2/26/2020

El Monte y el guía de Munietsus 33


Otros historiadores hacen recaer el peso de la mano de obra en las propias comunidades indígenas, con la ventaja que ello suponía ya que los indígenas además de procurarse su propio sustento con sus explotaciones agrícola-ganaderas, tenían la obligación de trabajar sin remuneración alguna en las minas, con lo que el oro conseguido por los romanos les saldría casi gratis. Arguyen en su defensa que la utilización de esclavos o de personas asalariadas en las explotaciones podía ocasionar más gastos que beneficios.
Parece innegable que la población indígena del entorno de las explotaciones tenía la obligación de trabajar gratis en las minas, unas determinadas horas diarias, o mejor aún un periodo de tiempo establecido: una semana al mes, un mes al año o el tiempo determinado que sus dirigentes locales les exigieran a petición de las autoridades romanas.
Este sistema podría bastar para aquellas explotaciones de modestas dimensiones. Las aplicadas a yacimientos primarios en donde había que arrancar la roca, a cielo abierto o en galerías subterráneas siguiendo los filones, triturar, tostar y moler en cazoletas de piedra dichas rocas hasta reducirlas a una especie de harina y posteriormente lavarlo para separar el oro. O las aplicadas a terrazas aluviales que solo había que lavar a mano o utilizando canales de madera, con su base cubierta de brotes de "ganzo" y por donde se hacían pasar los sedimentos, disueltos en abundante agua y en donde el oro quedaba retenido.
Lo que ya no está tan claro es que esta mano de obra indígena bastara para las grandes o grandísimas cortas a cielo abierto en las que se utilizaban técnicas como la "ruina montiun" y que en Asturias combinaban lavados de sedimentos y tratamiento de rocas auríferas, mientras que en León predominaban las de lavado de sedimentos, como en la emblemática de Las Médulas. Estas inmensas cortas de las que en Cangas tenemos varios ejemplos, sobre todo en la zona de Las Montañas y en el Ríu Tsuiña (Naviego y Cibea), necesitaban mucha mano de obra, lo que hace pensar en la utilización de mano de obra foránea, mineros profesionales.
En donde fue necesario la presencia de mineros profesionales, el hábitat castreño que sobrevivió a los cambios tuvo necesariamente que conjugarse con otro, de carácter abierto, para albergar a los nuevos mineros.
Castro de Trescastru, importante centro colector del alto Naviego. Foto Google
Los dos grandes castros de Villar de los Indianos (Entre los Castros de Sorrodiles), relacionados con la minería del Cibea. Foto Google.
En el centro castro de Pena la Vara (el Castietso de otardexugu) relacionado con la gran corta de penafurada de Xilán y sus progresiones. 2020
Gran corta de Penafurada de Xilán. 2020

Estos campamentos, muchos de los cuales eran estacionales ya que en invierno se paralizarían la mayor parte de las actividades extractivas, hechos con materiales perecederos (las murallas y defensas pétreas ya no tenían funcionalidad alguna) no han dejado resto alguno y estarían compuestos solo por población masculina y contarían además con otra particularidad puesto que toda su actividad productiva estaría centrada en la minería (mineros profesionales, evidentemente remunerados) por lo que había que surtirlos no solo con los materiales y útiles necesarios para realizar sus labores si no con todo lo necesario para su subsistencia.
Algunos productos de consumo los podrían obtener en las vecinas comunidades indígenas, pero hubo que recurrir a circuitos comerciales más amplios, importando alimentos de zonas cercanas en donde no hubiera minería y contaran con mayor producción agroganadera.
En el Concejo de Cangas, por ejemplo, hay una zona donde, al menos yo, no he encontrado ninguna explotación aurífera y que siempre ha gozado de una larga tradición cerealícola y una gran personalidad propia que le ha valido para ser conocida como "el Partíu de Sierra". En una mera hipótesis esta zona podía ser el "granero" de alguna zona minera cercana.
Algo parecido ocurriría con el aporte de útiles (no exclusivamente mineros pero sí mayoritariamente). En Cangas también hay una zona con una larga tradición, en este caso metalúrgica. Nos referimos a Bisuyo, donde no solo había yacimientos de hierro si no todo lo necesario para su elaboración y transformación. En otra mera hipótesis tal vez Besullo fuera "el horno y la fragua" de parte del utillaje utilizado en las minas del área de Las Montañas.
A día de hoy desconozco si las escorias que encontré en el castro de Tremáu de Carbatsu tienen o no relación con lo que estamos comentando.
Entre el Castietso de Otardexugu y el Covatón de Tabláu hay numerosas y pequeñas cortas a cielo abierto. Foto Google.
El Covatón de Tabláu. Valle del Naviegu. Foto Google

Pero los circuitos comerciales tuvieron que llegar más lejos, abarcando zonas de la Asturias Central (en Galicia y La Meseta ocurriría algo similar con las áreas cercanas pero fuera de sus zonas mineras) o incluso de zonas aún más alejadas, de donde importar útiles específicos o aceite y vino, alimentos básicos de la dieta mediterránea.
Las minas actuaron como motor de cambio económico y social abarcando áreas que sobrepasaban ampliamente el de su emplazamiento.
El tradicional aislamiento de las comunidades ástures saltó por los aires, su economía de subsistencia se hizo añicos y dio paso a otra capaz de producir excedentes y con una finalidad básicamente comercial y en donde ya se daba cierta especialización por zonas.
Estos cambios y el continuo trasiego de personas y de mercancías favorecieron cruces étnicos y culturales que acabaron rompiendo y transformando el propio sustrato indígena y acoplando a las sucesivas generaciones a una realidad nueva, plenamente romanizada, totalmente diferente a la de antaño.
Bosque de Canáu, a la izquierda corta de Penas Furadas Valle del Naviegu. 2020
Penas furadas de Canáu, debajo de la braña vaqueira de Saldepuesto. 2020
Braña de Bimeda y sus explotaciones en forma de concha, típicas en la Sierra de San tsuao. Al fondo a la derecha se aprecia claramente la corta de Penas Furadas de Canáu. Foto Google
Detalle de la corta de Penas Furadas de Canáu, detrás el Covatón de Tabláu. Foto Google.

Nosotros, me refiero a las personas de mi edad, pertenecemos a la segunda generación de una época también marcada por una profunda transformación, social, cultural y económica. ¿En qué se parece el mundo que conoció mi padre en su juventud con el que nos toco vivir a nosotros?, posiblemente en pocas cosas.
Todo el andamiaje cultural: ideas, costumbres, creencias...viene, en última instancia, derivado de nuestra vida material, modelada en su totalidad por el sistema económico imperante; cuando este cambia, los otros lo hacen en cascada.
La tradicional cultura de nuestros padres se tuvo que acoplar a la cultura castellana, una cultura más evolucionada, con una lengua, ciertamente, parecida pero diferente, con nuevas costumbres y nuevas formas de vida, propiciadas por un brutal cambio en las actividades económicas. De una economía agroganadera arcaica y básicamente de autoconsumo, de mera subsistencia, se pasó a otra ya típicamente industrial como fue la minería del carbón.
Nosotros ya fuimos educados en una sociedad distinta, ¿en qué nos parecemos a nuestros padres?, ¿o mejor aún a nuestros abuelos?. Nuestros ancestros, los ástures, padecieron unos cambios similares, solo que estos perduraron durante más tiempo, alrededor de diez generaciones, a razón de cuatro por cada centuria, que fue lo que duró aquella segunda "fiebre minera asturiana" (la primera fue la del cobre y la tercera, de momento la última, la del carbón).
Tal vez algunos-as de vosotros-as penséis que los cambios no son comparables, que los experimentados por los ástures fueron de mayor calado a los experimentados recientemente. Estáis en lo cierto, pero no por ello hay que menospreciar estas últimas transformaciones.
Cambios que hoy vemos como algo normal, ejercieron sobre nuestros padres y abuelos un poderoso impacto, ¿Qué supuso para ellos ver la primera televisión?, aquella caja abombada en la que salían personas hablando, que parecían estar allí, metidas en aquel receptáculo, con un tamaño liliputiense y en donde incluso aparecían paisajes variopintos y realidades ficticias. Algunos desconfiaban y miraban por detrás de la "caja" para ver si había alguien.
Los únicos que no nos sentíamos perturbados éramos los más jovenes, los más niños, pues nuestra mente aún estaba abierta a todo lo posible, todo nos parecía normal.
Grandes cortas a ambos lados del Outeiro: Las Cuevas de la Veiguitina, Las Murias, la Fonte´l Mouro, Penafurada y otras que quedan por encima y no aparecen en la foto de Google, Valle del Naviego.
Detalle de las cortas de un lado del Outeiro. 2020

Recuerdo que de pequeñín, cuando en Mual todavía no había ninguna televisión, que los domingos, muy temprano, todos en mi casa salvo la abuela y alguno de los más peques de mis hermanos-as, nos preparábamos y bajábamos andando a La Venta (Ventanueva) y como si fuéramos a un gran acto, entrábamos en el único bar que había entonces, nos sentábamos y quedábamos boquiabiertos viendo y oyendo la TV que allí había. Era en blanco y negro pero era como un poderoso imán que atraía nuestras miradas y exigía nuestra atención.
Repetimos varias veces tan atractivo suceso, entusiasmados todos con él y deseando que llegara pronto el próximo domingo. Al final mi padre y mi madre decidieron comprar un artilugio similar, la primera TV particular de todo el pueblo (en el bar de Abel ya habían hecho lo propio) y que constituyó durante un cierto tiempo un foco de atracción al que acudían numerosos vecinos.
También recuerdo, más nítidamente porque fue ya estando de guía en Muniellos, cuando instalaron el primer teléfono público en Mual, en el bar del medio del pueblo, el de Castaño.  La gente hacía cola o esperaba una llamada pactada con anterioridad. Todos muy serios delante de aquel poderoso artefacto que permitía hablar con alguien que podía estar a centenares o millares de kilómetros de allí.
Todos hablaban con voz muy alta, como si la distancia con su interlocutor exigiera ese volumen. Los contertulios del bar se callaban y permanecían como petrificados tratando de seguir lo que se hablaba y casi sin respirar para no interferir en tan asombroso hecho.
Luego la rutina fue haciendo aquellas cosas como algo normal, pero las primeras veces el impacto tuvo que ser enorme y alterar profundamente los sentidos.
El Cotrión y Fonte del Furisiaco (1). Fonte de Xuan del Coutu (2). El Chanu Cruces (embalse). El Cuevo. Prau Doiro y otras explotaciones en primario y terciario en el entorno de Ratu. Valle del Coutu. Foto Google.
Caborno de Cagatseito, zanjas que convergen en la Vatsina del Agua abiertas en roca pura con muchos sedimentos en sus partes altas. Foto Google.

En las explotaciones de Ratu, algunas llegan hasta abajo a la veiga del couto. Foto Google.
Visión de conjunto de las anteriores. Foto Google.

Los ástures que más nítidamente percibieron el cambio, como ya dijimos líneas atrás, fueron los de las generaciones que vivieron el proceso de conquista romana. Su mundo probablemente no era el mundo ideal, pero al menos gozaban de independencia y de un grado de libertad ya nunca más conseguido por nuestros ancestros.
No eran todos iguales, las jefaturas locales ya llevaban un tiempo existiendo y habían logrado jerarquizar la sociedad. Una serie de familias gozaban de mayores privilegios; tenían mayores y mejores tierras, lo que les proporcionaba mayores excedentes agrícolas y ganaderos y asimismo eran los encargados de tomar muchas decisiones. Pero necesitaban la colaboración y aceptación del resto de la comunidad.
Su propia evolución interna seguramente les habría llevado a una sociedad plenamente clasista, con grandes diferencias sociales. La romanización lo que hizo fue acelerar bruscamente esa tendencia, haciendo mucho más evidente esa fragmentación social, con unas élites indígenas con unos derechos equiparables a la de los romanos dirigentes y que pronto se irían desligando de las labores productivas, y el resto de la comunidad en una situación de total dependencia.
La existencia de la minería aurífera lo que hizo fue aumentar la carga que recaía sobre sus espaldas. La vida de los indígenas era mucho más dura en los distritos mineros que en el resto de lugares. Cada vez que surgía un conflicto entre los intereses romanos, centrados en la explotación aurífera, y los locales, estos se resolvían inexorablemente en favor de los primeros. si un lugar poseía oro en cantidades significativas, este era explotado sin importar que fuera una zona usada por los indígenas o que incluso  vivieran sobre ellos.
Sierra de San tsuau, en primer término Los Castitsos  de Vatsáu a 1320 metros de altitud, un castro relacionado con las "conchas" auríferas a cielo abierto de esta vertiente. 2019

Sierra de San Tsuao en la vertiente del Naviegu con numerosas explotaciones auríferas. Foto Google
La vida tuvo que ser muy dura para nuestros ástures, con actividades no exentas de peligros; algunos de ellos morirían sepultados en las bocaminas previas a un cielo abierto, o arrollados por un derrubio mal calculado. Y todavía hay historiadores actuales que ven en todo esto un avance respecto a la situación anterior, que propiciaría un avance en el nivel de vida. Pero en realidad los más beneficiados fueron el Estado romano y las élites locales, parásitos que vivían gracias al sudor y la sangre de los nuestros.
En los distritos mineros, las relaciones entre los indígenas y sus descendientes, con los mineros, los técnicos romanos, los comerciantes...fueron ineludibles. Los indígenas además de atender a sus necesidades, tenían periódicamente que acudir a trabajar en las minas. Allí trabaron contacto con personas de muy diferentes lugares, con otra cultura, otras ideas, otras costumbres.
El trabajo en grupo, realizando las mismas o parecidas labores, acaba, en cierto modo, haciendo iguales a sus participantes, por mucho que unos lo hicieran por dinero y otros obligados a ello. Los prejuicios que pudiera haber en un principio pronto quedaban diluidos, estableciéndose relaciones personales en las que realmente lo que importa es la persona, su calidad humana, no si esta es de aquí o de allá. Relaciones que podían desembocar en verdaderas amistades y que ampliaban estas fuera de las meramente laborales.
Algo parecido se ha venido dando, ya más recientemente, en las cuencas mineras del carbón. A las minas acudían personas de muy diversa procedencia; a la llegada de personas de lugares del entorno, concejo o región, pronto se unió la nacional e incluso la internacional.
En Tsaciana, por ejemplo, se produjo, después de la llegada de muchos portugueses, la de Caboverdianos, procedentes de una antigua colonia portuguesa que había accedido a la independencia y provocado un gran éxodo de personas. Eran de piel negra, tanto como el carbón y al principio levantaron cierto recelo en la población residente.
Empezaron a trabajar en las minas porque entonces se necesitaba mucha mano de obra. Los mineros pronto comprobaron que los "negros" eran como ellos: realizaban las mismas tareas y tenían los mismos problemas y aspiraciones. Además la población residente procedía en su mayoría de fuera, por lo que su situación era parecida.
No hubo problemas de aceptación y pronto se dio una integración entre ambas etnias y el desarrollo de una cultura de base minera y castellanizada que difería mucho de aquella Tsaciana del "tseite, tsume tsino, tsana" (leche, lumbre, lino, lana).
El Cortinal de La Pica de Murias de Pontarás. La Bolera los Moros y otras explotaciones como La Carnera con minería subterránea. Foto Google.

Con el tiempo surgiría dentro de las comunidades locales un grupo que hoy se encuadraría en el de las clases medias, ligado a actividades artesanales y comerciales e incluso de agricultores y ganaderos con mejor fortuna que el resto.
Al calor de las minas tuvo que darse un imprescindible incremento de actividades terciarias. Los campamentos mineros no tendrían el poder de transformación sobre el entorno como el que tuvieron los campamentos militares romanos. Estos últimos permanecieron mucho tiempo asentados en el mismo lugar e hicieron crecer en su entorno lo que acabaría siendo, en algunos casos, ciudades, en donde vivían familiares de los legionarios, artesanos y numerosos comerciantes, con "tascas", tiendas de víveres, textiles y también, hay que decirlo en honor a la verdad, "lupanares" donde se alquilaban cuerpos humanos.














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