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Dentro y fuera del bosque. Avesíu de Decutsada desde el solano. 26 julio 2.016. |
A mi amigo Manuel no le importaba cargar con pesadas mochilas, decía que estaba acostumbrado. Me contaba que tenía mucho trato con unos montañeros vascos y que todos los años venían a Picos y con él hacían grandes rutas. Largas travesías subiendo a picos a los que se podía acceder andando, pues ellos nunca se "colgaban" por paredes verticales y que incluso pasaban de un macizo a otro (en Picos hay tres macizos, separados por ríos como el Cares y el Deva), bajando y subiendo por angostos caminos. Y me decía Manuel que para prepararse y coger el fondo físico que necesitaría para poder hacerlo, un tiempo antes de esas citas, llenaba otra mochila que tenía, más vieja y gastada, de piedras y que cargaba con ella en rutas más o menos largas. ¡Ahí es nada como se las gastaba mi amigo Manuel!.
Pero Muniellos no es como Picos. En Picos hay picos, valga la redundancia, que superan los 2.600 metros de altitud, casi 1.000 m. más que en Muniellos y otros muy cercanos a ellos. En esas altitudes no hay, ni puede haber, árboles. Lo que hay es pura roca, casi siempre pelada, un auténtico desierto de altura. Solo por debajo de los 1.500-1.600 metros aparecen los majestuosos bosques de Sajambre y Valdeón. En Muniellos el relieve es quebrado, pero ni punto de comparación con el de Picos y además en casi todo él hay árboles. Quizás ese sea el motivo por el que nunca sentí vértigo en Muniellos.
Pero aquella gallega de la excursión por Muniellos sí que lo padeció. Llegó un momento que hasta por sitios con una senda más o menos llana, cualquier repecho o inclinación hacia abajo la hacían temblar de miedo.
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Ya cerca de Las Tablizas cualquier desnivel de la senda afectaba a la gallega. Decutsada por encima mismo de la Vatsina Güérgolas. 26 julio 2.016. |
Volver por Fonculebrera, con el duro y fuerte desnivel por debajo de la Fonte no es aconsejable, padezcas vértigo o no, para terminar una excursión a Las Tsagunas, cuando las fuerzas ya empiezan a flaquear. La vuelta se debe hacer por el río, en donde aunque vayas cansado tienes cuatro o cinco kilómetros más o menos en llano, siguiendo el cauce del río y con algo de inclinación a tu favor, dejando que el sosegado fluir de sus aguas acompañe el último tramo del recorrido.
Esta y otras caminatas negativas por Munietsus, me hicieron ser más cauto. Tenía que prestar más atención al supuesto estado físico de los visitantes. Y digo supuesto porque viéndolos a simple vista o charlando con ellos no lo sabes a ciencia cierta. Tal vez su indumentaria nos diera alguna pista.
Lo primero que hacía, antes incluso de presentarnos, era examinar lo que llevaban puesto, con especial atención al calzado. Andar por Munietsus supone estar continuamente pisando piedras, unas más gordas que otras, que para evitar que te molesten las plantas de los pies exigen cierto grosor en la planta del calzado. Eso es fundamental, si al andar notas las protuberancias del suelo es probable que acabes con los pies destrozados y que cada paso te cueste Dios y ayuda.
Yo, sin embargo, calzaba unas Chirucas que no se caracterizan precisamente por tener unas suelas godas y las primeras que gasté, y ya mucho antes de ello, tenían estas tan gastadas que si notaba los bultos del suelo. Pero yo andaba mucho y mis pies parecían estar inmunizados y además siempre les metía unas suelas interiores que las acolchaban algo.
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Chirucas de la marca Chiruca, las mejores del mercado. Solo la parte de marrón más claro era de tela, el resto era cuero, muy fino pero que recubierto con grasa de caballo se volvía impermeable. |
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Estas son las segundas Chirucas que yo utilicé y que aún conservo. Con una de las suelas que yo les metía dentro. Las prefería al resto del calzado por su liviano peso. |
Las botas de montaña parecían ser el mejor calzado, de ahí su nombre. Que se ajustaran bien a tu pie, sin apretarlo, que sujetaran tus tobillos y que evitaran que el pie se moviera dentro de ellas. Eran preferibles las botas flexibles a las rígidas, pues estas siempre te provocan roces, que pueden evolucionar a ampollas y dolorosas heridas. Yo lo sabía por experiencia propia.
En mi primera excursión a La Peña, Picos de Europa (que nadie piense como mi dulce abuela Mamina, que cuando alguien del pueblo le preguntaba "Rosabra, ¿por donde anda Luis?", ella contestaba: "nun sei, ta pur Europa, pur unus picus"), yo iba desastrosamente equipado. Con unas botas rígidas que me había comprado yo mismo en una zapatería de barrio en Uviéu, donde estaban muy baratas. Me llegaban justo por encima de los tobillos y para ablandarlas cogí un taro que yo creí que era grasa de caballo y que al final resultó ser de cera.
Soporté relativamente bien las botas en la ida. Iba con mi Guía de Picos, con Manuel quien al ser mi primer contacto con la peña, tuvo compasión de mí. Realizábamos muy despacio las caminatas y el me engañaba con las distancias, diciéndome que aún quedaba mucho, cuando en realidad ya estábamos casi acabando. Así yo me preparaba para seguir aguantando y luego me llevaba una alegría al ver que ya habíamos terminado la ascensión.
Yo al acabar cada jornada untaba las botas con el contenido de aquel tarrín que había llevado conmigo. En Bulnes estando haciéndolo Manuel me pregunto: "¿qué le estás echando a las botas?", "grasa de caballo", "¡ah, eso es bueno!, las ablanda y protege". "Pues siguen estando tan duras como el primer día". Manuel se acercó más "déjame ver". Cogió el tarrín, olió su contenido y unto sus dedos y tras frotarlos dijo "¡coño, esto no es grasa de caballo, es cera!" "¡me cago en la puta!, ¿cómo que es cera?", "como lo oyes", "y esto es bueno para las botas", "me temo que no, puede nutrir algo la piel pero dudo que la ablande. Yo también uso grasa de caballo pero la tengo en casa, se la echo allí a las botas antes de realizar excursiones, con antelación, para que le dé tiempo a penetrar y suavizar el calzado".
A la vuelta tuvimos que realizar el tramo Poncebos-Cabrales a toda pastilla para coger a tiempo el bus a Cangas de Onís. Si lo perdíamos tendríamos que esperar al del día siguiente. Ya me habían empezado a molestar los pies en la bajada de la garganta de Bulnes. Los pies iban algo sueltos dentro de las botas y al moverse iban rozando algunas de sus partes que al estar tan duras acababan provocando bojas o ampollas, que al seguir rozando provocaban un fuerte dolor y que al seguir rozando acababan explotando, dejando una herida. El roce con la carne viva era aún más dolorosa. La zona por encima del talón, justo donde terminaba la bota y "las dedas" de los pies, sobre todo su parte superior así como los bordes, eran las partes más afectadas.
Eso es lo que me pasó en los cuatro kilómetros y pico que hay entre Poncebos y Cabrales. Cada paso que daba era como una puñalada punzante y dolorosa. Pero no le dije nada a mi amigo y lo soporté estoicamente, como mejor pude. Una horrorosa tortura que duró cerca de una hora. Si se lo hubiera dicho a Manuel seguramente hubiéramos parado, olvidándonos del dichoso autobús y viendo como podíamos aliviar aquella situación. Pero éramos jóvenes y muy echados palante y entonces seguramente me avergonzaría reconocer que no podía seguir caminando. No, no sería un quejica, había que continuar como fuera.
Esa noche, ya en Uviéu, no me atreví a quitarme los calcetines, estaban pegados a la piel, llenos de sangre que ya se había secado, con solo rozarlos ya me transmitían oleadas de dolor. Me dormí casi sin darme cuenta. Entre el dolor padecido y el esfuerzo físico estaba exhausto, falto de energía y apesadumbrado. Lo único que me parecía positivo es que no había mostrado debilidad alguna. Qué tontería ¿no?, lo que es la loca juventud.
Al día siguiente cuando desperté, al tocar los calcetines se encendió otra vez la señal de dolor. Pero tenía que quitármelos y lavar a fondo todas las heridas. Puse primero un pie a remojo, no recuerdo si en una palangana o en otra parte y esperé un rato pues la sensación era agradable. Luego con sumo cuidado fui despegando y quitando el calcetín.
El pie estaba horrible, medio desollado y con alguna herida de cierta profundidad. No tuve que recortar ninguna ampolla pues la piel había desaparecido. Froté con mucha suavidad por todas partes para diluir la sangre resecada, saqué el pie y esperé que se secara por si mismo. Otra sensación agradable. Luego repetí la operación con el otro pie. Debí pasar unos días con cierta incomodidad pero lo cierto es que ya no me acuerdo de ello. A esas edades la capacidad de regeneración del organismo es admirable.
Cuando veía en algún visitante botas muy nuevas, le preguntaba a quien las portaba si ya las había usado con anterioridad. Es conveniente que en excursiones largas como la de Las Tsagunas, el pie esté acostumbrado a la bota que calza, que exista entre ellos cierta complicidad. En definitiva, que la bota se haya adaptado al pie que la calza.
Lo cierto es que el mercado del calzado ha evolucionado mucho y se pueden conseguir botas con goretex u otras láminas que las hacen impermeables, siendo al mismo tiempo flexibles y cómodas. Pero sigue siendo recomendable probarlas unas cuantas veces en trayectos cortos. Algo aplicable a cualquier calzado nuevo que vayas a usar, excepto las modernas deportivas, tan acolchadas que es imposible que te hagan una boja.
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Botas con goretex muy nuevas porque las he utilizado poco. Es increíble lo poco que pesan. |
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El interior de las botas está muy acolchado pero es preferible probarlas antes de un uso intensivo. |
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Deportivas con goretex de la marca Chiruca que uso cuando el tiempo está algo revuelto pero sin excesos. Pesan más de lo que aparentan. |
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Deportivas ligeras como una pluma y muy acolchadas. Las usaré cuando el calor apriete aquí en León. |
Cuando yo cambié mis viejas Chirucas por unas nuevas, el primer día que las usé, al quitármelas vi encima del talón una zona enrojecida, la señal previa, aún sin dolor, a la aparición de una boja.
Nunca vi yo en Munietsus ninguna chica o mujer que calzara zapatos con tacón. Pero una vez que aterrizó un helicóptero de salvamento en Las Tablizas tras rescatar a un visitante que se había dislocado un tobillo yendo para Las Tsagunas, estuvimos un rato de cháchara con su tripulación y nos contaban que en muchos rescates realizados en la Ruta del Cares no era la primera vez que la accidentada calzara de esta manera. Hoy en día cuando un rescate es por negligencia del afectado, por no llevar por ejemplo el calzado adecuado, el coste que supone desplazar un helicóptero, correrá a su cargo. Obviamente los zapatos, sean masculinos o femeninos, tampoco son recomendables, igual que los zuecos, las sandalias...
Yo me fijaba mucho en el calzado que portaban mis visitantes y no me importaba parecer hasta indiscreto, "pero qué narices mira con tanta insistencia este Guía", no me importaba que alguien pensara eso, porque si la excursión era a Las Lagunas tenía que extremar todas las precauciones.
Nunca he creído que la excursión a Las Lagunas sea lo más interesante que pueda ofrecer Munietsus. Ni siquiera teniendo en cuenta que es la única ruta abierta a los visitantes. Parece que sea obligado que quien vaya a Muniellos tenga que subir a Las Tsagunas. Mal empezamos si en nuestro contacto con la naturaleza tenemos que imponernos obligaciones de ese tipo. Quien ame la naturaleza y quiera disfrutarla hará bien en desterrar el espíritu competitivo que impregna nuestra absurda sociedad. No hace falta ser un atleta para degustar su compañía.
Lo más importante de Munietsus es su bosque. Un bosque conformado por muchos bosques pero dominado por el roble albar, un roble que no es solo capaz de tutearnos si no de hacernos sentir insignificantes cuando estamos a su lado, obviamente me refiero a los tamaños, aunque...El tamaño de los robles no es solo lo que miden de alto y de ancho, que no dejan de ser frías cifras, es sobre todo la imagen de fuerza y energía que desprenden cuando los contemplas, cuando te fijas en su enorme corpachón. Un corpachón que aunque no late, sabes que está vivo y con el que puedes acabar intimando.
El recorrido desde Mual a Las Tablizas, si lo haces andando, es bello, pero nada más entrar en La Reserva todo cambia. Lo bello da paso a lo sublime. Cada roble es como una columna engalanada y viva. En el 2.000 los robles solo eran un poco más pequeños que ahora y además había, y hay, un magnífico bosque de ellos allí mismo, metiéndote por Decutsada. Y río arriba hay un paseo inolvidable, surcando suavemente el Ríu Munietsus, con un bosque de ribera donde el roble sigue presente pero en donde ya aparecen bedules, fayas y otros árboles amantes de la humedad.
Decía Bruno Zevi, arquitecto y crítico de las formas artísticas en su libro "saber ver la arquitectura", allá por 1.948, que lo que realmente diferenciaba la arquitectura de las demás artes era la creación de un espacio interior y como este se articulaba en torno a quien lo recorría. No minusvaloraba las otras formas artísticas, solo resaltaba las diferencias. En un mundo como el actual en el que predomina la imagen, el bosque nos permite descubrir otro espacio interior, con el añadido de que este está vivito y coleando.
Un árbol solitario es como una escultura viva, que podemos saborear desplazándonos en torno a él. Puede ser bello e impresionarnos con su imagen. Pero el bosque es más que la suma de muchos árboles. Lo que lo diferencia es ese espacio que crea y que nos envuelve si tenemos la dicha y la decisión de recorrerlo, los ambientes que logra crear, sin olvidarnos de las sensaciones que nos hará sentir.
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En última instancia el bosque es el ambiente que crea en torno a él. Ambiente cálido y diáfano del solano. Decutsada. 26 julio 2.016. |
El bosque solo se ve a medias desde fuera, para verlo y sentirlo a fondo hay que dejarse engullir por él. Su interior puede ser cálido y protector o frío y amenazante. Depende de nuestro estado de ánimo, de la climatología y de nuestro grado de relación con la naturaleza. Pero a nadie deja indiferente un paseo por sus interioridades.
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Ambiente espacioso y transparente desde dentro del bosque, casi mágico. Avesíu de Decutsada. 26 julio 2.016. |
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Ambiente umbroso dentro del bosque. Decutsada partes altas. 28 julio 2.018. |
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