanosa.
Desde que atravesamos el teso que separa Penas Negras del inicio del valle Tixeirúa y hasta casi el fondo de este valle la experiencia visual es inolvidable, cada poco hay partes con muy buena visibilidad; el valle es alargado, el más de todo Munietsus, y las laderas de enfrente se van viendo en todo su esplendor. Es como acceder a otro mundo, en cada vatsina que entras ves su otra ladera , si te giras algo aparecen las laderas de enfrente del valle: La Piesca, La Chada, Los Ciervos, L´Astaca y hay algún tramo en donde el valle se estrecha algo y es como si tuvieras a tiro esas partes, como si con un poderoso salto pudieras llegar a ellas.
Vertiente izda del Ríu Tixeirúa. de izda a dcha: Regueiro La Boizuna, Vatsina´l Cándanu, Vatsina L´Astaca, Vatsina Los Ciervos y su teso, que conforman el segundo tramo del valle. Foto Google |
Toda esa vertiente es como un imán para la vista, en él medran espectaculares y prietos bosques que ocupan casi todo lo que se ve. Sigues andando y aunque estés en una zona desarbolada, sin necesidad siquiera de girarte, de reojo, sigues percibiendo esa majestuosidad y llega un momento en que te encuentras muy alejado del mundo domesticado y anodino en el que vivimos; estás sumergido en plena naturaleza, arisca y salvaje o tierna y acogedora, según sea el tiempo, tu estado de ánimo y la experiencia que tengas con los bosques.
Harás bien en empaparte la vista y la mente con estos paisajes, porque más adelante podrás experimentarlos, sentirlos, degustarlos desde dentro. Ver, tocar, oler, saborear, escuchar, podrás activar todos tus sentidos a lo largo de un valle tan inigualable como este, incluso dentro de la Reserva y en unas dimensiones tan grandes que contribuyen a aumentar estas sensaciones. Lejos, lejos de todo menos de la naturaleza.
Si seguimos, sería un pecado no hacerlo, tras La Tseirona pronto nos internamos en el probablemente mayor valle de esta vertiente: el Vatse Las Varas, con laderas muy contrastadas. Primero una zona con un robledal muy raro, que no veía crecer con el paso del tiempo, instalado debajo del Cutsáu, una zona muy orientada hacia el Sur (sí, un solano dentro del avesíu) y con un suelo rocoso y seco y en donde además hay un gran tseirón, algo menor que la Tseirona, que en este caso atravesamos por su parte inferior. y de golpe todo cambia en la estrecha ladera izquierda del vatse.
Tseirones de Las Varas y Vatse Las Varas, Pico Tsuis, El Cutsáu, La Crespona (al fondo de esta el Pico Cabrón). Foto Google |
¡Qué sabia es la toponimia!, ¡qué bien describe las peculiaridades del terreno!, haciéndolo a veces de forma poética y comparativa. Ya dijimos en otra parte que en esta zona una "vara" es eso mismo pero de grandes dimensiones, de varios metros de longitud; eran de avellano que es el único árbol-arbusto que puede lograr fustes tan largos y al mismo tiempo tan delgados. Se utilizaban para "vareixar" (varear) las castañas y tirar al suelo los erizos con su preciado fruto; si el castaño no era muy grande se podía hacer desde el suelo, girando en su derredor, pero si era grande o muy grande, los había bestiales porque entonces no había las enfermedades que los están diezmando en la actualidad, había que hacerlo desde el árbol y desde diferentes puntos; la vara tenía que vibrar para conseguir su propósito sin destrozar las ramas y aparte de fuerza el vareador tenía que tener gran pericia lo que provocaba que hubiera personas que se dedicaran a ello, alquilando sus servicios. No eran infrecuentes las caídas y las muertes que estas ocasionaban, pero quedémonos con el significado de vara muy larga.
Aquí, en el cauce principal del Vatse Las Varas, hay un bosque de fayas, un faéu, cuyo aspecto actual sería similar al que presentaba en la época de adjudicación del topónimo : presentar fayas de un solo tronco, rectilíneas, muy altas y relativamente delgadas; decimos relativamente porque en el 87 la media de su perímetro a 1,5 m. rondaba los 2 metros. Es un faéu puro, donde la faya es el árbol dominante, por no decir el único y ocupa la ladera izquierda del vatse, una franja alargada y poco ancha que va desde Lus Pozos de Tsumbón, arriba en la sierra, hasta la unión con la Vatsina Los Eiros, precisamente en el tramo que mira directamente al Norte.
Faéu del Vatse Las Varas, nótese por donde iba la senda en el tseirón que lo precede. Foto Google |
Es una gozada recorrer monte a través esta franja porque excepto en su parte más alta donde las fayas están más separadas y abundan más los ganzos, herencia de su pasado ganadero, el resto está limpio totalmente de arbustos; la única planta que existe debajo de las fayas son las lúzulas (Luzula sylvatica subsp. henriquesii) que no impide el paso, aunque en tramos pindios puede hacer que nos resbalemos. La lucha por la luz, al crecer bastante juntas las fayas, ha hecho que los troncos no tengan ramas laterales hasta bastante altura, resaltando la silueta de los troncos, asemejándose a monumentales varas. El trozo del faéu que atraviesa la senda es corto, pero inolvidable.
Los glaciares no solo afectaron al cauce principal del Ríu Tixeirúa, o a su cabecera, también lo hicieron sobre el resto de vatses y vatsinas; al crear estas, oquedades alargadas, la nieve caída tendía a concentrarse y perdurar más en esas zonas y como no estaban exentas de la ley de la gravedad, esa nieve helada tendía a deslizarse hacia abajo, erosionando en mayor o menor medida sus suelos. En todos los vallecillos hay restos de esta erosión, aunque luego la erosión fluvial, que sustituyó a la glaciar, los ha desfigurado un tanto. Esta erosión glaciar no siempre creó los típicos circos glaciares; en ocasiones no se crearon grandes rellanos, sino una especie de cuenco alargado e inclinado.
Tras el faéu tenemos un ejemplo claro de esto: el Vatse Tseiron que es como un valle colgado porque la erosión glaciar no llegó hasta el valle principal, deteniéndose a cierta distancia de él. La erosión periglaciar afectó mucho a la roca que afloraba tras el paso glaciar y cubrió toda la superficie del vatse de un gran tseiron, aunque sin desfigurar su fisonomía.
Vatse Tseirón, con La Crespa Samartino y La Crespina separándolo del Ganzal Samartino . Foto Google |
Lo más llamativo de este vatse es que está casi totalmente colonizado por el bosque y desde lejos solo se ve este, solo al recorrerlo a pie, o viendo fotos aéreas, nos percatamos de la existencia del tseirón.
Pero las maravillas no han hecho más que empezar, pronto nos encontramos con la "joya de la corona" de todo el Monte Munietsus. Pegado a la senda nos encontramos con dos grandiosos robles y no es una casualidad, los que hicieron la senda los conocían y por eso los hicieron coincidir con esta. El mayor ronda los 6 m. de perímetro y el otro los 5 m., ambos a 1´5 m. del suelo; detrás de ellos creo que había otros dos o tres algo más pequeños pero también notables.
Estaban situados en una zona poco pendiente, creo que cerca del teso que divide el Vatse Tseirón del Regueiro Samartino: La Crespa Samartino, justo antes de la gran granda del Ganzal Samartino.
Restos de la senda en el Ganzal Samartino. Foto Google |
Para no ser menos que sus compañeras la fayas cercanas de Las Varas, también se alzaban como dos grandes velas. El mayor, como los de detrás, ya mostraba claros signos de decrepitud, le faltaba parte de la copa y del tronco superior y se veía que su interior se estaba pudriendo. Pero el joven, claro que joven comparándolo con el otro, parecía estar en perfectas condiciones, en perfecto estado; era sencillamente espectacular, una grandiosa rolla viva que se alzaba manteniendo durante muchos metros un gran diámetro.
Estando solo siempre me he acercado suavemente, en el más completo silencio y con una gran humildad ante este santuario natural. Yo nunca he creído en ningún Dios y todas las religiones me parecen un engaño, pero ante estos "seres" he sentido de cerca la trascendencia, ¿cuántos animales?,
¿cuántas personas han visto deambular a su alrededor?, ¿cuántos...?.
Puedo pecar de ingenuo pero siempre he intentado mantener algún tipo de relación con ellos, no solo admirarlos sino también sentirlos de alguna manera y a mi modo creo que lo he conseguido. Después de estar un buen rato percibiendo su enorme energía, con la misma humildad me despedía de ellos.
¿Qué habrá sido de ellos?,¡ hace tanto tiempo que no los veo!, y lo peor es que es posible que nunca más los vea ya que esta zona está cerrada a las visitas y yo soy ahora un visitante más. Decía el escritor José Saramago que la persona con mayor sabiduría que había conocido en su vida era su abuelo, el cual cuando sintió que la muerte se acercaba a él, se despidió, uno por uno y con lágrimas en los ojos, de todos los árboles frutales de su huerto, sabiendo que nunca los volvería a ver. A mí también me gustaría despedirme del gran roble.
En mi lejana juventud, cuando empecé a interesarme por Muniellos, recuerdo mi interés por conocer donde había grandes árboles para poder visitarlos y conocerlos. Como en el resto de casos relativos al Monte tenía que recurrir a personas del pueblo que lo conocieran a fondo, como Segundo Cadenas, hijo de un guarda de Muniellos, apasionado de la caza y gran conocedor de todos nuestros montes y de muchos de sus secretos. Él y otros me hablaron de que además de estos robles y del de Fonculebrera, había otros dos también muy grandes, uno en el valle del Ríu Refuexu y otro en el Regueiro Bisnuevo.
Localicé el de Refuexu, que fue el roble más gordo que he medido en toda mi vida, unos siete metros de perímetro, pero por desgracia ya estaba bastante decrepito. También localicé el de Bisnuevo pero no recuerdo nada de él, sí recuerdo, aunque no muy nítidamente, el que debió de ser el Rebotson del Campo Counio; este no lo medí, por aquella aún no lo hacía me bastaba con verlos, pero debía ser gigantesco pues le habían hecho un gran hueco en su interior que era como una gran habitación y que yo relacionaba, por aquella,con lo que hacían en USA con algunas de sus gigantescas secuoyas: abrir en ellas un paso para que los camiones pudieran pasar por su interior.
También localicé en el Monte Peloño el roble que pasaba por ser el mayor de la zona, protegido por un muro de piedra en torno a él, y también el roblón que había en la cuesta anterior a Vegabaño, en Sajambre, pero ninguno competía en vigor y lozanía con el de La Crespona de Samartino.
Nunca había visto ni volvería a ver posteriormente un roble como aquel. Comentando su magnificencia con amigos de mi edad de los pueblos cercanos a Mual, todos decían que en sus montes también los había muy grandes, así que para salir de dudas organicé una visita con unos colegas de Xedré. No sé como hicimos para entrar, por supuesto sin permiso, pero recuerdo que accedimos a él desde abajo, no por la senda sino monte a través, subiendo desde la pista que se internaba por Tixeirúa. Cuando estuvieron ante él, maravillados, no les quedó más remedio que aceptar que nunca habían visto nada igual.
Y es seguro que en Munietsus los hubiera aún mayores y en perfecto estado; he visto algunas fotos de árboles apeados con las personas que los habían serrado y estas personas parecían hormigas en relación a las rollas. Se habla de una enorme rolla de roble de 27 m de largo que se llevó por el río Narcea, que previamente tuvieron que adaptar para que pudiera pasar y se decía que dos chicos lo podían recorrer a la larga, yendo pareados y sin tocarse entre si. ¿cómo sería este roble en vida, os lo podéis siquiera imaginar?,¿cuál sería el total de su longitud con todo el tronco y la copa?, ¿cuál su gordura?, verlo vivo sería un auténtico espectáculo. Estaba previsto llevarlo a una exposición pero acabó pudriéndose en el arenal de Pravia. Para bajarlo hasta Cangas, que era donde se colocaba sobre balsas en el río, se tuvieron que empalmar tres carros de cuatro ruedas cada uno. Esto ocurría en la década de los sesenta del siglo XIX, ¿cómo sería entonces Muniellos?. ¿con cuántos gigantes contaría entonces?, me emociono con solo pensarlo.
Pero incluso estos gigantes se acaban muriendo; si algo caracteriza a la naturaleza es su dinamismo, lo que hoy es pequeño mañana sera grande. Todos los seres vivos viven bajo la dictadura del tiempo: nacer, crecer, multiplicarse y morir; para que surja nueva vida es necesario que desaparezca otra, no podía ser de otra manera o al menos no lo es. Lo único que varía son las escalas de ese tiempo; para nosotros esa escala es de todos conocida, los árboles, por su parte, en su gran mayoría poseen una escala más grande, más duradera. Cien años de vida en un roble es una edad respetable, pero sabemos que pueden durar bastante más.
La vida de los árboles es difícil, se hallan sometidos a múltiples peligros, al menos en nuestras latitudes. Una fuerte nevada adelantada, como la ocurrida en el otoño de 2018, cuando los caducifolios aún tienen la mayor parte de sus hojas, puede provocar estragos. Nuestros robles, fayas, abedules... no poseen las habilidades desarrolladas por los árboles típicos de las mayores altitudes, que gracias a su flexibilidad logran desprenderse de la nieve; en los nuestros el peso que sujetan las ramas es superior al que sujetan esas mismas ramas cuando no tienen hojas, resisten hasta que al final acaban tronchándose; y no solo las ramas laterales sino, en muchos casos, también un punto muy delicado del árbol: su copa. El viento también puede ser mortal; cuando es huracanado puede arrancarlos del suelo, troncharlos como si de una gigantesca guadaña se tratara y descuajarles ramas y copas; si además los árboles tienen hojas o nieve los daños se multiplican.
Y a pesar de todo numerosos gigantes medraban por nuestros montes, a veces en lugares más o menos protegidos y otros diseminados, protegidos en este caso por el resto de árboles. Las cortas madereras rompieron estos apoyos mutuos, aunque durante un tiempo perduraron algunos, pero al estar en solitario se vieron más afectados por las inclemencias; las copas a similares alturas forman una barrera en la que el viento, si no es excesivo, puede resbalar, amortiguando su impacto, pero si una copa sobresale mucho será esta la que reciba todo el impacto.
La inmensa mayoría de los antiquísimos árboles o de sus restos que aún perduran en montes como Muniellos, suelen estar ahí no porque pasaran inadvertidos a los "taladores" o porque estos en un acto de conciencia los respetaran sino porque ya no tendrían madera aprovechable.
Las cortas más repetidas a lo largo de la historia maderera de Munietsus fueron las entresacas, una técnica que parece apropiada para la preservación del bosque pero que resultaron ser muy perjudiciales por la forma en que se hicieron. En ellas se seleccionaba un número de árboles, los más grandes que presentaran un aspecto saludable. En las primeras cortas se preservarían algunos grandes y sanos y no se cortarían tampoco los pequeños y todos los grandes con algún síntoma de deterioro.
Los árboles suelen engañar a primera vista a cualquier persona, pueden parecer sanos exteriormente y resultar que están huecos o podridos por dentro; pero los taladores, traídos de fuera, contaban con expertos, en muchos casos ellos mismos, en detectar el estado de los árboles y en seleccionar cuales se podían cortar para producir buena madera.
Al repetirse las entresacas en los mismos sitios, con un intervalo de 75 años antiguamente y 50 años posteriormente, se seguirían cortando los grandes sanos y algunos nuevos y se seguirían dejando los pequeños y los grandes deteriorados. Ello hizo que por todo el Monte hubiera un número exagerado, anormal, de robles grandes y gigantescos, decrépitos en mayor o menor medida.
También pagué yo la novatada que creo que padecimos todos los amantes "Principiantes" de la naturaleza: buscar, encontrar y admirar estos gigantes heridos, que en muchos casos ya presentaban solo la carcasa. Es un error muy frecuente creer que estos restos, por si mismos, hacen que un bosque sea centenario o, para los más osados, milenario.
Con el tiempo y la experiencia mi visión fue evolucionando, estos restos lo único que testimoniaban era que en otros tiempos si formaban parte de bosques, dejémoslo en centenarios, en plural, sin especificar las centenas. Los respetaba por lo que habían sido y por su tesón por seguir, en el mejor de los casos, aferrándose a la vida o dando testimonio de su existencia, por fertilizar y preservar el suelo donde crecía su descendencia y por servir de refugio y de alimento para multitud de seres vivos.
Los respetaba, pero ya no atraían mi atención, prefería, por ejemplo, embriagarme con el fuste que no alcanzaba a ver donde terminaba, camuflado por las ramas superiores de un roble o una faya adultos y sanos, Rodearlos para verlos desde distintas perspectivas, tocarlos, abrazarlos, percibirlos; sentir su potencia y la energía que transmiten. O recorrer zonas donde abundan árboles con esas características, dejándome llevar por su encanto y la magia que crean, o internarme por bosques desconocidos,para disfrutarlos y calibrar su estado, en fin otras numerosas cosas que un arbolado puede ofrecernos.
Os dejo con unas fotos de robles albares y fayas, son de las partes altas de Decutsada y pertenecen al Monte Oubacho, realizadas en 2018 durante una excursión "frustrada",aunque muy interesante, al Pradón de Bisulaz y a esa zona que sin ser de Munietsus esta dentro de su área natural y es una gozada.
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Impresionante fuste de faya, recto hasta la copa. |
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Fuste desnudo de faya. |
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Prometedor inicio de un roble albar. |
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Fuste limpio de albar entre hojas de fayas jóvenes. |
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Precioso fuste recto de un albar. |
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